Carlos Crivell.- En la corrida de toros del lunes, ahora ya de farolillos aunque para muchos el antiguo lunes del ‘alumbrao’, la gran noticia fue el indulto del quinto de la tarde, un toro del hierro de Garcigrande llamado Orgullito, número 35, de 528 kilos. El toro, bajo y de cornamenta acapachada, fue de gran calidad en la muleta de El Juli, que de mitad de faena en adelante le exigió al burel, el animal respondió, lo exhibió y logró que la mayoría de quienes presenciaban la corrida solicitaran el indulto que fue concedido por la presidencia.

Todos los indultos provocan la polémica entre los aficionados. Ni siquiera Cobradiezmos logró la unanimidad en los juicios. En el caso de Orgullito no podía ser de otra forma. El toro salió alegre y El Juli no llegó a centrarse en el toreo con el capote. La primera vara la tomó después de estar bien colocado, se quedó fijo en el caballo y se marchó en cuanto fue requerido por los lidiadores. Ahora El Juli quitó por verónicas sin exigirle mucho al animal. En la segunda entrada al caballo, empujó de entrada solo con un pitón, el picador Salvador Núñez apretó pero ante la orden de El Juli levantó el palo. Es decir, un comportamiento correcto de toro bravo pero sin nada extraordinario. Fue muy bien lidiado por José María Soler. Hasta ese momento, un buen toro como tantos otros.

El comienzo de la faena de El Juli con unos doblones poderosos fueron recibidos por el toro con buena entrega, aunque todavía no se vislumbraban algunas de las cualidades que estaban por llegar. Ya fuera de las rayas hubo una primera tanda de derechazos de mano baja en las que el diestro no obligó nada al toro, como si quisiera administrar su condición. Más ligados y templados fueron los naturales. Ya en el centro, en la siguiente con la derecha le bajó la mano al toro que humilló y repitió ante una muleta poderosa. Fue el momento en el que se pudo calibrar que el toro tenía innumerables virtudes: fijeza, recorrido, humillación, alegría… Se separó el torero del toro y mostró otra más hasta entonces no apreciada, la prontitud en la arrancada cuando El Juli lo citó a distancia. A partir de ahí, el matador se dedicó a lucir al toro que siguió embistiendo con clase. Allí quedó para siempre un doble circular rematado con el de pecho de clamor. Ya la plaza hervía. El Juli lo pasó por alto, para aliviar tanta entrega por abajo.

La petición del indulto fue similar a tantas como ya hemos presenciado. Comenzó a solicitarla un grupo reducido y se produjo el efecto contagio al resto de la plaza. Cuando a requerimiento del presidente El Juli instrumentó una nueva tanda relajada con la muleta muy baja, casi toda la plaza ya exigía con pasión el perdón de la vida para el toro. No se produjo el número tan frecuente de la resistencia del palco mientras el torero seguía allí dale que dale dando pases. Tras sacar el pañuelo naranja, el mismo torero llevó a los corrales al toro.

Los críticos estamos obligados a manifestar nuestra opinión. Vaya por delante que Orgullito fue un toro extraordinario en la muleta, gracias al matador que lo lidió, pero que fue un toro bueno sin ningún detalle de excelencia en los dos primeros tercios. Si se considera que el indulto es un premio que debe estar reservado a un toro de comportamiento excepcional en los tres tercios, en este caso se puede deducir que el indulto fue un premio excesivo. Es posible que si al toro lo hubieran querido lucir de verdad en varas hubiera cumplido un tercio como bravo, pero la realidad de nuestros días es que esa suerte se ha convertido en un trámite al que no se presta atención. Fue un gran toro en el último tercio que logró el indulto en Sevilla, algo que nos obliga a otras consideraciones.

El tercer indulto en la Maestranza en ocho años es un detalle que nos viene a indicar que se ha tomado un camino que puede ser peligroso. No tanto para la propia plaza sevillana, que también, sino por lo que tiene de contagio general para otras plazas. Si ya había indultos por cualquier rincón de la geografía taurina, a partir de ahora proliferarán más, porque nadie quiere ser menos que nadie. Con tantos indultos se le ha quitado categoría al premio. El indulto se ha convertido en una rutina en nuestras plazas. No hay tantos toros excepcionales para este galardón.

