Álvaro Pastor Torres.- El domingo 29 de octubre de 1950 se anunciaba en la plaza de toros de Sevilla una novillada con picadores en la que seis aspirantes iban a dejar sus ilusiones ante los novillos de doña Rocío Martín Carmona. Junto al nombre de cada actuante, su lugar de procedencia: La Macarena, San Bernardo, Triana… y la Puerta del Arenal, patria adoptiva del marchenero Mariano Martín Aguilar, apodado «Carriles», que ese día debutaba en la Maestranza. Siete años después tomó la alternativa en Sevilla, durante la Feria, para acabar pronto en el escalafón de plata hasta que una tarde en Valencia, a las órdenes de Dámaso González, su corazón dejó de latir como consecuencia de un infarto fulminante. De todos los barrios de la ciudad, ya dentro del casco histórico, ya extramuros, llegaban novilleros cargados de ilusión y oro viejo con el apoyo de sus vecinos que hasta rifaban los más insólitos objetos para ayudar en los cuantiosos gastos.
Ayer otro novillero de la Puerta del Arenal, donde está la freiduría con un azulejo carretero y el muy taurino bar de Ventura, subía vestido de blanco y oro la cuesta de la calle Iris -repleta de carteristas, guiris y cuarentonas esperando hacerse un selfie con Manzanares- para doctorarse en tauromaquia, y todo sin salir de su collación, que es la de Santa María, San Clemente o el Sagrario de la Catedral, que cada uno la llame como quiera. Por eso Francisco Lama de Góngora siempre ha llevado en los carteles con orgullo el nombre de su barrio, desde que estaba en la Escuela Taurina de Sevilla bajo el magisterio de Tito de San Bernardo y Luis de Pauloba, y soñaba una y otra vez con este día mientras daba una y otra tanda de toreo de salón en el parque del Alamillo.
Después vinieron los tentaderos en Arucci, en lo del conde de la Maza o en la finca marismeña de los Campos Peña. Y las becerradas donde ya destacó tu fino estilo y tu buen hacer. Y el debut de luces; esos ternos, el gris plomo de la fotografía en la capilla de la plaza de Almadén de la Plata; el espuma de mar que dicen ahora, el celeste que paseó por la serrana Villaluenga o el rosa. Esas plazas que vieron tus primeros pasos: El Castillo de las Guardas, Aracena, El Campillo. Después las novilladas de promoción que organizan las Escuelas Taurinas con Eduardo Ordoñez al frente. Y una noche de julio, como un sueño de verano, la Puerta del Príncipe, que tanto bien y algún que otro mal te hizo. Siguió tu cursus honorum, con tu gente, con Luis; con Cándido que ayer tan bien bregó en una tarde de extraordinarios lidiadores; con el fiel y eficaz Ronquillo. Con tus incondicionales que siempre fueron con la verdad y el corazón por delante ¿verdad Enrique Henares? Y llegaron los del castoreño y un apoderamiento firmado en un billete de 50 euros, sin salir del Arenal.
Porque aunque los revolucionarios de 1868, y otros ilustres próceres decimonónicos se encargaron de tirar de las murallas y sus puertas en nombre de un mal entendido progreso -como ha documentado hace poco nuestro compañero Juan Miguel Vega-, las puertas de la vieja ciudad siguen vivas en el subconsciente ciudadano: Osario, Carmona, de la Carne, Jerez, la Barqueta, la Macarena, Real. Y también en el nomenclátor callejero gracias a una loable intervención del ingeniero e historiador Ramón Cañizares Japón. Curiosamente fue el alcalde García de Vinuesa -cuyo nombre ostenta hoy la antaño muy poética calle de la Mar- el que mandó derribar esa puerta.
Ayer, Paco, abriste otra puerta, la de la jungla. Suerte, matador. ¿Vale? Ma-ta-dor.