Foto de Andrés Alfonso Quiles

En un acto memorable, organizado con mimo y buen gusto, la Universidad de Sevilla he rendido un homenaje multitudinario a Curro Romero en el Paraninfo de la entidad. Se trataba de conceder al torero sevillano El V Premio de Cultura de la Universidad.  El majestuoso salón estaba ocupado en su totalidad por la sociedad sevillana más variada y muchos amigos del torero. No faltó de nada. Hubo pasodobles de entrada, La gracia de Dios, y al final, Tercio de Quites, ambos interpretados por la Banda Municipal de Sevilla. Cantó por bulerías una extraordinaria Marina Heredia, tan currista como genial cantaora, que de nuevo estremeció al auditorio con aquella frase ya tan divulgada de “qué difícil es comer despacito cuando hay ganas de comer”.

Todo comenzó de una manera muy significativa con los matadores invitados al acto realizando un paseíllo simbólico para ocupar sus asientos. Por el pasillo central avanzaron Pepe Luis Vázquez, Espartaco, Diego Urdiales, Dávila Miura, Manuel Escribano y Pedro Chicote. Fue el despeje de plaza que luego se llenaría con la llegada de Curro Romero, recibido con clamor.

En la presidencia, además del Rector, ocuparon plaza el alcalde de Sevilla, Juan Espadas; la consejera de Cultura de la Junta, Rosa Aguilar; el delegado del Gobierno; Antonio Sanz, así como otras autoridades universitarias. En las primeras filas estaban todos. Allí, el obispo de Sevilla, Juan José Asenjo; el Teniente Hermano Mayor de la Maestranza, Santiago Domecq; el presidente de la Diputación, Fernando Rodríguez Villalobos, entre otros que no quisieron perder la ocasión de estar en este acto histórico.

La Universidad entregó su V Premio de Cultura, “no hay quinto malo” aseveró el Rector. Antes lo habían recogido Arturo Pérez Reverte, Carlos Álvarez, María Laffón y María Pagés.

El rector Magnífico de la Universidad, Miguel Ángel Castro, hizo las funciones de anfitrión y de maestro de ceremonias. El director general de Cultura de la Universidad, Luis Méndez, justificó la concesión del galardón. La secretaria general de la Universidad, Concepción Horgué, leyó el acta del jurado que concedió el premio. Eran momentos para darle el ambiente preciso a lo questaba por llegar más delante. El documental, breve, en el que Curro torea en Madrid, junto a unas palabras del torero pusieron en suerte a todos.

Solo quedaba la palabra poética, sensible y amiga de Alberto García Reyes, para darle color y calor al Paraninfo. “Se premia al conocimiento que sale de adentro. El toreo es un arte, por tanto es una fuente de conocimiento, por tanto es una forma de progreso – siguió el periodista sevillano -, que habló del corazón, de los suelos, de la fidelidad a una forma de ser torero de Francisco Romero López. El final rompió moldes: “El mundo se divide en dos: los que han visto a Curro Romero y los que no han vivido. Y el reino de la emoción / seguirá teniendo reyes, / pero un solo Faraón”. El abrazo de García Reyes con Curro dejó al Faraón casi mudo.

Recogió su premio, un grabado de la plaza de toros de Sevilla coloreada a mano en 1837 y publicada por el artista escocés David Roberts.

Y salió Curro al escenario. Las secuelas de un catarro reciente y una emoción capaz de paralizar a cualquiera dominaron sus palabras. “Gracias, gracias”, repitió dos veces. Y se lanzó con palabras pausadas, masticadas, como si estuviera de nuevo toreando. Y habló el Faraón. “Qué bonito es que la Universidad me conceda este premio. Yo he pasado por la Universidad de puntillas, bueno ni de puntillas, ya me hubiera gustado estudiar, pero tuve mi propia Universidad de la vida. Mi familia era muy humilde, pero eran grandes de España. Así que cogí un camino libre, dejé a un lado las veredas, y me fui encontrando con rosas y espinas, que se me clavaron muchas veces aunque me las sacaba y seguía adelante…

El Paraninfo era la plaza de Sevilla en espera de una faena cumbre. Nada enturbiaba un ambiente mágico, nada podía entorpecer un discurso lúcido y manifestado con el corazón en la mano. Y siguió Curro. “En mi vida he conocido a muchas personas. Con muchas me reía, porque no hay nada más bonito que reír en la vida. Y caminando me fui formando como torero y como persona. Al final hasta tengo esculturas, pero yo digo que la mejor escultura la guardo dentro y es mi madre…” Aquí se quebró el hombre, se paró el discurso y temblaron las columnas de la Real Fábrica de Tabacos. “No puedo más… Quisiera decir más cosas, pero no puedo. Quisiera dar unos lances, pero tampoco puedo. Gracias”. El Paraninfo fue un clamor. Como si hubiera rematado con media eterna de las que tanto prodigó.

Cantó Marina Heredia, habló el Rector de la Universidad, sonó el pasodoble y se clausuró el acto. El nudo en la garganta nos había quebrado la voz a los que allí éramos testigos de cómo la Universidad sevillana, que es tanto como decir toda Sevilla, se había puesto a los pies de un ser irrepetible, que es torero y que elevó ese arte a las cotas más altas imaginadas.

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