Si se mantiene la tesis de la conveniencia de estos premios como beneficio para la Fiesta, tampoco parece una buena justificación. La Fiesta, sus protagonistas, son timoratos. Y aquí nos incluimos todos. En lugar de defenderla por su propia grandeza, ahora nos agarramos a que somos capaces de perdonar la vida a algunos toros como signo de que no todo es dureza y sangre en la corrida. Hay que defender la Fiesta por sus valores intrínsecos, que son muchos, pero no a base de indultos. En la misma Sevilla se puede llegar a una situación de indultos rutinarios llenos de frivolidad.

Finalmente, debe quedar claro que este Orgullito fue excelente en la muleta, que el presidente tal vez no podía hacer otra cosa y que si obliga a El Juli a matarlo también hubiera sido criticado. Muchos aficionados se rasgan las vestiduras ante un nuevo indulto, mientras que otros celebran el mismo. Si no se indulta, las críticas hubieran sido feroces de parte de los que opinan que era merecido, al tiempo que quienes ahora lo condenan estarían elogiando al palco. Y para acabar, el toro le debe la vida a un torero muy bueno llamado Julián López El Juli, que tal vez no sea un modelo de estética, pero que es un torero de un poderío excepcional. Así pues, mi opinión es que el pañuelo naranja es para El Juli.

La corrida de Garcigrande, en general, estuvo presentada en el límite bajo de lo que exige Sevilla. Este detalle sí que hay que ponerlo en la cuenta negativa del palco.  El Juli se llevó los dos más terciados. Otra vez surgen dudas sobre la forma de hacer los lotes. Fue una corrida con algunos toros buenos, el mismo segundo que lidió El Juli, el cuarto, segundo de Ponce; sin clase el primero, y sin posibilidades de evaluar los de Talavante.

El Juli ya había cortado dos orejas antes de torear a Orgullito. El segundo fue bien picado por Barroso. Entraron en quites tanto El Juli como Talavante, ambos por chicuelinas. Las verónicas no son para el toreo moderno. La faena fue muy técnica, poderosa y ligada, aunque careció de rotundidad. La segunda oreja fue un exceso por mucho que se pidiera.

Ponce anduvo a distancia con el primero en una labor tan pulcra como escasa de emoción. Con el cuarto se animó a torear después de que al animal le zumbaran fuerte en varas. La faena no fue ligada, fue rehilada. Es decir, que el torero tenía colocada la muleta en la cara del toro antes de que el animal hubiera finalizado su viaje. Es una costumbre que se pone ahora en práctica con frecuencia y que se tragan los públicos. Y encima provoca signos de admiración. El muletazo debe tener comienzo, desarrollo y remate. Ponce mostró elegancia, algo más de ajuste y lo mató bien.

Talavante no estuvo en la corrida. Desistió de seguir con el tercero tras dos tandas corrientes. Hay que pensar que el maestro tendría sus motivos para cortar por lo sano. Su imagen, vestido de negro y tan ausente, fue la de una persona sin ilusión. El sexto, más encastado, fue más complicado por su molesto cabeceo. Tampoco pasó la línea de fuego de la que ha hablado Paco Ojeda.

Plaza de toros de Sevilla, 16 de abril de 2018. 8ª de abono. Lleno. Cuatro toros de Garcigrande y dos – segundo y sexto – de Domingo Hernández, justos de presentación y de juego variado. Buenos segundo y cuarto; excelente en la muleta el quinto, de nombre Orgullito, número 35, de 528 kilos, que fue indultado. Vulgar, el primero; tercero, si calibrar, y encastado y difícil, el sexto. Saludó en banderillas Juan José Trujillo. Destacó el picador José Antonio Barroso. El Juli dio la vuelta en el quinto con el ganadero Justo Hernández. Los toros lucieron divisa negra por el fallecimiento reciente de Domingo Hernández.

Enrique Ponce, de rioja y oro. Pinchazo y cinco descabellos (silencio). En el cuarto, estocada (una oreja).

El Juli, de verde aguamar y oro. Estocada (dos orejas). En el quinto, dos orejas simbólicas tras indulto. Salió por la Puerta del Príncipe.

Alejandro Talavante, de negro y azabache. Pinchazo y estocada tendida (silencio). En el sexto, cuatro pinchazos, media estocada tendida y descabello (silencio tras aviso)

A %d blogueros les gusta esto: