CARLOS CRIVELL.– En la vida de todos los aficionados siempre hay un torero que marca su tiempo de fijación en la fiesta. Es el torero que se comporta en la plaza como nosotros mismos hemos soñado muchas veces hacerlo, porque todos los que hemos dedicado una buena parte de nuestro tiempo al toreo, en cualquier misión, hemos soñado tardes de pases maravillosos. En la vida de los críticos e informadores taurinos también hay toreros espejos, porque antes que nada somos aficionados.
En mi caso, ese torero fue Manzanares, uno de esos matadores de toros que ocupan un sitio en la historia de la Fiesta escrito con letras de oro. Nació a la vera de Mediterráneo, en Alicante, en el barrio de Santa Cruz. Su abuelo fue un pescador. Su padre era un enfermo de los toros que trabajó en el puerto, Pepe Manzanares. José María toreaba a los 3 años de salón. Aprendió el manejo de los avíos de torear al mismo tiempo que aprendía a hablar. Su padre dejó el puerto y fue banderillero y su hijo era su mozo de espadas. Los libros quedaron arrinconados porque ‘¿y qué importa a mi estudiar? Si voy a ser torero’.
Mató su primer novillo en 1970 y luego formó pareja con Galloso. No era una rivalidad en sentido estricto. José María Manzanares era ya un aspirante muy serio a torero clásico y Galloso era un torero variado, alegre. Se compenetraban, pero no había rivalidad con saña, aunque siempre quedaba el amor propio de superar al portuense. La vida de los toreros está llena de días claves. La profesión es un permanente aprendizaje, en cada momento, cada toro, enseña nuevas cosas, pero el molde básico, el fundamento, se escribe en los principios. En esos momentos del arranque, como persona y torero, allí estuvo siempre la figura de su padre.
Es evidente que ese baño mediterráneo y los consejos del padre debieron cimentar una manera de entender el toreo. Dijo Belmonte que se torea como se es. No es cuestión de hacer un análisis muy exigente. La frase de Belmonte es cierta, pero diría algo más, se torea también como se está. Este torero aprendió a dar pases cuando era un niño sin poseer ni la técnica ni la sensibilidad para explicar lo que hacía. Incluso cuando aplicó la técnica, que en este torero es fundamental, aún faltaba que su estilo se impregnara de su forma de ser, para conformar una forma de torear. La base con la técnica y luego la persona para darle contenido.
En el caso de José María Dolls Abellán no es preciso insistir mucho; de un espíritu muy sensible surge un torero especialmente artista y clásico. Manzanares aprendió a esta:, la técnica; y con el tiempo le puso a su toreo toda su personalidad. El toreo es un arte y Manzanares apostó por el clasicismo. Fue un artista clásico. Y decía que así surgieron fechas. La despedida de novillero en su Alicante con seis novillos. La alternativa el día de San Juan de 1971 con Luis Miguel y El Viti. La primera corrida de toros en Sevilla en la Feria de 1972.
Hay fechas y hay también personas. Lo apoderó Pepe Barceló y en 1972 lo hizo Alberto Alonso Belmonte. Pero en 1978 cambia y luego, en 1981, aparece en su vida Pablo Lozano. Antes triunfa en Madrid, porque ¿quién ha dicho que Las Ventas no se ha entregado al toreo de Manzanares? Ya Sevilla sabía de este torero. Pero hay una fecha clave: 22 de mayo de 1978 en Madrid. El toro Clarín de Manolo González. Ese toro aparece cuando se ha iniciado una campaña contra el torero. Tal vez sea uno de esos encuentros que justifican una vida para quien realiza la obra de arte y para quien la presencia en un tendido. Se torea como se está. Y yo diría que todos los toreros están hechos de carne y hueso. Y el hombre es fuerte en ocasiones, sincero, expresivo, introvertido, pasional o disparatado. Y todo eso se puede reflejar en la obra de un artista. Es otro punto de reflexión.