Carlos Crivell.- Del tendido subía fuego a los cuerpos a la hora del paseíllo de la segunda novillada de promoción. Las banderas maestrantes estaban plegadas sobre los mástiles. El ambiente se tornó más insufrible con la excesiva duración de la novillada, dos horas y media en un espectáculo sin picadores. Todo se puso en contra de la agilidad precisa: faenas interminables, vueltas al ruedos saludando a los amigos, tercios de banderillas premiosos…

Se lidió una novillada de Villamarta que se dejó torear, salvo el pésimo sexto, y los chavales los exprimieron para aprovechar el único cartucho del que disponían en este ciclo. Así se sucedieron faenas de más de diez minutos, todo voluntad, aunque con escasos momentos de brillo.

La pauta de la noche la marcó Adrián Ruiz, un nazareno que aprende en Camas, que realizó una faena interminable de contenidos desiguales. Más de diez tandas de muletazos con los altibajos lógicos. Fueron buenos los derechazos del comienzo, excelente uno de pecho, para llegar al barullo final con el muchacho buscando algo más. El Almendro, su mentor, estaba  desesperado en el callejón pidiendo que lo matara y Adrián, dale que dale, intentando mejorar su labor. Eso no es malo. Se pidió la oreja porque mató pronto, como si la Maestranza fuera Pamplona, el palco no la concedió y tardó cinco minutos en la vuelta al ruedo.

No fue la faena más larga. El sevillano Jesús Cuesta escuchó el aviso antes de perfilarse para la suerte suprema en el tercero. Cuesta se estiró con gusto en las verónicas. Como buen torero moderno, el joven dejó una muestra variada de su tauromaquia, plagada de espaldinas al comienzo, toreo muy ortodoxo aunque algo frío – lo único frío de la noche -, para finalizar con circulares y bernadinas. Con el aviso y los pinchazos se esfumó el triunfo. La impresión, sin embargo, es que Jesús Cuesta tiene mejores cualidades que las exhibidas.

Entre estas dos faenas de excesiva y absurda duración, en la plaza sevillana se saboreó un toreo de corte clásico de manos de Rocío Romero. La cordobesa sorprendió con una faena templada, medida y de trazo exquisito. Es verdad que sorteó un eral de clase suprema, pero su toreo fue como un soplo de aire fresco en el bochorno. Lo mejor fue que su faena fue de calidad creciente. No se ajustó mucho en los primeros derechazos, pero acertó al torear cada vez con mayor templanza, se lo pasó más cerca y allí fueron floreciendo muletazos por ambos pitones, entre los que los naturales finales fueron explosivos. Crecida, confiada y relajada, Rocío Romero, un pedazo de nombre torero, trazó el natural perfecto. Lo mató pronto, que no bien, pero la oreja fue incuestionable, lo mismo que la ovación al eral.

Ramón Serrano es discípulo de Pepín Liria. A su maestro le brindó en el ruedo. Los paisanos no deben saltar al ruedo. Serrano mostró un estilo variado y una pasmosa claridad de ideas. Ya brilló en un valiente quite por saltilleras. Abusó de efectismos, espaldinas, arrucinas y otros pases incalificables, pero demostró poder al alargar los viajes del novillo y, por momentos, cierto buen gusto. Pero todo fue muy largo, el novillo se fue a las tablas y allí siguió el murciano intentando el clamor. Hay que insistir, no es una actitud mala, pero el sentido de la medida es una cualidad valorable.

De Badajoz llegó Ismael Jiménez, al que le cayó en suerte un eral muy chico con pocas fuerzas. Toreó bien con la derecha abriendo el compás, se retorció mucho al natural y se embarulló al final por el pitón izquierdo.

Al muy joven valenciano Miguel Polope le tocó el más fuerte de los erales, un manso con muy mal estilo que cogió a Antonio Ronquillo en banderillas. Polope no se dio coba y se fue pronto por la espada. Creo que fue una decisión inteligente, aunque se podría esperar que un novillero aspirante cruzara la raya y atropellara la razón, aunque fuera a costa de una voltereta. El novillo, probablemente, no tenía un pase.

A las doce en punto se cerró la función. Lo bueno hubiera sido ver a los seis novilleros frente al excelente segundo y ante el pésimo sexto, pero ello es una entelequia imposible. La suerte va por barrios. Lo cierto es que Rocío Romero se llevó el premio y lo aprovechó. Fue un soplo fresco en una noche espesa en la Maestranza.

Plaza de toros de Sevilla. Segunda novillada de promoción. Media plaza. Seis erales de Villamarta, escasos de presencia y de buen juego en general, excepto el manso y áspero 6º. El mejor, el 2º. Destacó en banderillas David Pacheco.

Adrián Ruiz, de la Escuela de Camas, de nazareno y oro: vuelta al ruedo.

Rocío Romero, de Córdoba, de fucsia y oro: una oreja.

Jesús Cuesta, de la Escuela de Sevilla, de blanco y plata: saludos tras aviso.

Ramón Serrano, de la Escuela de Murcia, de verde manzana y oro: silencio tras aviso.

Ismael Jiménez, de la Escuela de Badajoz, de blanco y oro: vuelta al ruedo tras aviso.

Miguel Polope, de la Escuela de Valencia, de sangre de toro y oro: silencio.

En la enfermería fue atendido el banderillero Antonio Ronquillo de un varetazo corrido en región inguinal derecha y contusión en el párpado izquierdo. Pronóstico leve.

 

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