Luis Carlos Peris.Cuando el viejo Miura recibió la noticia de que Juan Belmonte le había cogido el pitón por la mazorca a un toro suyo empezó a morirse. No podía entender cómo había podido pasar algo así, por lo que cuando llegó de la plaza el mayoral y se lo comunicó dicen que se retiró abatido a sus aposentos en la casa solariega de la Plaza de la Encarnación. Pero los tiempos cambian de tal manera que, medio siglo después, ese caballero que era don Eduardo Miura sintió una satisfacción enorme al enterarse de que todos sus toros se habían ido desorejados al desolladero en la luminosa tarde del domingo de Feria de 1970.

Nunca se había visto nada parecido y lo cierto es que no se ha repetido en el coso del Arenal que la terna completa salga por la Puerta del Príncipe y con el acompañamiento del mayoral. Era el remate de la Feria y se le daba el pase de la firma a una Feria que no puede decirse que fuese de las más brillantes.

Y quizá influyese en esta explosión apoteósica la poca altura artística registrada, pero lo cierto es que cuando José Martínez Limeño, Sebastián Palomo Linares y Florencio Casado El Hencho traspasaron el dintel de la primera puerta del mundo de Tauro, el personal se dio por satisfecho. Por entonces, aún no se había establecido la obligatoriedad de cortar tres trofeos para el honor de salir por el Paseo de Colón, pero el entusiasmo del gentío que abarrotaba la plaza obligó al usía a darle el salvoconducto a la terna completa.

Pocas veces he visto en una plaza a un torero tan emocionado como aquella tarde vimos a Pepe Limeño. El sanluqueño, que se había convertido en un fijo para matar la corrida de la A con asas, redondeó en esa tarde su cima más alta en el albero maestrante. Era su tercera miurada consecutiva y si en el 68 había cortado dos orejas, ya al año siguiente cortó cuatro para repetir en este 70 la faena. Era la consagración definitiva de un gran torero que nunca tuvo la recompensa de moverse por los lugares más confortables del escalafón, de ahí que en esta tarde sevillana le afloraran las lágrimas en el convencimiento de que su vida podía tomar un giro muy favorable. Luego los días de vino y rosas serían efímeros, demasiado efímeros, ya que cuando se vio en un cartel de postín, que fue al año siguiente con El Cordobés y su paisano Parada para matar una corrida de Arranz denunció ciertas irregularidades en el sorteo a favor del Benítez y ello le acarreó ser condenado a volver a las corridas duras.

Pero vayamos al meollo de esta corrida de Miura y no nos olvidemos que en ella se anunciaba una primera figura del escalafón, Palomo Linares. El jiennense no sólo no acababa de entrar en Sevilla sino que el año anterior fue actor principal de un hecho insólito y ciertamente desagradable. Anunciado el domingo de preferia del 69 con Victoriano Valencia y Curro Romero para matar una corrida de Benítez Cubero el festejo no se dio. Por lo tanto, Palomo se apuntó a una corrida que no querían los de su estatus, la de Miura.

Y la corrida salió que ni siquiera parecía de Miura, pues la mayoría del encierro embistió con una fijeza poco habitual en los productos de Zahariche. Cumbrero, Farolito, Serrano, Judío, Botero y Hormiguero se comportaron como si en vez de en Zahariche se hubiesen criado en Los Derramaderos. El lote de Limeño, Cumbrero y Judío, fue excepcional y excepcional fue la actuación del sanluqueño. El toreo al natural de Limeño a su primero estuvo rayando la perfección, los pases de pecho inconmensurables y aunque el torero no salió airoso de la suerte de matar, el rápido efecto del espadazo hizo que la euforia se desatase para que ya no decayera hasta el final del festejo. También le cortó las orejas a su segundo, que fue mansón y muy colaborador con el torero. Pepe lo cuajó con rotundidad y por entonces la plaza seguía siendo un crisol de sensaciones que la convertían en una especie de manicomio. La estocada llevó las orejas a las manos de Pepe y con mucha gente pidiendo el rabo, el torero daba dos vueltas al ruedo con las lágrimas surcándole las mejillas.

La tarde se había embalado desde el primer triunfo de Limeño y aunque el lote de Palomo fue más complicado, la raza del torero hizo lo suficiente como para subirse al carro exitoso de Limeño. Se peleó con los dos de su lote en sendos duelos que rozaron el patetismo y con el adobo trascedente de todo su repertorio. Faenas que inicia toreando, pero de rodillas ganándole terreno para que la emoción terminase por calentar unos tendidos que ardían desde el paseíllo. Dos faenas vibrantes, de torero macho, dos orejas eficaces y sendas orejas para, en el quinto, dar la vuelta al ruedo con sus compañeros.

El cordobés Florencio Casado, que había tomado la alternativa recientemente, le cortó una oreja a cada toro. Con los tres y el mayoral de Miura a hombros por el Paseo de Colón se ponía punto final al ciclo y punto y seguido a una euforia quizá excesivamente triunfalista. Pero para el recuerdo, el nombre de un héroe sanluqueño, Pepe Limeño.

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