Antonio Lorca.– La tarde había caído en picado a causa de la mansedumbre, la mala casta y la falta de calidad de la corrida de Miura cuando los clarines y timbales anunciaron la salida del sexto de la tarde. Salió engallado el cárdeno Taponero, de 576 kilos de peso, recorrió el diámetro del ruedo, y se plantó en un periquete en el burladero del tendido 7; atisbó allí la montera de un subalterno y, en un intento de quedarse con ella, saltó limpiamente la barrera y se plantó en el callejón, donde se produjo una estampida en décimas de segundo. El de la montera buscó como pudo refugio en la arena, otros se guarecieron en los burladeros interiores y alguien tuvo tiempo de abrir la salida al ruedo situada en el camino de la puerta grande. Hasta allí llegó el toro con enorme violencia, de modo que a punto estuvo de dejarse un pitón en uno de los postes que sostienen la barrera. Pero aún tuvo tiempo el animal de ver con el ojo izquierdo las piernas de dos operarios que a duras penas trepaban por la madera para guarecerse en el callejón y hacia ellas lanzó un gañafón que no alcanzó su objetivo.

En el ruedo le esperaba ya Román, que pudo enlazar un par de estimables verónicas; manseó con descaro en el caballo, recortó peligrosamente en banderillas, y llegó al último tercio con una durísima fiereza que puso a prueba el corazón de su lidiador.

Había que tener muchas agallas para citar a ese toro a escasa distancia de los pitones. Era, quizá, un animal para jugársela a cara o cruz, un toro de Madrid, de esos que te ofrecen la posibilidad de una catapulta hacia el estrellato. No está claro. Román, valiente y entregado, consiguió embeberlo en la muleta en un par de muletazos en los que el miura metió la cara en el engaño. No rehuyó la pelea el torero, no dio un paso atrás, pero la mala casta de su oponente no parece que pudiera ofrecerle un triunfo inesperado.

Fue lo más emotivo de una tarde decepcionante en el apartado torista. En primer lugar, porque los miuras no lucieron estampas de tales. Varios de ellos fueron justamente protestados por su deficiente presentación, que es requisito imprescindible para la emoción de una ganadería que no es santo y seña de nobleza y calidad.

No se cayó ninguno, lo que es de agradecer, pero todos destacaron por su mansedumbre en los caballos, su mala casta, sosería y complicaciones en el tercio final.

Rafaelillo tuvo suerte de volver al hotel con la cabeza intacta. En la suerte suprema, su primero levantó la cara y le puso los pitones en el cuello con la clara intención de descabezarlo. Todo quedó, afortunadamente, en un roto en la taleguilla y un susto dolorido. No estuvo bien el torero ante ese toro, que no era un santurrón, corto de viaje y deslucido, con el que Rafaelillo mostró excesivas precauciones, impropias de un torero valiente y avezado en este hierro. Poco pudo hacer ante el cuarto, soso, descastado y empeñado en lanzarlo por los aires.

Los mejores muletazos de la corrida los dio Pepe Moral al segundo, el único que mostró un comportamiento noble, pero también falto de vida y codicia. Largos fueron los pases iniciales por bajo, templados algunos redondos y, en el tramo final de la faena, un templadísimo natural aislado y tres grandes ligados con el de pecho. Mató mal, pero la labor del torero no llegó a alcanzar el clímax necesario; quizá, porque la buena condición del animal exigía una movilidad de la que carecía.

Intoreable, en términos modernos, era el quinto, con el que el torero sevillano lo intentó sin posibilidad de éxito.

Y no estuvo afortunado Román ante su primero. Era como los demás, con el añadido de que en un muletazo con la zurda el toro le puso los pitones en el corbatín. Al torero se le vio afligido en la suerte suprema y se echó fuera sin pudor alguno.

En fin, mansa y dificultosa corrida de Miura -lo normal por otra parte-, pero de presentación impropia para esta plaza.

Toros de Miura, mal presentados, mansos, descastados, sosos y sin clase; noble y apagado el segundo; fiero el manso sexto.
Rafaelillo: estocada, siete descabellos —aviso— y cuatro descabellos (silencio); media y un descabello (silencio).
Pepe Moral: pinchazo, estocada —aviso— y cuatro descabellos (ovación); pinchazo y estocada baja (silencio).
Román: pinchazo —aviso— tres pinchazos, casi entera y dos descabellos (silencio); estocada baja y un descabello (ovación).
Plaza de Las Ventas. Vigésimo séptimo festejo de la Feria de San Isidro. 3 de junio. Lleno (22.597 espectadores, según la empresa).

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