Gastón Ramírez Cuevas.– La Maestranza presentaba tres cuartos largos de entrada para la última corrida de la feria de abril. El respetable sacó al tercio a Dávila Miura antes de que el primer pupilo de sus tíos (don Antonio y don Eduardo Miura) asomara por toriles. Fue una clara muestra del aprecio que le dispensa la afición, festejando sin más preámbulos su regreso a los ruedos tras casi nueve años en el retiro; una manera de agradecerle el gesto de apuntarse a torear la corrida de sus parientes y ancestros ganaderos, quienes celebran el septuagésimo quinto aniversario de mandar consecutiva y anualmente toros de la “A” con asas al coso del Baratillo. Eduardo invitó gentilmente a sus alternantes a compartir la cariñosa ovación.
En su primer enemigo, Dávila se las tuvo que ver también con el viento, factor que molestó mucho durante toda la tarde. A ese primero, que fue débil y complicado, el torero sevillano le aguantó varias coladas y derrotes, logrando robarle algunos muletazos de valía. En su segundo, un cornúpeto que dio bastante más juego que el primero de su lote, Dávila Miura estuvo bien a la verónica y logró estirarse en muletazos por ambos pitones. Las tandas las remató, como siempre y para deleite de la afición, con excelentes pases de pecho.
Tardó mucho Dávila en cuadrar al toro, pero la espera valió la pena pues pegó el estoconazo de la feria: un volapié fabuloso que hizo rodar al toro como la legendaria pelota. La oreja fue pedida por unanimidad, pero el presidente tardó mucho en sacar el pañuelo y se produjo el bochornoso incidente de ver cómo el alguacilillo tenía que ir al desolladero a cortarle el apéndice al bicho.
El otro triunfador de la miurada fue el torero que se apuntó también a los victorinos y consiguió cortar una oreja de peso: Manuel Escribano. En el segundo de la tarde, un animal engañoso porque parecía tener más fuelle y ser bravo y repetidor, pero que acabó aprendiendo, desarrollando sentido y defendiéndose, Escribano se lució con capote y banderillas pero no logró nada similar a lo que vendría en su segundo turno.
Sin temor a exagerar, puedo afirmar que Manuel Escribano estuvo cumbre en el quinto. Es sensacional ver al diestro de Gerena torear con temple y ligazón a los toros de El Zahariche. Primero se fue a porta gayola y después de la media larga cambiada de rodillas le pegó al animalito (¡656 kilos!) unas verónicas de gran suavidad que arrancaron la ovación.
El astado fue picado de manera reprobable y eso le quitó pases al gigantesco miura. En banderillas Manuel puso dos grandes pares de poder a poder y en el quiebro al violín en tablas desafortunadamente sólo dejó un garapullo.
Al iniciar la faena de muleta por alto, Escribano sufrió una espantosa colada por el lado derecho, donde el toro hasta le desprendió un adorno de la taleguilla. El resto de la faena de muleta consistió en un alarde magistral de quietud, serenidad y buen gusto. Es inverosímil contemplar a este torero torear a los de miura con la misma confianza y arte con los que otras personas les dan pases a los toritos de la ilusión de Juan Pedro y sus colegas.
El cornúpeta parecía tener más fuelle, pero se fue apagando velozmente. La música sonó constantemente para acompañar un trasteo en el que hubo profundos naturales, hondos derechazos y hasta un pase del desdén de cartel. Insisto, aquí hubo tandas, no únicamente pases sueltos; aquí se ligó, se templó y se completó. ¿Dónde está ahora mismo el guapo que pueda presumir de hacer esto con tal desparpajo y alegría ante los miuras? Manolo se lanzó a matar a un tiempo y si la estocada hubiera caído un poco más en lo alto es seguro que le presidente hubiese concedido no sólo una oreja sino también el segundo trofeo.
De la labor del tercer espada, Iván Fandiño, poco se puede encomiar o contar con entusiasmo. Los miuras que le tocaron en suerte no fueron ni mucho mejores ni peores que los que sortearon sus alterantes. Sin embargo, estos triunfaron de verdad y Fandiño pasó prácticamente inadvertido en su segunda y gris comparecencia de la feria. No sé si pueda utilizarse como excusa el que un torero haya estado fuera de cacho, desconfiado, carente de ilusión y sin entender a sus enemigos. Si eso es posible, entonces el torero de Orduña está disculpado.
Se acabó otra feria más. Afortunadamente salimos felices de la plaza y eso siempre ayuda a combatir el desasosiego y la tristeza que afloran en el aficionado cuando éste piensa que la tierra tendrá que dar otra vuelta al sol antes de que dé inicio la temporada de toros en la plaza más bonita del universo conocido.