Luis Carlos Peris.- Setenta años del suceso que paralizó a todo un país ya de por sí conmovido por una posguerra que no acababa nunca. Setenta años de que un toro de Miura, hijo de la vaca Islera, le reventase la femoral al dios que paliaba la depresión inacabable de todo un pueblo. En esa tarde de Linares, con la taleguilla rosa destrozada y Álvaro Domecq ejerciendo de cancerbero para que la amante no pudiese oficializar su matrimonio, España contenía la respiración a la espera de noticias que se movían con la morosidad de una época en la que todo iba sin prisas. Setenta años de la cogida que acabó de madrugada con la vida del gran ídolo de los cuarenta, Manolete. Con la muerte del cuarto califa ya no había por qué empeñar el colchón para sacar la entrada. El gran antídoto de la depresión dejaba al país con la orfandad como otro dolor, uno más en un tiempo rico en penurias.

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