Carlos Crivell.– Andalucía está a punto de alumbrar un nuevo Reglamento Taurino con la pretensión de que se ponga en funcionamiento en todas las autonomías, algo que no parece fácil, ya que algunas se han mostrado reacias a asumirlo. El articulado de este nuevo Reglamento permanece en manos del Gobierno andaluz y de los miembros del Consejo Andaluz de Asuntos Taurinos (CATA), que ahora se dedican a ofrecer charlas sobre el mismo, antes de que haya sido comunicado a la opinión pública (a través de la mayoría de los medios de comunicación) y a los aficionados. Es otro capítulo más de la errática política de información de la Junta, personalizada en la Consejería de Interior. No se trata solo de mantener el mismo discurso en cada aparición, en la que se vuelven a destacar los indudables logros de la Junta en materia taurina, sino que es preciso informar con transparencia a todo el mundo de estas cuestiones.

El mundo de los toros necesita unas normas administrativas imprescindibles para su funcionamiento normal, que naturalmente deben estar recogidas en un articulado. Sin embargo, lo que se discute por muchos es si es necesario un Reglamento Taurino que trate de ordenar el espectáculo taurino. Como quiera que somos de la opinión de que es necesario, nos atrevemos a exponer estas ideas. Lo que sea el nuevo Reglamento de Andalucía ya se verá en su momento. Han intervenido en su elaboración muchos protagonistas del torero, y se nos comenta que ha habido consenso, aunque también se nos ha advertido que siempre ha prevalecido la idea de contentar a todos sin molestar a nadie. Así que mal asunto para comenzar.

De lo que nos han contado algunos participantes en el llamado CATA, además de alguna entrevista concedida por el consejero del ramo, podemos hacer algunas evaluaciones. Ante todo, un Reglamento debe regular el desarrollo de los festejos en atención a la defensa de la propia Fiesta y de los espectadores.

Si un Reglamento trata de mejorar la corrida de toros actual lo tiene muy difícil, porque la mayoría de los problemas actuales se derivan de la falta de casta del toro, algo que no se puede reglamentar. Se selecciona un toro muy noble sin acometividad ni fiereza. A esto hemos llegado y el toro que se lidia en nuestras plazas, de forma generalizada, carece de emoción, es un toro de comportamiento previsible, en cuya lidia cada vez tiene menos importancia la suerte de varas y que permite que los lidiadores les peguen cien pases, antes de un arrimón final con un toro ya mortecino, ciego y agotado de embestir a la muleta. Esa es la Fiesta que nos ocupa en nuestros días. De ahí que, cuando sale una corrida emocionante por casta, codicia y fiereza, todos saltemos de alegría.

En este nuevo Reglamento se dejan de lado los problemas de la suerte de varas. Se admite que, de forma excepcional, se permitirán pruebas funcionales con nuevos utensilios, pero, de momento, todo seguirá como hasta ahora. Es decir, nada de bajar el peso máximo de caballo, de disminuir el tamaño de la puya o de aligerar los petos. Tampoco se aborda una cuestión peliaguda como es la innecesaria presencia de dos picadores en una cuadrilla. Esto es impopular y los hombres del castoreño se revelan cuando lo oyen, pero es un dispendio que para picar lo que hoy se pica haya dos varilargueros por cuadrilla. Con uno sería suficiente.

Hubiera sido muy interesante modificar los tercios de quites. Por ejemplo, si el matador de turno no entra en su quite correspondiente, lo puede hacer el espada siguiente. Así, con esta premisa, casi todos los toreros intentarían hacer su quite, no como ahora en las plazas de primera (donde se exigen dos puyazos), en los que matador de turno se inhibe en su toro, pero luego entra en el toro del compañero. En mi opinión, añadiría que, tras el quite del torero en su turno, el diestro siguiente en el cartel pudiera también entrar en acción. Aunque el toro tome un puyazo se podrían presenciar dos quites de lucimiento.

El asunto de los presidentes es arduo. Por esas plazas pululan de forma mantenida una serie de señores, vecinos de la localidad, que no tienen ningún criterio y conceden todos los trofeos que la gente solicita de forma enfervorizada. Con el nivel del público actual, de muy escasos conocimientos, se asiste a situaciones bochornosas, hasta el punto de otorgar orejas sin ningún mérito, lo que en el caso de la primera puede tener alguna justificación, pero en el caso de los segundos trofeos resulta lamentable. Para eso no hacen falta presidentes. Se debería exigir que para cortar dos orejas haya habido una lidia brillante de principio a fin, lo que incluye un buen toreo de capote y una suerte suprema ejecutada con arrestos y con la espada en todo lo alto.

