Derechazo genial de Morante al cuarto. Foto: González Arjona

Carlos Crivell.- Huelva se vistió de gala para la reaparición de un torero en el que tiene puestas sus ilusiones. David de Miranda, que volvía a vestirse de luces tras superar un dramático percance que estuvo cerca de dejarlo fuera de los ruedos y de la vida. Pero allí estaba a la hora en punto. Huelva fue más Huelva que nunca, con la banda tocando por las calles que allí tienen una ría, con ese aroma único a pollo asado que sube de las calles a los tendidos, con su reloj retrasado y con El Cabezo despoblado de aficionados. Un calor asfixiante acompañó a la función. Ese que en Huelva ya ha conseguido que algunos toros se mueran en los corrales.

Pero la Fiesta con mayúsculas estaba preparada y servida, salvo que los de Juan Pedro se pusieran en contra. Y todo comenzó con dos toros medio muertos de salida y ya muertos del todo en los primeros tercios. Morante dibujó su espléndido toreo a la verónica en el que abrió plaza. Y repitió en el quite. Ya no hubo más. En la muleta el animal se tambaleó con la boca abierta y juntó las patas y las manos.

El segundo tampoco levantó los ánimos del tendido. El colorado se derrumbó con estrépito en los primeros muletazos de Manzanares. Intentó el alicantino el toreo con la diestra a un toro sin equilibrio. A esas alturas la pregunta era si el tremendo calor tenía alguna influencia en el comportamiento. De todo había, aunque ese tipo de toro de Domecq ya lo conocemos con temperaturas menos agobiantes.

Morante y David de Miranda, a hombros. Foto: González Arjona

La tarde alcanzó el clima de las grandes ceremonias en el tercero. De Miranda, arropado por sus paisanos, se arrimó desde el primer lance. A las verónicas le siguieron unas gaoneras improvisadas de valor sereno. Comenzó su faena con estatuarios solemnes, para seguir con la derecha muy templado y muy despacio. El toro no aguantó más que diez muletazos, David se los dio de verdad y se metió entre los pitones para dejarse acariciar el oro del bordado. Después de unas manoletinas valientes, lo mató de una estocada perfecta. Fue de esas estocadas en las que el toro rueda sin puntilla. Delirio y dos orejas.

La tarde estaba embalada a pesar de la corrida de Juan Pedro; o gracias a ella. El cuarto fue el típico Juan Pedro noble hasta no va más, medido de fuerzas, abrochado de cuerna, una preciosidad con poca casta. Toro que permitió que Morante escribiera una nueva página de toreo grande sobre el albero de La Merced. Se sintió de nuevo en las verónicas. De manera sorprendente, el de La Puebla pidió los palos. Tres pares limpios, fáciles, con uno final al quiebro precioso. A la salida del segundo fue perseguido y se quedó atascado en el intento de salto al callejón. Se libró de milagro. Muy decidido, con una perita en dulce delante, Morante realizó una faena primorosa. Lo recibió con la muleta plegada junto a las tablas, lo llevó por bajo para sacarlo al tercio y allí se desmayó en el toreo con la derecha, todo muy suave, pleno de expresión, perfecto de muñecas, todo un conjunto de sentimientos. A partir de ahí, un conjunto de delicias toreras maravillosas, todo muy armónico, siempre con el diestro mostrando en su semblante su gozo por la obra bien hecha. Delicias como los de la firma o los molinetes. Torería a raudales que remató de una estocada. Dos orejas cuando ya la plaza estaba en modo triunfalismo.

Manzanares estaba obligado a remontar su tarde. Y lo hizo con el toro que mejor embistió en la muleta hasta que se rajó, aunque sus finales fueron incómodos por un cabeceo que le enganchó el engaño en alguna ocasión. El de Alicante lo sometió con la derecha con su toreo de prestancia y empaque, siempre tratando de conducir hasta el final las acometidas. Se rajó el toro y Manzanares dibujó cambios de mano y pases por bajo que fueron carteles de toros. Con cierta irregularidad fue una faena meritoria. Le costó cuadrarlo y la espada hizo guardia en la primera entrada.

Con la noche vencida salió el sexto. De Miranda se quedó quieto con el capote. El de Domecq dobló las manos y fue más para atrás que para delante en banderillas. Se quedó muy quieto con la derecha en dos tandas. No era un toro de triunfo. De Miranda luchó con las embestidas rebrincadas del Domecq y acortó las distancias. La voluntad quedó patente.

Plaza de toros de Huelva. Viernes, 3 de agosto de 2018. Segunda de feria. Tres cuartos de entrada. Toros de Juan Pedro Domecq, de hechuras diferentes, muy descastados en general aunque con nobleza; 1º y 2º desfondados sin fuerzas; noble y apagado el 3º; noble y sin flojo el 4º; encastado y rajado el 5º; flojo y rebrincado el 6º.

Morante de la Puebla, de negro y oro. Tres pinchazos (silencio). En el cuarto, estocada (dos orejas).

José María Manzanares, de sangre de toro y oro. Estocada (silencio). En el quinto, estocada que asoma y estocada. Aviso (saludos).

David de Miranda, de azul marino y oro. Gran estocada (dos orejas). En el sexto, estocada atravesada y descabello (saludos). Salió por la puerta grande junto a Morante de la Puebla.

A %d blogueros les gusta esto: