Gastón Ramírez Cuevas.- Pese a lo que pronosticaban todos y cada uno de los sitios web que se ocupan de predecir el tiempo, llovió pertinazmente durante todo el festejo. El agua hizo aun más difícil el soportar una corrida en la que no ocurrió nada digno taurinamente hablando.

Morante sorteó en primer lugar un bicho que parecía más un cochino que un toro. El porcino cornúpeta era un simpático gordito que no tuvo un pase.

Pero vendría el cuarto, un bicho enorme que imponía respeto. A ese don José Antonio no lo quiso ni ver. Al burel en cuestión le dieron en varas toda la leña que le correspondía y le corresponderá a los toros pasados y futuros de la Feria. El picador llegó a castigar tanto y tan arteramente en la primera vara, que el toro lo empujó casi hasta los medios y el bochornoso espectáculo duró varios minutos. ¿Qué hacía el maestro Morante mientras trucidaban a su toro? Pues nada, contemplar complacido el desaguisado. El de La Puebla del Río le espantó las moscas al galafate y el respetable se acordó continuamente de toda la parentela femenina del diestro.

El Juli engañó a los parroquianos con singular alegría. Claro que para que eso ocurriera, la gente puso mucho de su parte. En el segundo de la tarde, Juli estuvo muy bien con el capote, elegante incluso. Pero ya con la muleta se entretuvo en deleitar a los badulaques con su espantoso toreo de expulsión. Mató fatal, apuñalando por la espalda al pobre bicho.

Con el quinto se concretaría la gran estafa subacuática de la función. Manejando el mismo guión, El Juli destoreó a prudente distancia, aliviándose de continuo. Pero el populacho no quería irse a casa sin una orejita y le coreó todo, hasta el vergonzoso espadazo a la media vuelta.

Podemos resumir el quehacer del tramposo espada madrileño de la siguiente manera: fue un triunfo a medias, después de una faena a medias para gente que de esto entiende menos de la mitad. El Juli torea en todas las plazas su ganado favorito para mentirle a los villamelones que confunden al escorbuto con Le Corbusier. Y como aquí nadie quiso admitir que le habían robado los calcetines sin quitarle los anegados zapatos, la gente salió presumiendo su entrada al festejo submarino con verdadero orgullo.

Talavante sorteó un lote infumable y pasó sin pena ni gloria por su primer compromiso del serial. Quizá pudiéramos rescatar algún buen natural al tercero y pare usted de contar.

Termino la crónica contándole, querido lector, un hecho que describe de cuerpo entero lo que le acontece a la pobre Maestranza cada vez que torean las dizque figuras. Se dio el caso de que, mientras la música sonaba durante la faena al quinto, el Juli sufrió un desarme espantoso. Otrora, ese “faux pas” hubiera tenido como consecuencia la inmediata suspensión del acompañamiento filarmónico. Pero ya no, ahora vivimos tiempos de mucha tolerancia y la banda siguió atacando el pasodoble como si nada. ¡Al cliente no hay que educarlo, hay que tenerlo contento en todo momento!

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