Gastón Ramírez Cuevas (México).- Octava novillada de la temporada de la Plaza de toros Antonio Velázquez del restaurante Arroyo
Novillos: Cuatro de De Haro, impecables de presentación. Bravos y nobles en conjunto. Todos fueron ovacionados en el arrastre.
Novilleros: Pablo Santamaría, ocho pinchazos hasta que el toro dobló solo. Silencio.
Miguel Alejandro, un pinchazo a paso de banderillas, aviso y estocada entera de pura casualidad. Salió a saludar en los medios por su cuenta.
Manolo Roldán, estocada casi entera para cortar una inexplicable oreja.
Carlos Peñaloza, metisaca, pinchazo, entera perpendicular y aviso. Vuelta al ruedo con fuerte petición de oreja.
Sábado 12 de septiembre del 2009
Lo mejor de la novillada en Arroyo fueron, como casi siempre, los toros. La ganadería tlaxcalteca de De Haro mandó el mejor encierro de lo que va de la temporada en la Antonio Velázquez. Fue una verdadera maravilla ver la estampa de los cuatro cárdenos claros y después comprobar que el ganadero Antonio de Haro González ha logrado el equilibrio perfecto entre la nobleza, la bravura y la fuerza. Desgraciadamente, la bravura, aun atemperada por la nobleza, es algo que se le atraganta a muchos coletudos que carecen del mínimo oficio y que no andan muy sobrados de valor.
Los mejores momentos del festejo corrieron a cargo del cuarto espada, Carlos Peñaloza. Este altísimo torero tiene varias cualidades importantes. La primera es que se queda muy quieto y aguanta una barbaridad. La segunda es que tiene clase y temple. Y la tercera es que su actitud alegre y su simpatía dicen mucho al tendido.
Le tocó en suerte un bicho que de novillo tenía poco, pues más bien parecía un toro hecho y derecho. Quitó por chicuelinas modernas para luego tomar los palos y cubrir el tercio con facilidad.
Lo más importante lo hizo con la muleta. Comenzó la faena con dos pases de mucha suavidad cambiados por la espalda. A continuación el de Michoacán toreó muy largo y reposado por el pitón derecho, abrochando las tandas con profundos pases de pecho. También tuvo buenos momentos con la muleta en la zurda y le echó variedad a los remates y los adornos.
El asunto de la suerte suprema no es su fuerte, ya que –quizá por la estatura- tiende a encoger el brazo y a tratar de meter el estoque como una plomada, pero a matar bien se aprende. Después de un lamentable metisaca que caló, se echó la muleta a la espalda y todavía le pegó al cornúpeta impresionantes manoletinas. El público que estaba especialmente generoso y festivalero, pidió con fuerza la oreja para Peñaloza, pero el juez Delgado no la soltó. Dio una clamorosa vuelta al ruedo.
Sigamos la crónica de más a menos. El primer espada, el ecuatoriano Pablo Santamaría, se las vio con otro animal muy cuajado que parecía pesar mucho más de los cuatrocientos cuarenta y tantos kilos que anunciaba la pizarra. A este burel, al igual que a sus hermanos, le pegaron fuerte en varas y terminó por apagarse pronto. No obstante por el pitón izquierdo embestía con una clase colosal.
Santamaría toreó bien, bastante bien, pero le faltó ajustarse un poco más en los naturales y quizá embarcar adelante al de De Haro. Desafortunadamente, todo lo emborronó con una larga cadena de pinchazos. Continuando en la escala descendente pasamos al tercer espada, el novillero hidalguense Manolo Roldán. Este chaval tiene mucho entusiasmo, pero la figura no le ayuda, pues es de poca alzada y nada juncal. Después de que el toro recibió cinco puyazos y se fue para arriba, Manolo ejecutó un trasteo bullidor en el que no paró nunca los pies. Sufrió desarmes y fue perseguido por el bicho en varias ocasiones, pero se impuso la velocidad del novillero. En su descargo diremos que hubo por ahí algún derechazo decente que tuvo un eco desmedido en la galería.
Mató con mucha suerte, cerrando los ojos y volteando la cara. Todavía no me explico por qué el juez de plaza cedió ante la presión de los pañuelos que enarbolaban –imagino- muchos paisanos y familiares de Roldán.
Lo más deprimente del festejo fue lo que ocurrió con el segundo de la tarde. Miguel Alejandro da la impresión de no estar vestido de luces por gusto, de preguntarse ¿y yo que hago aquí con este atuendo y estos avíos? El toro tenía un puntito de genio y fue pésimamente lidiado por la cuadrilla, lo que dio como resultado que Miguel no le pegara un solo muletazo digno de ese nombre. La faena muleteril fue un abigarrado concierto de despropósitos, carreras y momentos de grave peligro, pues si Roldán no se queda quieto, Miguel Alejandro menos. Cuando el toro se arrancaba, el joven guanajuatense ya le había adelantado la suerte y empezado a huir, dejando una barbaridad de luz entre el engaño y su cuerpo. Se tiró a matar a varios kilómetros del pobre animal y después de un esperpéntico pinchazo cuarteando a prudente distancia, el novillo prefirió dejarse liquidar al segundo intento. En un arranque que demuestra muy poca vergüenza torera, Miguel Alejandro se lanzó corriendo a los medios para cosechar las palmas de algunos sorprendidos, generosos y despistados parroquianos.
Felipe Benítez Reyes, novelista, poeta y aficionado andaluz en el retiro, dice que: “Hoy se hacen cosas insólitas en los ruedos: diabluras, majaderías, barbaridades. Y no sólo con impunidad, sino además con agasajo. Yo creo que la mayoría de los toros muere de estupor.” Y sí, bastaría con podérselo preguntar a los tres primeros cárdenos de De Haro.