Antonio Lorca.- Porque no hay aficionados sabios, comprometidos y exigentes, y lo que abunda es un público pasajero, generoso, bienpensante y aplaudidor… Quizá por eso, el Rey Felipe VI se pudo permitir el lujo de dar una bofetada sin manos a la fiesta de los toros, y dejar que su padre lo representara en la corrida de Beneficencia, la más importante del año. Pero su ausencia ayer en Las Ventas no tiene justificación posible para un aficionado cabal.

¿Dónde está el Rey? ¿Por qué este desaire a la fiesta de los toros, patrimonio cultural de este país, con la que comulgan millones de españoles a los que él representa?

Es verdad que ser aficionado a la fiesta en estos tiempos que corren no está bien visto, no es políticamente correcto, pero el Rey sabe que con este espectáculo se emociona gente de toda condición política, económica, social y cultural, monárquicos y republicanos, progresistas y conservadores, creyentes, ateos y agnósticos, ricos y pobres, madrileños y de provincias,… y todos merecen el respeto de Su Majestad, de quien no esperan más que un gesto de apoyo entre tanto ataque desmedido.

Nada se le exige más allá de su presencia. Acudir a la Beneficencia es un detalle de buen gusto que marca la tradición; y su ausencia, en consecuencia, una descortesía.

Es intrascendente si al Rey y a su entorno le gustan o no los toros; lo importante es estar en cada momento donde hay que estar. Y, ayer, el jefe de estado debía estar en el palco real de la plaza de Las Ventas.

Estuvo su padre, don Juan Carlos, y recibió el respeto y el cariño de miles de personas agradecidas.

Claro, que Felipe VI no se perdió gran cosa. Bueno, quizá hubiera podido aprovechar para recomendar a la autoridad el cese inmediato de los equipos presidenciales que van de mitin en mitin tarde tras tarde. Ayer, por ejemplo, el usía concedió una oreja a Ginés Marín que, claramente, no solicitó la mayoría ni el torero mereció.

Por lo demás, la corrida fue un pestiño. Los toros de Alcurrucén colaboraron a ello con su manifiesta mansedumbre, falta de casta y sosería, pero los protagonistas principales del tostón fueron tres figuras, Ferrera, Perera y Marín, que no estuvieron, ni de lejos, a la altura de ocasión tan importante.

Y el mejor de todos fue el más joven, que se gustó en dos aceptables verónicas al recibir a su primero, las repitió en un quite y le contestó Ferrera con tres chicuelinas con las manos bajas. Marín tuvo detalles -desprende gusto y torería en sus andares por el ruedo-, pero nada redondeó ante un toro noble y con cierta movilidad. A pesar de ello, el presidente se mostró dadivoso. Soso fue también el sexto, dio el torero muchos pases, y no emocionó con ninguno. Si motivo aparente –un toro siempre es un toro- la cuadrilla pasó un trago de los malos en el tercio de banderillas.

Después de dos avisos, Ferrera salió a saludar al tercio. Ese gesto lo dice todo. Manso y fiero -dificultoso, pues- era su primero, y por allí anduvo el torero despegado, sin apreturas, y solo consiguió interesar en una tanda de naturales con sabor. No hubo más.

Nada relevante ante el cuarto, deslucido y poco propicio para el triunfo. Pero otra vez fracasó en exceso con la espada. Como no lo aplaudieron, no salió a saludar.

Tampoco tuvo su tarde Perera, aburrido y desabrido ante el segundo, un toro soso y de corto viaje. Intentó esmerarse ante el cuarto, de mejor condición, pero al torero se le vio preso de monotonía y carente de imaginación. Cómo sería el asunto que hasta Curro Javier, un maestro vestido de plata, se contagió y firmó una tarde manifiestamente mejorable.

Los tres tienen condición de figura, y a los tres se les debe exigir en función de tal categoría. Por lo que se vio ayer, en cuanto no se encuentran con el toro de carril, se limitan a dar pases y más pases y aburren a las ovejas.

Por cierto, ¿dónde estará el Rey?

Toros de Alcurrucén, correctos de presentación, mansos, descastados, sosos y parados.

Antonio Ferrera: estocada caída -aviso-, un descabello -segundo aviso- y un descabello (ovación); dos pinchazos, estocada baja, un descabello -aviso- tres descabellos y el toro se echa (silencio).

Miguel Ángel Perera: metisaca, estocada caída, cuatro descabellos -aviso- y un descabello (silencio); estocada -aviso- y tres descabellos (silencio).

Ginés Marín: pinchazo y estocada (oreja); pinchazo y estocada (silencio).

Plaza de Las Ventas. Trigésimo festejo de la Feria de San Isidro. Corrida extraordinaria de Beneficencia. 6 de junio. Lleno (23.289 espectadores, según la empresa). El Rey emérito Don Juan Carlos presidió el festejo desde el palco real, acompañado por la Infanta Elena y por el presidente de la Comunidad de Madrid.

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