Si en el mundo del toreo hubiera algo de sensibilidad y justicia, en todos los festejos que se celebren hoy en España se debería guardar un minuto de silencio en memoria de Antonio Escobar. El mismo Domingo de Resurrección en Sevilla, las cuadrillas deberían recordar la figura del taurino ecijano que nos dejó el 1 de marzo en la muy escasamente taurina isla de Lanzarote. Antonio Escobar fue un taurino atípico de una pasión desbordante. No he conocido a nadie con tanto ímpetu emocional, puro corazón, como este hombre que se entregó a mil causas perdidas para ganar muy pocas, aunque siempre contó con el agradecimiento de quienes defendió sin descanso. Escobar se ha muerto a los 89 años en una isla en la que no hay plaza de toros ni se vende le revista Aplausos – la única que se publica en la actualidad -, lo que no deja de ser una paradoja rocambolesca del destino.
Nacido el 29 de enero de 1935 en Écija, quiso ser torero y lo apoderó Pepe Arjona. Como es natural, nunca pude presenciar su labor vestido de luces, pero la realidad es que tuvo poco recorrido. Su mayor actividad llegó en el mundo del apoderamiento, sobre todo en etapa que dirigió la carrera de otro torero de Écija, Pepe Luis Vargas. La lucha sin cuartel de Escobar con Vargas quedó contada por Antonio Lorca en su libro del torero. Por encima de su faceta como apoderado, Escobar tenía un negocio de reparación de automóviles con su hermano Pepe, donde pasaba más tiempo hablando de toros y haciendo carteles que tratando de arreglar los coches. Así fue la cosa. El puntillazo fue cuando le negaron la concesión de la ITV para su negocio. A partir de ese momento todo se derrumbó. En medio de la tremenda lucha con Vargas llegó el episodio fatal de la cornada del torero en Sevilla, su reaparición, pero la realidad es que nada fue como antes. Había vivido sus momentos de gloria en aquel San Miguel el en que Pepe Luis triunfó con fuerza, el mismo año en el que se organizó una corrida en solitario que se frustró en otra vuelta dramática del destino.
Su pasión incontrolada brilló también como comentarista taurino. Tuve la fortuna de poder contar con Escobar en la Tertulias de la Cadena Cope, junto a Rafael López Polanco y Antonio Lorca, que pienso que fueron explosivas. Esas tertulias siguieron durante varias temporadas y marcaron un tiempo único en lo que se refiere a la información taurina en Sevilla.
En las múltiples vueltas de la vida acabó desembarcando en Lanzarote junto a sus hijos. Allí consumió sus últimos años con visitas esporádicas a la península, algunas veces para ver a su adorado Espartaco o a su predilecto José Luis Moreno.
La figura de Antonio Escobar no cabe en estas líneas. Se la ha llamado Quijote y bien puede ser una denominación que le cuadre, pero pienso que no hay palabras para definir tanta pasión y tanta lucha para que brillara la justicia en la Fiesta. Una justicia que no ha llegado y que Antonio no ha podido saborear en su retiro canario. Las nuevas generaciones de aficionados no lo han conocido. Quienes tuvimos la suerte de compartir sus ansias y desvelos, nunca lo vamos a olvidar. Cuánta falta nos haría un Escobar en estos momentos.