Gastón Ramírez Cuevas.- Sábado 3 de septiembre del 2011. Primera novillada de la temporada de la Plaza de toros Antonio Velázquez del restaurante Arroyo
Novillos: Cuatro de Piedras Negras, excelentemente presentados y bravos en conjunto. Los últimos tres fueron aplaudidos de salida y todos fueron ovacionados en el arrastre.
Novilleros: Paulo Campero, chalecazo, media tendida y entera baja: palmas.
César Ibelles, entera perdiendo el engaño: oreja muy benévola.
Camilo Pinillas, tres cuartos en muy buen sitio: silencio incomprensible.
Javier Gallardo, casi golletazo, dos pinchazos, aviso, dos golpes de verduguillo y el novillo dobló de aburrimiento: al tercio.

Volvemos a repetir la frase sacramental de Pepe Moros: “Cuando hay toros no hay toreros, cuando hay toreros no hay toros”. Hoy hubo toros, y vaya si los hubo. Ejemplares bravos en distinta tesitura de la ganadería más antigua –en activo, digamos- de México. Pero, pero, en este momento no hay muchos novilleros nacionales que puedan con la bravura y el empuje encastado de Piedras Negras. Y mire usted que a los corridos en segundo, tercero y cuarto lugar la sangre les llegaba a las pezuñas, y no por eso dejaron de embestir. El que abrió plaza se cuece aparte, fue un portento de fiereza, casta y pujanza, algo que hoy pone a temblar a muchas de las figuras reconocidas aquí y en China.

¿En Arroyo se volvió a usar la “leona”?, ¡vaya a saber! Mas no importa, lo que es preocupante es que una vacada tan bonita y tan brava tenga como casi único escaparate este reducto de afición y a veces torería. Me explico, estos novillos no van ni a la México ni a Guadalajara, ya no hay coletas que quieran batirse y poderle a los bichos emblemáticos de Tlaxcala: ¡allá ellos!

Paulo Campero ha mejorado enormidades, tiene el valor más puesto que hace algún tiempo, mucha más hambre y tuvo mala suerte -entre comillas- de enfrentarse a un novillo con la bravura seca y complicada, repetidora y codiciosa. Diría usted, amigo lector, ¡el sueño del novillero! Pues no, hace falta mucho oficio y mucha presencia de ánimo para aguantar horrores y mandar cuando el toro le come a uno los terrenos y el engaño. Hubo verónicas rodilla en tierra y una media genuflexa que tuvieron sello; un quite por gaoneras ceñidas y pares de banderillas voluntariosos y de exposición; unas trincheras encomiables y muchos pases sin temple ni poder. Se agradecen la valentía y las ganas de agradar, pero algo faltó, sobre todo a la hora buena, cuando hay que tirarse sobre el morrillo a toma y daca. Paulo debe estar más reposado y creer firmemente en su tauromaquia.

César Ibelles, un muchacho valiente, como todos los toreros, nos regaló unos lances echando la pata pa’ atrás, quitó por unos irreconocibles lances de Ortiz y fue prendido sin consecuencias, lo que no obstó para que le pegara un puntapié a su propia montera, algo futbolístico y muy chabacano.

Con la muleta pasó fatigas ante un astado muy noble, muy fijo y muy colaborador. El bicho sólo pedía el toque adecuado para planear en largas y sabrosas embestidas. César gritó mucho, pidió la música y no emocionó a los entendidos. Mató bien pero perdió el engaño a propósito. La oreja le fue concedida por razones extrataurinas que ahora no vale la pena comentar. Una lástima, pues Ibelles ha estado mejor en otras ocasiones con toros más ásperos.

El colombiano, Camilo Pinilla, se las vio con un toro que se dejó, al igual que sus hermanos, pero que no tuvo tantos muletazos claros. Hay que destacar los dos pares de banderillas del indispensable Christian Sánchez, quien se asomó al balcón con una verdad total. Luego, en la faena de muleta, el muchacho de Manizales se quedó quieto y logró pases templados por ambos pitones, logrando arrancar los primeros olés verdaderos de la tarde. Abrochó el trasteo con una joselillina tan atravesada que el novillo le levantó los pies de la arena.

Comenzó a diluviar y la gente, absurda siempre, pese a que la plaza está techada, huyó en desbandada, echando en saco roto la buenísima estocada que le propinó al pupilo de don Marco Antonio González Villa. El novillero sudamericano nunca entenderá por qué ni siquiera le sacaron al tercio por una labor muy torera y, si me apura, mejor que la del segundo espada: ¡caprichos de la supuesta afición!

Cerró plaza un saltillo al que Xavier Gallardo aprovechó elegantemente con la muleta. Hagamos un paréntesis para relatar que, Diego Martínez, banderillero como el que más, se llevó el susto de su vida cuando, después del primer par, el de Piedras Negras lo persiguió con ferocidad tigresca hasta el burladero, y si Diego no se guarece bien, el novillito lo hubiera sacado de ahí como a un ostión de su concha; quedan como testimonio fehaciente los dos rayones de los pitacos en la pared del coso.
El toro era suave pero no tonto, y el espada hidalguense le entendió gustándose en muletazos largos y con clase. Xavier le buscó las cosquillas al cornúpeta y se estiró con sello y gustándose. Este novillero vino a demostrar que tiene una afición que le ha permitido avanzar en este arte. Me gustó que no pidiera la ensordecedora música del mariachi, algo que sirve casi siempre para ocultar la poca respuesta del respetable. Todo iba sobre ruedas hasta que llegó la hora de la verdad, ahí Gallardo perdió un poco los papeles y dejó ir el o, para como iban las cosas, los trofeos.

En resumen, hay que felicitar sin ambages al ganadero y hay que soñar con otra novillada del mismo hierro, pero para coletas con más hambre y más oficio. Oiga, ¿y esos novilleros están aquí, o ya se fueron a España?