Gastón RamírezGastón Ramírez Cuevas.- La Maestranza prácticamente se llenó para ver por cuarta vez este año a Manzanares, aunque seguramente también había por ahí muchas aficionadas que acudieron para presenciar el retorno al coso sevillano del popular –en la prensa del corazón- Francisco Rivera. Poco público debe haber asistido a la plaza para ver a David Galván, pero el torero gaditano acabaría convenciendo al respetable que gusta del valor tremendista.

La palabra karma viene del sánscrito y significa acción, sino o destino. Según el hinduismo y/o el budismo, el karma consiste en los resultados inevitables de todos nuestros actos dependiendo de si estos han sido buenos o malos. De ese modo, todo tendrá su justa recompensa o castigo en esta vida o en futuras reencarnaciones.

Así las cosas, Manzanares, quien no había estado bien en sus primeras tres tardes sevillanas, pero que había cortado dos orejas merced a un par de estoconazos, hoy estuvo sensacional con la muleta pero perdió varios apéndices debido a su ineficacia con los aceros.

Vamos ahora directamente a lo ocurrido en el decimosegundo festejo del abono.

Francisco Rivera, al que desde hace algunos años le ha dado por anunciarse con el nombre de su padre (el gran Paquirri) en los carteles, anduvo precavido y sin sitio toda la tarde. Rivera desperdició su lote en forma por demás calamitosa. Mató al que abrió plaza en el caballo y al cuarto sólo le pegó pases anodinos a prudente distancia. Pero (cuestiones del karma) fue el único que mató a sus toros eficazmente; bastante mal, pero al primer viaje.

Manzanares también sorteó un lote que traía las orejas puestas con alfileres. Al segundo lo toreó primorosamente a la verónica y remató con una media larga elegante. El quite consistió en dos chicuelinas y una media verónica. David Galván quitó también con el lance de Chicuelo y pegó otra media larga cordobesa de mucho sabor.

Con la muleta José Mari puso la plaza boca arriba. Las templadas tandas de derechazos y los cambios de mano por delante pusieron a la gente de pie. El toro se arrancaba de largo con mucha alegría y fue el colaborador perfecto pues humillaba y repetía sin descanso.

La faena tuvo también tandas con la zurda, pero el fuerte de Manzanares son los derechazos y los forzados de pecho, pases que interpreta con un empaque y una clase inigualables. La música no paró de sonar hasta que el alicantino se fue por la espada de matar. Se perfiló en los medios y –sorprendentemente- no citó a recibir. Digo lo anterior porque el toro todavía tenía recorrido y era fijo como el que más. Como pinchó y anduvo pesado con la corta, José Mari sólo pudo salir a agradecer la ovación en el tercio.

Casi igual fue la faena de muleta al quinto, otro bicho que tenía las mismas cualidades que el segundo de la tarde. Manzanares volvió a gustarse en todo momento, aunque en un descuido sufrió una voltereta aparatosa que no tuvo consecuencias. Se empeñó en matar recibiendo en tablas al cornúpeta y el karma volvió a manifestarse. La clamorosa vuelta al ruedo  fue la manera en que Sevilla le demostró a José Mari su agradecimiento por haber vuelto a la senda del toreo elegante y con el sello de la casa.

David Galván no tuvo suerte con su lote. El tercero fue el peor animal del encierro por rebrincado y falto de casta buena. Ahí anduvo el joven espada de San Fernando alargando una faena que no tenía mayor caso.

En el sexto, un animal que se defendía con inteligencia, sin entregarse ni colaborar, Galván sufrió un revolcón tremendo y se llevó una soberana paliza. Sin verse la ropa David volvió a la cara del toro y se fajó como los toreros machos. Dentro del arrimón vimos un milagroso pase por el pitón derecho. Lo ceñido de ese muletazo, lo largo del mismo y la sorprendente codicia del astado fueron lo que más agradó al cónclave sevillano, pues es bien sabido que aquí la gente no comulga con el tremendismo a ultranza. No obstante, después de que Galván pudo deshacerse de su enemigo, un sector del público de sol le animó a dar una vuelta al ruedo que debe haberle sabido a gloria.

Es necesario apuntar que el banderillero Juan García, de la cuadrilla de Rivera Ordóñez, sufrió una cornada menos grave al intentar clavar el segundo par de banderillas al cuarto de la tarde. Y para no variar, Curro Javier anduvo fantástico con capote y rehiletes, desmonterándose en el quinto de la tarde.

Esto del karma es algo definitivamente preocupante. Con la de Victorino y con ésta de Núñez del Cuvillo llevamos ya dos tardes seguidas con toros algo bravos y muy nobles, ¿será señal de que el sábado y el domingo nos esperan cosas atroces? Esperemos que no, pues en el balance personal de cada aficionado (el verdadero mártir de la Fiesta, el émulo del santo Job) siempre hay karma bueno de sobra.