Es necesario que en las plazas de toros fijas suban al palco presidentes acreditados por medio de algún curso de capacitación. Y esos presidentes deben ser de otra localidad distinta a aquella en la que se celebra la corrida. Se habla de hacer un registro de presidentes y de ahondar en su formación, pero me da la impresión de que todo queda poco diáfano.  

En forma paralela, no me consta que en este nuevo Reglamento se aborde la manera de acabar con los indultos absurdos que nos asolan cada tarde, que se han convertido en una costumbre que ha desvirtuado al propio suceso. Lo que antes era un acontecimiento ahora es una rutina que ha perdido su importancia. Se han llegado a indultar a erales en clases prácticas, toros de rejoneo o novillos en festivales en plazas portátiles. En mi opinión el indulto debería ser concedido solo en plazas de primera y segunda. Los toros de las plazas de tercera pueden ser muy buenos, pero, por la propia condición de la plaza, la presentación de esos toros no es la más adecuada para elegir un semental. Este mismo año, Victorino ha impedido algún indulto de sus toros en plazas de tercera porque no cumplía los mínimos que exige para un semental.

Para indultar a un toro debe considerarse el juego completo del mismo, y su juego en la suerte de varas es fundamental. No basta con que admita multitud de muletazos, debe ser bravo en todos los tercios. Hoy se llega al indulto únicamente por la capacidad de toro para embestir mucho en la muleta. En realidad, la corrida ha quedado limitada a la muleta. Aquellos toreros que, una vez denegado el indulto por el palco, insistan en el perdón de la vida, deben ser sancionados. Y se les mandarán con puntualidad los avisos correspondientes. No hay mayor bochorno que un torero tratando de indultar a una res, naturalmente con el público a favor, pero con el palco, en principio, en contra.

Finalmente, queda un tema muy polémico y que es necesario abordar de una vez. En este nuevo Reglamento parece que se olvida de la necesidad de la integridad del toro de lidia. Comprendo que no es fácil hablar de este asunto, pero ha llegado un momento en el que hay que tomar medidas. Lo que se aprecia en la mayoría de las plazas de toros daña a la vista. Y este asunto de perseguir la falta de integridad es parte de la defensa que un Reglamento debe procurar para la propia Fiesta. Se ufanan algunos taurinos de que hoy no se lidia ningún toro íntegro. Si es así, es un fraude. A veces no hace falta ni analizar los pitones, porque es algo que unos barberos burdos han hecho de forma estrafalaria y se aprecia a simple vista. Si admitimos el afeitado como norma general, la fiesta habrá claudicado.

Me parece bien que, en caso de suspensión, se devuelva el importe de la entrada si no se han lidiado, al menos, dos toros. Pero hay que regular el desarrollo de los festejos cuando llueve de forma inmisericorde. El espectador tiene derecho a presenciar un espectáculo con todas las garantías de su idoneidad. Con la plaza enfangada la corrida es distinta. En ese sentido, cuando a la hora de comienzo llueva y el ruedo esté en mal estado, solo se debería esperar 15 minutos para tomar una decisión definitiva, que debe ser la suspensión, algo que debe hacer la autoridad para velar por el físico de toreros y por la salud de los asistentes. Lo que es un despropósito es esperar mucho tiempo si llueve, porque el público merece un respeto y no debe estar en su localidad mojado hasta las cejas. Y si empieza y arrecia la lluvia, suspensión al canto. Si no se han lidiado dos toros, habrá que devolver el dinero.

Debo admitir que la Junta de Andalucía ha elaborado un Reglamento con la sana intención de que se asuma en todo el territorio nacional. No parece posible, pero al margen de la necesidad o no de este articulado, lo que es un verdadero disparate es que cada comunidad tenga su Reglamento particular. A ver quién le pone el cascabel a este díscolo gato. En definitiva, el día que tenga en mis manos este nuevo Reglamento de Andalucía estoy dispuesto a rectificar estos argumentos si se me demuestra que no son acertados.