Carlos Crivell.- En la anochecida del Miércoles Santo, dentro de ese itinerario íntimo que tiene cada sevillano durante su Semana Santa, siempre me dirijo a la salida de la Catedral para presenciar el paso del Baratillo, la cofradía que reside puerta con puerta con la Real Maestranza, de tal forma que sus penitentes forman filas sobre el mismo albero de la plaza. Es el día torero de la Semana. Además del Baratillo, de San Bernardo habrá salido la otra cofradía de raíces taurinas de la jornada. La de Cúchares, Puerta, los Vázquez y la de Fernando…

Decía que me iba a ver El Baratillo cuando pasa junto a las murallas del Alcázar. Es un lugar para gozar y paladear todo el inmenso acervo de la Semana Santa. Allí me emociono al presenciar la vuelta del paso de la Caridad a los sones de La Madrugá de Abel Moreno, tocada por la banda del Carmen de Salteras. Todos los años se repite la misma escena que cada año es distinta.

Cada Miércoles Santo, un nazareno que cumple penitencia con una vara delante del paso de la Piedad me hace una señal para que me acerque y me ofrece una estampa de la Virgen niña del Baratillo. Nunca supe quién era. Tampoco me pereció oportuno romper su privacidad vestido de nazareno. He acumulado entre mis recuerdos más de diez estampitas de la Piedad. Hace poco, un amigo que es hermano del Baratillo, me preguntó si conocía al nazareno que me regalaba la cara de su Piedad. Se sorprendió cuando le dije que desconocía la identidad de quien se cubría la cara con su antifaz penitencial.

Ese amigo común me desveló el nombre de ese misterioso nazareno. Era un torero en activo que todos los años sale en el Baratillo. He sabido su nombre por terceras personas. Y cometiendo una imprudencia que espero que me perdone, necesito que se conozca su nombre. Mi escritorio está lleno de la Piedad del Baratillo que todos los años me entrega de su mano el matador Oliva Soto. Sabrá por estas líneas que he identificado al nazareno de la estampita. Perdón, Alfonso. Tu humildad es tan grande que nunca me has querido desvelar quién se oculta bajo la tela azul del Baratillo. Espero ansioso la noche del Miércoles Santo para cumplir de nuevo el rito. Un torero me entregará una pequeña imagen de la Piedad. Nunca le diré que le conozco. El creerá que no sé de quién se trata. Ya lo saben todos. La sencillez y tanta generosidad no pueden quedar en el anonimato. Que la Piedad te proteja, torero.  

A %d blogueros les gusta esto: