Diego Puerta_alternativaLuis Carlos Peris.- El neófito llegó a la tarde del doctorado con la herida fresca por la cogida que sufrió en Sevilla en su despedida de novillero. Como tantas y tantas veces, el triunfador de la tarde no fue el toricantano.

Eran otros tiempos y qué darían los actuales empresarios por ver llena la plaza un lunes laborable. Corría el 29 de septiembre de 1958 cuando se anunció la alternativa de Diego Puerta, un joven novillero del Cerro del Águila que hacía concebir ciertas esperanzas entre los aficionados sevillanos. Se celebraba la primera corrida de la Feria de San Miguel y el cartel era de lujo, ya que lo abría Luis Miguel Dominguín y lo completaba el torero de moda, que no era otro que el toledano Gregorio Sánchez.

A Diego lo había herido un novillo de Gallardo tres semanas antes en ese mismo sitio y con la herida aún fresca se vestía de torero nada más, y nada menos, que para hacerse matador de toros. Ya estaba fraguándose la leyenda de valor a sangre y fuego de un torero que iba a ser figura grande durante quince años, pero que llegaba a la alternativa con las lógicas dudas de un principante que, por si fuera poco, iba emparedado en el paseíllo por el líder del escalafón y por un torerazo de mucho cartel en aquella Sevilla de finales de los cincuenta. Una Sevilla surcada de raíles del tranvía y que ya andaba tonteando con cierto novillero de Camas que la había encandilado un año y medio antes mediante un manejo de ensueño de las telas toreras.

De blanco y oro, Diego miraba hacia ambos costados con los nervios disparatados y la ilusión intacta. El toro de la alternativa atendía por Zambombero y era de la ganadería de Arellano y Gamero-Cívico. Sin pensárselo echó las dos rodillas en tierra y lo recibió en el tercio con una larga cambiada para seguir a pies juntos en una sucesión de lances más voluntariosos que artísticos. Pero la tarde no pasó de ahí para el toricantano. Con la muleta estuvo queriendo mucho pero pudiendo poco ante un toro muy quedado, que, además, sabía qué se dejaba atrás. Se le aplaudió la volutad, pero aquello no había funcionado como el ambicioso Dieguito hubiera deseado.

Quedaba otro, pero cuando el sexto salió, la desilusión fue en progresión geométrica. El toro era una raspa, la plaza protestó y hubo pañuelo verde. En su lugar salió un pavo de Escudero que no se dejó pegar un pase. Al cabo de los años, Diego le confesaba a su biógrafo, el periodista Antonio Petit, que en los corrales había habido guasa, ya que el toro devuelto le había tocado a Luis Miguel y que se lo endosaron a él. Su poca presencia hubiera tenido un efecto contraproducente para el líder del escalafón y, sin embargo, con el recién llegado podía pasar. «Esa noche me fui a meditar al hotel Oromana y le dije a mi apoderado, José Gómez Sevillano, que me iba a mi casa. José me convenció y al domingo siguiente triunfé en Palma». Por aquella corrida cobró Diego 100.000 pesetas, de las que sólo le quedaron 2.000 para él.

Como tantas y tantas veces, el triunfador de la tarde no fue el alternativado. Luis Miguel González Lucas, el gran Dominguín, cuajó una de sus mejores tardes en Sevilla. Venía de cortar un rabo el día anterior en Vista Alegre, la desaparecida Chata Carabanchelera. Cuajó de forma rotunda al cuarto de la tarde tras un recital con el capote, con las banderillas y con la muleta. Al toro lo paró Angelete y a partir de ahí, la plaza se llenó de un torero de época. Luis Miguel ha sido uno de los toreros que más han llenado el escenario y en esa tarde de San Miguel iba a entregársele Sevilla de forma incondicional.

Combinó la largura con el temple, la maestría con el empaque, el conocimiento con la improvisación y la plaza unánimemente le pidió el rabo. No lo concedió el presidente y cuando el madrileño daba la vuelta al ruedo con las dos orejas en las manos, el sombrero de Gregorio Corrochano cayó a sus pies. El considerado crítico taurino más riguroso de la época, y de muchas épocas, se había rendido ante la redonda faena de Luis Miguel. Conocida es la confesión de un gallista tan incondicional como Juan Alfonseca: «Hoy más que nunca ha recordado Luis Miguel a José, pero con el temple de Juan».

El testigo de aquella alternativa, Gregorio Sánchez, volvía a la Maestranza tras dos años ausente. El día de su alternativa, Domingo de Resurrección de 1956 en Sevilla, lo coge un toro de Santa Coloma. Está anunciado para veinte días después con la de Miura y sin estar recuperado hace el paseo. Anda a la deriva y vuelve herido nuevamente a la jurisdicción del doctor Leal Castaño. Y en este 29 de septiembre de 1958 reaparece en una plaza que lo arropó mucho de novillero. Gregorio, dominador y gran muletero que bebe de la fuente de Domingo Ortega, está muy lucido en los dos y no le cortó la oreja a un toraco lidiado en quinto lugar de Escudero Muriel por culpa del descabello.

Así fue el día grande de un torero que vio cómo el consagrado le daba un baño monumental. No hubo triunfo para él y las cosas se le pusieron muy mal, hasta el punto de que al año siguiente se quedó sin torear en Sevilla. Pero quien tiene el duro lo cambia tarde o temprano y en la Feria del 60, un toro de Miura llamado Escobero le dio la posibilidad de tirar la moneda, salió de cara y la vida le cambió para convertirse Diego Puerta en una de las grandes figuras del siglo XX.

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