Luis Carlos Peris.– Transitando por la memorable Feria de 1967, y aunque hayan pasado cincuenta años, los recuerdos quedaron archivados en el mejor rincón de la memoria. Y si ayer rememorábamos el debut ferial de Paquirri, hoy ponemos el acento en la reaparición de un torero personalísimo que había bebido en la fuente de Manolete y que volvía con la idea de reconquistar una plaza que se le había entregado diez años antes. Muchas cosas habían transcurrido en la vida de Juan García Jiménez (Puerto Real, enero de 1934) en ese decenio y en este domingo de preferia Mondeño retornaba a la Maestranza.

Lo de Mondeño le venía a Juan García porque sus padres eran naturales del pueblo malagueño de Monda. Con un concepto vertical del toreo, Juan García había triunfado clamorosamente de novillero en Sevilla, abrió una tarde la Puerta del Príncipe, una lesión de tobillo le obligó a torear varias tardes con un aparato ortopédico ideado por el doctor Rafael Baquerizo y tomó la alternativa en Sevilla el Domingo de Resurrección del 59 de manos de Antonio Ordóñez en presencia de Manolo Vázquez.

Matador de éxito, poseedor de Torre de triunfo, una finca en Sanlúcar la Mayor que le había comprado al entrenador de fútbol Antonio Barrios, Mondeño sorprendió al mundo en 1964 cuando decidió enclaustrase en un convento de clausura. Tomó los hábitos de dominico en el convento burgalés de Caleruega, pero su vocación duró sólo un año y en la temporada de 1966 volvía a los ruedos para reverdecer éxito y fama.

Su reaparición sevillana es en este 16 de abril de 1967, domingo de preferia, para matar una corrida de Pilar Herráiz en compañía de su compañero de tantas tardes Curro Romero y del segoviano Andrés Hernando. Llega por la vía de la sustitución, ya que el torero anunciado, Sebastián Palomo Linares, convalece de una grave cornada. Es tarde de amenazadoras nubes, preside Manuel Zambrano y Mondeño, de blanco y oro, hace el paseo descubierto en señal de respeto a la plaza que tanto le había dado. Al terminar el paseíllo, la plaza estalla en una estruendosa ovación a Curro Romero en reconocimiento a su excepcional tarde de los urquijos de mayo del año anterior , aquella del himno gigante y extraño y de las ocho orejas.

La corrida de la esposa de Carlos Urquijo ha sustituido a una de Núñez rechazada en el reconocimiento. En el primer toro apenas pasa del lucimiento de Curro con el capote, sólo eso. Pero la apoteosis llega en el segundo, que atiende por Ponedero, negro zaino y con 523 kilos de peso. Mondeño se lo brinda a los hermanos Lozano, empieza con sus habituales estatuarios que tanto recuerdan a Manolete, pero donde hace que la Maestranza se ponga en pie es cuando liga el natural con el de pecho sin moverse y dando la impresión de que el toro sería imposible que cupiese por donde Juan lo llevaba. Remate de manoletinas, estocada hasta los gavilanes y las dos orejas del murube van a sus manos. Juan García ha vuelto a reconquistar Sevilla.

Ha dado Hernando la vuelta al ruedo en el tercero y sale Borracho, negro y con 513 kilos en la romana. Curro lo cuida con el capote y surge la apoteosis romerista una vez más en el patio de su casa. Tras una borrachera de toreo, unos mayestáticos ayudados por bajo preceden a una estocada que da con el toro en tierra. Las dos orejas para el que ya es el gran ídolo de Sevilla y dos vueltas al ruedo como sólo él las daba, por lo despacio y plenas de empaque.

Le hierve el agua a Mondeño, que sale en el quinto a plenitud de revoluciones. Se llama el toro Betunero y pesa 536 kilos. Lo brinda a Diodoro Canorea y su faena, tanto en redondos como al natural, es un arrimón en toda regla que enardece al público. Y cuando se dispone a ponerle la guinda, en una manoletina es arrollado y herido. Curro mata al toro de una estocada y la oreja concedida se la lleva la cuadrilla a la enfermería. Fue operado por el doctor Leal Castaño de una cornada en la región inguinal que llega hasta la fosa ilíaca, calificándose la herida de grave, pasando a la Clínica Virgen de los Reyes, situada entonces en la calle Oriente.

No pasó nada digno de mención en el sexto, Andrés Hernando fue despedido con aplausos y en loor de multitud Curro Romero. En esta vuelta de Juan García a Sevilla se había visto a un torero más sonriente, como si su estancia en el convento le hubiese aportado una paz interior que afloraba en una sonrisa que sólo le abandonó cuando Betunero le metió el pitón por la ingle. Quizá menos hierático que en su etapa preconventual, pero tan amanoletado como entonces y pasándose al toro tan cerca que parecía imposible.

De esta forma, combinando el éxito con la tragedia, tiñendo de sangre su terno blanco y oro, Juan García Mondeño reeditó su cartel de antaño en Sevilla. Estaba anunciado para el miércoles con Rafael Ortega y Jaime Ostos, pero hubo de ser suplido por Antoñete. Volvió al año siguiente y ya nada fue igual a través de una historia distinta, muy distinta.

Cincuentenario memorable

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