Gastón Ramírez Cuevas (México).

Novillos: Cuatro de Rosas Viejas, muy bien presentados, especialmente el segundo que parecía un toro. En cuanto a juego, colaboraron el primero y el cuarto.
Novilleros: Cristian Hernández, mató al que abrió plaza de cuatro pinchazos y entera, palmas tras aviso a destiempo, pues el burel estaba doblando.
Óscar Amador, estocada bajísima y en sedal, un pinchazo, entera, y tres golpes de descabello, vuelta al ruedo tras aviso.
Guillermo Ganteaume “El Guillo”, dos pinchazos y tres cuartos de espada caída, ovación en los medios.
Leonel Olguín, entera un poco caída y trasera, vuelta al ruedo.

Sábado 22 de agosto del 2009
Quinta novillada de la temporada Plaza de toros Antonio Velázquez del restaurante Arroyo

Había mucha expectación y un lleno en la plaza de los señores Arroyo para ver a Óscar Amador y a sus compañeros de cartel. Desgraciadamente, se conjugaron una serie de circunstancias que no permitieron el triunfo a ninguno de los espadas.

Cristian Hernández sorteó un toro potable, pero soso y medio manso. Para empezar, le hizo un limpio, ceñido y templado quite por gaoneras. Con la franela lo toreó con gusto y logró muletazos largos y sentidos, pero la gente se portó muy fría con el novillero queretano. Remató la faena con buenas manoletinas y perdió la oreja –como en sus dos anteriores comparecencias- por pinchar.

Óscar Amador, después de su gran triunfo del sábado pasado intentó repetir color, pero le salió un novillo complicado, fiero y que pedía el carné. Aquí los peones comenzaron a dar la nota. Fue un espectáculo bastante deplorable ver cómo al toro le pegaban cincuenta y sesenta mil mantazos para llevarlo al caballo, sacarlo del mismo, ponerlo en suerte para los palos, etc. Sobre todo si tomamos en cuenta que el ruedo de Arroyo es mínimo.

Además, desde hace un par de semanas, ciertos hombres de plata no se acomiden a recoger monteras, banderillas o estoques, como si se sintieran superiores al lidiador en turno. No contentos con eso, se hacen señas para pedir al toro aquí, allá o acullá, dan estentóreos consejos al de luces, confunden a propios y extraños, y han fastidiado a más de un novillo.

Siguiendo con el desempeño del muchacho tlaxcalteca, hay que asentar que se queda más quieto que la Giralda y que transmite muchísimo al tendido. Desgraciadamente, en esta ocasión, el imponente novillo, que se fue para arriba después de ser fuertemente picado, requería de un novillero con más festejos entre pecho y espalda. No hay que olvidar que es apenas la segunda vez que Óscar se viste de torero. Lo más destacable de su labor muleteril fueron las manoletinas. Todavía no sé cómo salió ileso de un par de ellas. Aquí hay un muchacho con muchas posibilidades para ser alguien en la Fiesta, y seguramente le veremos de nuevo en esta plaza.

El novillero venezolano Guillermo Ganteaume, me dejó muy gratamente impresionado. Torea con mucha suavidad y se arrima con ganas. Lamentablemente, ocurrió algo que señalaban frecuentemente en las viejas revistas de toros: el animal se reparó de la vista después de pelear con el caballo.
Ya en el quite por elegantes chicuelinas modernas, el de Rosas Viejas comenzó a comportarse de forma muy rara. Sólo se tocaba con la gente que se movía en las gradas o con los capotes de la peonada cuando les veía de lejos.

El Guillo aguantó y se la jugó, sorteando gañafones y siendo perseguido por el bicho que de repente arreaba queriendo escapar. En un par de ocasiones se libró de ser ensartado como mariposa, pues cuando el cornúpeta sentía a la presa cerca se arrancaba ciego pero furioso. Guillermo no perdió los papeles en momento alguno y dejó patente su pundonor y sus buenas maneras. Hay que volverle a ver pronto, pues para ser su primera novillada con caballos, estuvo muy a la altura.
Cerró plaza el toro más noble y bravo del encierro y le tocó en suerte a otro debutante, a Leonel Olguín. Aquí el que se cargó al toro, el que descompuso el pasodoble, fue el varilarguero. El puyazo fue uno, uno solo, pero tremendo, lo que nos hizo volver a sospechar que en la Antonio Velázquez pican –a veces- con la leona, esa puya que mataría a un elefante robusto.

No contento con el boquete que le abrió al morito, el picador se sintió el señor Atienza o el señor Zahonero (famosos hombres del castoreño) y le arrancó la moña al castaño de Rosas Viejas, provocándole una hemorragia que no paró nunca. Aun así, el novillo tenía dos tandas buenas por ambos pitones, pues embestía con nobleza y emotividad. Lástima que Leonel dudó mucho, abrió innecesarios compases de espera y no completó un muletazo.

El toro, desangrado, dobló a los ocho minutos. Olguín lo puso en pie y lo mató decorosamente, como decoroso había estado con el capotillo. Lo de la vuelta al ruedo fue inexplicable. Así, los ganaderos se jalaban los pelos y los novilleros se retiraban de la plaza entre cariñosas palmas.

Si este protagonismo irrespetuoso de las cuadrillas no cesa, puedo imaginar ya alguna gresca entre los apoderados y los novilleros por un lado, y los de la Unión de Picadores y Banderilleros por el otro.