Antonio Lorca.- Cuando Joaquín Galdós insistía inútilmente una y otra vez ante el noqueado toro sexto, parado como si fuera de piedra, una parte minoritaria de la plaza gritaba «Toro, toro, toro». Pero adviértase el dato: una minoría. El resto callaba ante el penoso espectáculo de un supuesto atleta que no tenía ganas más que de morirse.

Pero momentos antes, en el toro anterior, jugaba Cayetano ante un noble tontorrón con semblante borreguil y la mayoría de la plaza estalló de gozo cuando cerró con un pase de pecho una anodina tanda de redondos.

Así está la fiesta el 2017. Por esta razón -ausencia absoluta de la más mínima exigencia- se anuncia una corrida de Juan Pedro Domecq en la muy importante feria de San Isidro; y por la misma se dan de tortas las figuras por figurar en el cartel.

No es la primera vez, ni será la última, que esta ganadería eche un borrón en la tauromaquia moderna. Vendrá mientras quienes manden en la fiesta sean los toreros y no los aficionados. Y todo parece indicar que este problema -uno de los más graves- no tendrá ya solución.

La corrida de Juan Pedro fue un petardo monumental; tan gordo como para no volver en una larga temporada, lo que no sucederá. La memoria es flaca y las exigencias de los que mandan -los toreros- altas.

El asunto no es que los veterinarios reconocieran trece toros para aprobar cinco, sino que los elegidos no destacaron en cuanto a presencia, y, además, ofrecieron un juego lamentabilísimo en los tres tercios. No picaron a ninguno de los cinco y tampoco se dejaron picar porque aborrecieron el peto antes incluso de sentir la puya en sus carnes. Trataron todos de quitarse el palo y huyeron de las monturas sin atisbo alguno de pudor. Su comportamiento fue muy irregular en banderillas -tardos y parados-, y en la muleta evidenciaron su evidente agotamiento, falta de casta y esa sensación permanente de estar noqueados.

Un desastre para vergüenza de sus matadores, del ganadero y del empresario; para vergüenza, también, del público bullanguero que se traga entre el silencio de la mayoría estos inaceptables engaños.

Con tal material, es fácil imaginar que los del traje de luces estuvieron por allí, trataron de justificarse y se marcharon al hotel cabizbajos, como si tal cosa. El más perjudicado, el joven peruano Joaquín Galdós, al que han engañado como a un chino. Le han vendido que venir a confirmar la alternativa con juampedros era un lujo, y la realidad le ha demostrado que el error ha sido como una catedral.

Si quiere ser figura que se anuncie con una corrida de verdad y se deje de milongas. Los toros del gran regalo isidril lo han hundido y ahora necesitará ayuda celestial para salir del pozo. Se lució con el capote en un quite por chicuelinas en el quinto, pero le faltó sentimiento torero ante el noblón primero, y nada pudo hacer ante el parado sexto. Si uno se anuncia con un toro supuestamente artista es porque está seguro de que posee un misterio que desvelar delante de todos. Galdós no lo tiene y quedó desnudo en el ruedo. Hubo una tanda en la larga faena al primero, con la derecha, sentida, pero la única en un mar de pases anodinos y sin gracia.

En fin, que debe tener más cuidado con los regalos que le hacen. Algunos, como este, envuelto el papel de celofán, pueden ser envenenados.

Manzanares y Cayetano, repeinados como es habitual en ellos, ni se despeinaron. No torearon, sino que jugaron al toro con unos juguetes que daban más pena que miedo. Al menos, esa era la sensación desde el tendido. Y la lástima es el peor sentimiento que puede surgir en una plaza.

Blandísimo era el primero del torero alicantino, un animal moribundo antes de tiempo, que no podía dar un paso. Algo inexplicable cuando su lidia había sido cuidada entre algodones. Y la misma sensación produjo el cuarto.

Caso parecido es el de Cayetano. Se nota que es un personaje del corazón, porque de otro modo no se entiende el alboroto que sus fríos muletazos produjeron en parte del público. Pero el animal primero era un perrito faldero y hasta sus fans más fervientes quedaron decepcionados. Un noble tonto fue el sobrero, y su labor, entonada por momentos, careció de emoción y fundamento.

Cinco toros de Juan Pedro Domecq -se reconocieron trece y los veterinarios rechazaron siete por falta de remate-, justos de presentación, muy mansos, inválidos y descastados; y uno -el quinto- de Juan Manuel Criado, correcto, manso y noble.

José María Manzanares: gran estocada (palmas); bajonazo (palmas).

Cayetano: pinchazo y estocada (palmas); estocada tendida -aviso- (palmas).

Joaquín Galdós, que confirmó la alternativa: estocada desprendida -aviso- (ovación); cuatro pinchazos y estocada -aviso- (silencio).

Plaza de Las Ventas. Vigésimo segunda corrida de feria. 1 de junio. Lleno de ‘no hay billetes’ (23.624 espectadores). Asistió el Rey Don Juan Carlos, acompañado por la Infanta Elena.

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