Álvaro Pastor Torres.- En los días más crudos de la última guerra incivil que azotó este país tan dado históricamente a las luchas fratricidas y a los ajustes de cuentas a pellizquitos, nos cuenta Joaquín Romero Murube que andaba por Sevilla un betunero conocido como «Don Antonio», que echándole dos pares bien despachados, daba su peculiar parte, antes incluso de que lo hiciera a través de la radio el mismísimo y todopoderoso Gonzalo Queipo de Llano y Sierra, reputado desleal a la monarquía alfonsina, a la II República, a Franco y al sursum corda. De ese peculiar personaje que pululaba abrillantando el calzado entre La Campana -la de antaño, la golfa de los cafés, no la de ahora, llena de hamburgueserías-, y la no menos golfa por entonces Alameda de los Hércules -y que hacía parada delante de la estatua de Daoiz en la Gavidia para dar encendidos discursos sobre la guerras de Cuba o de África-, me acordé al salir los dos primeros toros, lustrosos como ellos solos, con un pelo negro, brillante al sol de la tarde abrileña, pero sobre todo cuando el que abrió plaza, de tanto arrastrar el hocico por la arena se lo ensució, lo mismo que pronto se mancharán los zapatos con el polvo de la feria. ¡Ay, el polvo en la feria… de abril! (Lástima que las largas arrancadas de este burel no fueran correspondidas con unos lances de capa a juego, salvo un breve quite de Luque, ejecutado con los restos de la lona grande del Circo Mundial).
El diálogo de Don Antonio con la escultura del héroe del 2 de mayo madrileño, obra de Susillo más conocida en Sevilla por el volumen de sus botas que por la calidad artística que atesora, podría haber sido el siguiente: «Pues sí, don Luis, para qué nos vamos a engañar, a esto de los toros, como siga así la cosa, le quedan dos telediarios, y de los de La 2, que son más cortitos. En pleno siglo XXI, cuando el mundo gira a una velocidad de vértigo y priman las sensaciones fuertes que nos bombardean la vista, hay que ser muy masoquista para pagar un ojo de la cara por pasar 162 minutos sentado sobre el duro ladrillo para ver, ora una capea en el ruedo -donde por cierto cada vez hay más capotes en los primeros tercios-, ora una sucesión de mansos; ya un catálogo de trapazos perpetrados con el mayor desinterés del mundo, ya el consabido repertorio previsible del sota, caballo y rey, ejecutado por los mismos que el año pasado, y el otro, y el anterior también, ya demostraron que están para un paro biológico prolongado. La oreja de Pepe Moral, ganada en justicia contra todo, pero sobre todo contra un manso que huía hasta de su propia sombra, no puede ocultar una debacle que calentó los ánimos del respetable -de sol y también de sombra, ojo- y que hizo desfilar a muchos antes de que saliera el sexto».
Se me olvidó decir que Don Antonio el betunero era cojo, como la mayoría de los 8 toros charros 8 que ayer saltaron al ruedo.
Se acabó el carbón. V festejo no triunfal. Sevilla, abril de 2015.