Antonio Lorca.– Al final, la corrida derivó en una mezcla de ingredientes diversos. Hubo dos fracasados —Castella y el ganadero—; triunfó Talavante ante un nobilísimo sobrero al que muleteó con templanza y hondura, y resultó herido Javier Jiménez en el muslo derecho cuando muleteaba al sexto, un toro sin clase y deslucido.

Sebastián Castella bajó muchos enteros en su consideración de figura del toreo; es imperdonable que a uno de los que dicen mandar se le vaya un toro de puerta grande en feria de tanto relumbrón, pero que persista en el error y se le vaya otro que, al menos, le ofreció en bandeja un tercer trofeo, ya es para que se retire a un monasterio unos días y reflexione sobre las causas de tan grave fracaso.

Algo extraño le ocurrió, sin duda, porque el torero francés ha demostrado en esta plaza que sabe torear muy bien; pero ayer le abandonaron las musas, se enfundó el traje de la monotonía y ofreció todo un recital de destoreo, mantazo va, mantazo viene, hasta la derrota final

Lo más grave sucedió ante el primero, un sobrero de Buenavista, que cumplió en el caballo, acudió alegre en banderillas y llegó al tercio final con tranco, prontitud, fijeza y transmisión. El comienzo por alto y unos elegantes ayudados hicieron presagiar faena de triunfo grande. Mejoró el toro en cada tanda, persiguió la muleta con codicia y obedeció los cites del torero antes de que este le mostrara el engaño. Pero a medida que el animal asentaba su buena clase, Castella decía a voz en grito que no era su tarde, ni su toro, ni su plaza… No dio pie con bola, mezcló pases estimables con un aluvión de desatinos, alargó la faena en un intento desesperado de encontrar una salida digna, pero no consiguió más que cansar al bendito público que consintió, en respetuoso silencio, sus brochazos oscuros. Hasta dos avisos escuchó por su tardanza, y lo peor fue que el toro se marchó con las orejas al desolladero. ¡Imperdonable!

Pero es verdad que todo puede empeorar. El cuarto, de la pésima corrida titular, no tuvo la calidad de su compañero, pero no dejó de embestir al engaño del peor Castella imaginable. Acelerado siempre, con la muleta enganchada, dijo que las ideas le habían abandonado. Ojalá sea un retiro momentáneo.

El segundo fracasado, el ganadero. Hasta dos toros de la corrida titular fueron devueltos, pero alguno más podía haber seguido el mismo camino. Todos estuvieron muy justos de presencia, y, a excepción del cuarto, evidenciaron una preocupante falta de fuerzas y ausencia de casta. Otra birria más. El primero, por poner un ejemplo, se echó en la arena tranquilamente en el tercio de varas, circunstancia que aprovechó el presidente para mandarlo directamente a la puntilla; pero es que el tercero se desplomó ante la muleta de Jiménez y le costó un mundo recuperar la posición inicial.

La corrida iba a toda velocidad por el precipicio de la decepción más absoluta cuando salió un sobrero grandón del Conde de Mayade que huyó del primer encuentro con el caballo, mejoró en el segundo tercio, lo que permitió el lucimiento en banderillas de Juan José Trujillo, y llegó a la muleta con bondad y un temple exquisito. Lo aprovechó en toda su dimensión Talavante, quien se entretuvo en torear de salón, confiado y artista, por naturales hermosos, algunos de ellos bellísimos, y redondos rebosantes de torería. Faltó la emoción de la casta, pero ahí quedaron pinceladas del mejor toreo moderno.

Ese fue el mejor Talavante, pero hubo otro, no tan bueno, ante el segundo, un toro que iba y venía sin gran fijeza. El torero dio muchos pases, pero no hubo ni un solo muletazo que recordarse pueda, ni un solo detalle más allá de sus posturas flamencas tras el cierre de varias tandas anodinas. Es decir, que ante la mínima dificultad, queda patente que el toreo carece del más mínimo sentido de la emoción.

El peor parado fue el joven Javier Jiménez. Un toro enfermizo y con cara de pena, lisiado, noqueado y moribundo, fue su primero. Salió a por todas en el sexto, incierto de embestida y con la cara a media altura. Tan incierto que, en cuanto pudo, lo levantó cuando lo pasaba con la mano derecha, le clavó el pitón en el muslo, lo zarandeó y lo mandó directamente a la enfermería a pesar de los deseos en contra del propio diestro.

Toros de Puerto de San Lorenzo, —el primero y el quinto, devueltos—, muy justos de presencia, mansurrones, flojos, descastados y nobles. El primer sobrero, de Buenavista, bravo y muy noble y repetidor en la muleta; el segundo, de Torrealta, devuelto por inválido; el tercer sobrero, del Conde de Mayalde, grandón, manso y muy noble.

Sebastián Castella: —aviso— estocada trasera —2º aviso— y un descabello (palmas); —aviso— gran estocada (palmas); estocada en el que mató por cogida de Jiménez (silencio).

Alejandro Talavante: pinchazo, media y cuatro descabellos (silencio); estocada caída (oreja).

Javier Jiménez: gran estocada (silencio); cogido de gravedad por el sexto. El parte médico indica que la herida fue en el muslo derecho y tiene dos trayectorias; hacia arriba, de 20 centímetros, que produce destrozos en músculos aductores, y otra hacia abajo, de 15 centímetros que afecta a los músculos vasto interno y aductor. Pronóstico grave.

Plaza de Las Ventas. Corrida de la Prensa. Novena corrida de feria. 19 de mayo. Lleno de ‘no hay billetes’ (23.624 espectadores). Asistió el Juan Carlos I, que estuvo acompañado por Victoria Prego, presidenta de la Asociación de la Prensa de Madrid, y Carmen Martínez Castro, secretaria de Estado de Comunicación.

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