Gastón Ramírez Cuevas.– Los rumiantes del señor Pérez Salazar encajaron perfectamente en la definición de moruchada: corrida de toros o novillos de poca casta. Sí, el encierro de Arroyo Zarco tuvo todos los defectos posibles, lo cual dio al traste con el empeño de los coletas.

El primero fue un enanito gordo que berreó de lo lindo y se paró muy pronto. Diego Sánchez cumplió con dignidad, firmeza, aseo y sobriedad. El joven de Aguascalientes logró pasajes templados por ambos pitones, pero la faena de muleta jamás remontó el vuelo. La debilidad, la nula transmisión y la falta de clase del bicho presagiaban lo que vendría a continuación.

El segundo de la tarde fue un animal manso con cierto peligro que jamás le dio una embestida decente a Ignacio Garibay. El torero capitalino porfío con valor, pero ahí no había nada que hacer.

El tercero llegó con algo de fuerza a la muleta de Garrido, quien a base de entrega y oficio pudo lucir y emocionar al aterido público. El coleta de Badajoz le pegó muy buenos derechazos y excelentes pases naturales al morito, ligando hasta donde la debilidad del toro lo permitía. Remató el trasteo con ceñidísimas joselillinas que calaron hondo en el respetable. Mató realmente mal, pero eso no arredró al villamelonaje, que logró que le concedieran al torero extremeño una oreja de muy poco peso.

El segundo de Garibay fue quizá el peor de todos los cornúpetas de Arroyo Zarco. Ese remedo de toro bravo se la pasó calamocheando y frenándose. El semblante de Nacho evidenció su decepción y disgusto desde que el herbívoro salió por toriles. Así las cosas, Garibay le echó oficio al asunto, se justificó y punto.

En el quinto fue el toro mejor presentado de la corrida, pero salió igual de malo que sus hermanos. No sé si el hecho de haber sido bautizado con el taurino y varonil nombre de “Hermoso Cariño” tuvo algo que ver con su comportamiento. Garrido estuvo valiente ante un toro que se rajó de manera estrepitosa y que huyó a refugiarse cerca de la puerta de toriles. Para entonces, algunos parroquianos se habían quedado dormidos como consecuencia de la hipotermia y otros habían abandonado sigilosamente el refrigerador más grande del mundo.

Salió el sexto, un zambombo de 525 kilos que saltó al callejón con singular alegría. Luego el cornúpeta tumbó con gran facilidad a un picador que se hallaba tan incómodo arriba del penco como un canario en una convención de gatos.

En el último tercio, Diego Sánchez se las hubo con un compendio de mansedumbre y ausencia de casta. El confirmante estuvo digno, pero el burel probaba, derrotaba y jamás humilló, impidiendo el más mínimo lucimiento.

Los aficionados duchos salieron de la plaza comentando que siempre pasa lo mismo, después del corridón de toros que mandaron los ganaderos de Caparica la semana pasada, sabían que hoy les tocaba volver a la triste realidad.

Domingo 14 de enero del 2018. Décima corrida de la temporada de la Plaza de toros México. Toros: Seis de Arroyo Zarco, desiguales en presentación y con caras muy juveniles. Sin embargo fueron parejos en juego, pues con excepción del tercero que medio se dejó, los demás carecieron de casta, fuerza, trapío y bravura.

Toreros: Ignacio Garibay, a su primero lo mató de un pinchazo y entera: leves palmas.
Al cuarto le despachó de un pinchazo, media caída y entera que caló: silencio.

José Garrido, al tercero de la tarde le atizó un espadazo bajo y traserísimo: generosa oreja. Al quinto le despenó de un pinchazo trasero y casi media tendida: silencio tras aviso.

Diego Sánchez confirmó la alternativa. Al que abrió plaza le pasaportó de entera perpendicular: palmas. Al sexto le pegó una media trasera que bastó: silencio.

Entrada: alrededor de tres mil personas en tarde muy fría.

A %d blogueros les gusta esto: