Antonio Lorca.-Si a Luis Bolívar le hubieran dedicado una buena bronca hace unos años, quizá hoy sería otro torero. Si ayer sale de la plaza de Las Ventas entre una ruidosa protesta de unos tendidos encrespados, quizá estuviera todavía a tiempo de reflexionar y dar un nuevo rumbo a su carrera.

Pero en la fiesta de los toros se han perdido las broncas como expresión de exigente cariño. Las grandes figuras de todos los tiempos han tenido una mala tarde y han debido soportar con entereza el enfado de sus partidarios. Una buena bronca te puede hacer pensar y te invita a cambiar. Porque el enojo o el desagrado en la fiesta de los toros no son más que sinónimos de un afecto que solo se profesa a quienes se quiere; y en este caso, a los ídolos.

Bolívar se marchó al hotel entre el silencio a la muerte de su bondadoso primero y unas palmas al finalizar su labor en el sexto, otro toro que le ofreció posibilidades de éxito. Y, con toda seguridad, alguien tratará de convencerlo de que él no es el culpable, que estuvo bien con los toros y que fue la dificultad de estos la que impidió que saliera por la puerta grande.

Quizá, sea exagerado, pero el lote del torero colombiano llevaba el triunfo en la frente; al menos, eso pareció desde la grada, desde donde los toros se ven de manera diferente, también es verdad.

Noble el tercero, que acudía con presteza y nobleza a los engaños, y noble el sexto, extraordinario por el pitón izquierdo. El torero se dejó superar ampliamente por su primero y ofreció una impresión de desgana y derrota. Quiso y no pudo o, quizá, es que no se encontraba en ese momento con la inspiración necesaria. Lo cierto es que desaprovechó la golosa embestida del animal y la plaza guardó un pasivo silencio tras el arrastre del toro.

Salió espoleado Luis Bolívar a recibir al sexto, y lo hizo con buen gusto y pasión con cuatro aceptables verónicas y una media con sabor. Se esmeró en colocar al toro frente al caballo, y mostró una actitud encomiable en el inicio de la faena de muleta. Tardó en ver el lado izquierdo, el bueno, del toro, y ambos colaboraron en tres tandas templadas, lentas y hondas, de naturales que albergaban una fundada esperanza. No alcanzó la faena el clímax requerido, la alargó en demasía, quiso arreglarlo tirándose de verdad sobre el morillo a la hora de matar, pero escuchó dos avisos y casi todo se diluyó.

Posiblemente, esta corrida de José Escolar le pese en su carrera; y aunque no hubiera bronca, la mereció, y de las gordas.

Otro que se fue entre silencios fue Rafaelillo, y fue esa una nota alta para su lastimoso quehacer. Se le vio perdido, con pocas ideas, sin soltura y desconfiado. Su primero lo atisbó cuando el torero lo citaba con la mano derecha y fue a por él como una flecha; tanto es así que, si no está listo, lo manda a la bandera. Le costaba embestir, y el torero dejó claros su oficio y entrega, pero quedó la impresión de que le pudo el conformismo. Y naufragó ante el quinto, corto y soso en el tercio final, con el que no le salió nada a derechas, y todo acabó en una decepción que no se debe corresponder con la eficacia de este torero. Una buena bronca tampoco le hubiera venido mal.

Mejor estuvo Robleño. Acostumbrado a fieras difíciles de lidiar, se encontró con un bonancible toro segundo de la tarde con el que se cruzó de verdad, y dibujó un manojo de naturales plenos de sabor. No supo acabar a tiempo, su labor se hizo interminable y todo el fuego se apagó pronto. Encima, lo aplaudieron. Ante el dificultoso quinto se justificó sin más.

¿Y los toros? Decepcionantes, en primer lugar, por su presentación, correcta para su encaste, pero muy justa para lo que se exige en esta plaza. Todos, a excepción del quinto, hicieron una aceptable pelea en varas, y, con escasa movilidad, pero con nobleza no exenta de sosería, dejaron estar a los toreros. El sexto, protagonizó un espectacular primer tercio, pero destacó más en el galope que en el empuje al caballo. Miguel Martín y Fernando Sánchez saludaron tras un vibrante tercio de banderillas en este toro.

Después de la guerra a muerte de los Saltillo llego el armisticio de los de Escolar. Tras la tensión, la nobleza, y, también, cierto aburrimiento. Una buena bronca —varias— hubiera levantado los ánimos.

Toros de José Escolar, correctos de presentación, bravos en los caballos, noblotes, sosos y de corto recorrido.

Rafaelillo: tres pinchazos y estocada (silencio); pinchazo, estocada baja y un descabello (silencio).

Fernando Robleño: —aviso— casi entera perpendicular y dos descabellos (ovación); bajonazo y cuatro descabellos (silencio).

Luis Bolívar: estocada baja (silencio); estocada —aviso—, dos descabellos —segundo aviso— y un descabello (palmas).

Plaza de Las Ventas. 29º festejo de la Feria de San Isidro. 5 de junio. Más de media entrada (15.528 espectadores, según la empresa).

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