Los de El Pilar se fueron sin torear en la 1ª de Almería por la terna compuesta por Ruiz Manuel, Fandiño, que fue el mejor, y Mora. Las orejas de Ruiz Manuel y Mora fueron regalos del público y el palco.
Plaza de Almería, 1ª de Feria. Menos de media plaza. Seis toros de El Pilar, desiguales de presentación y de buen juego. Destacaron el primero, bravo; y el tercero, cuarto y sexto, nobles.
Ruiz Manuel, verde y azabache, estocada baja (saludos). En el cuarto, estocada tendida (una oreja).
Iván Fandiño, verde manzana y oro, dos pinchazos y dos descabellos (saludos). En el quinto, estocada baja (saludos).
David Mora, blanco y azabache, estocada (una oreja). En el sexto, estocada (saludos).
Carlos Crivell.- Almería
El Pilar se sacó la espina de la debacle de Málaga. Es verdad que en Almería puede lidiar un toro en tipo, sin estridencias, de esos que si fallan hay que pensar que algo va mal en la ganadería. El tipo de toro medio que salió en la corrida de apertura de Almería fue bueno, sobre todo por la nobleza, pero no hay que olvidar la bravura del primero, cumbre en un gran puyazo y embistiendo con celo.
El desarrollo del festejo estuvo por debajo del juego de las reses. La corrida merecía mejor toreo. Hay algo que ha tomado carta de naturaleza en las plazas y ya todos los matadores abusan de ello: el toreo por fuera. A base de toques violentos se desplazan las embestidas y el animal pasa muy lejos de la anatomía del espada. Es el exceso de técnica que resta emoción al toreo. Todos los toros no necesitan esos toques ni hay que pasarlos tan desajustados.
En la corrida de El Pilar hubo un toro bravo, el primero. Metió los riñones en un puyazo vibrante, de esos que apenas se ven en estos días. Fue una delicia ver a este animal en el caballo. El quinto cumplió en varas, pero se rajó en al muleta. Fue un manso encastado. Y también los hubo nobles, como el cuarto, de una calidad insuperable. En general fue una corrida noble, excepto el segundo, que se dejó torear en la muleta-
El torero local Ruiz Manuel estuvo un peldaño por debajo de lo que suele en esta feria almeriense. Al bravo primero no acabó de cogerle nunca la distancia ni el temple. Por la derecha toreó fuera de cacho y se dejó enganchar la franela con la izquierda.
El cuarto fue el típico toro justo de raza de una nobleza fuera de lo corriente. En esta ocasión apareció más templado en tandas con la derecha con buen gusto, algo desajustadas, pero más ligadas y templadas. No brilló tanto por la izquierda. Mató a la primera y se llevó la oreja generosa del paisanaje.
La faena de mayor mérito de la tarde la firmó Iván Fandiño en el segundo, primero de su lote. No fue fácil el de El Pilar porque soltó mucho la cabeza al final de los pases. Se añadía un punto de mansedumbre que obligó al torero vasco a fijarlo en el centro y a bajarle la muleta. Fue una labor perfecta. Hubo incluso muletazos largos de trazo perfecto. Esa meritoria labor no encontró la firma adecuada con la espada.
El quinto toro engaño a la parroquia. Tomó un puyazo embistiendo con fijeza, parecía bravo, pero era simplemente encastado y manso. En cuanto Fandiño le bajó la muleta se rajó y se marchó a las tablas. Poco pudo hacer salvo matarlo pronto.
David Mora cortó la primera oreja de la tarde en el tercero. Tras unos lances amanerados rematados con media más natural, Mora realizó el toreo técnico que nos invade. Muchos muletazos pasándose el toro a un metro tras toques fuertes para desplazar las arrancadas. Fue una labor que tuvo en el remate de la estocada el salvoconducto para una oreja pedida con poco entusiasmo. El toro, noble, merecía que lo hubieran toreado mejor.
Al sexto sólo le pusieron dos pares de banderillas, como a casi toda la corrida. Estos malos presidentes minimizan la lidia. Así no se pueden lucir los banderilleros. Es reglamentario, de acuerdo, pero no es muy taurino.
El sexto fue otro prodigio de nobleza. Mora volvió a sacar la máquina de dar pases despegados, como el que fríe churros. Muy mal colocado, siempre al hilo del pitón, lo suyo fue un concierto de toreo al revés. Algunos naturales fueron la apoteosis del alivio taurino. El toro acabó hundido y el espigado diestro ensayó toreo de cercanías sin ninguna brillantez. En la suerte suprema, fue volteado. Ese punto de emoción no fue suficiente para que pudiera cortar la oreja, a pesar del número impresentable del banderillero Félix Rodríguez, que desde en centro del ruedo pedía a la plaza que sacara los pañuelos. No cabe menos torería.