Carlos Crivell.- Entiendo muy bien la indignación de mi amigo Álvaro Pastor Torres al considerar que el vestido de torear es algo sagrado, que no se puede denigrar el terno torero para salir de Rey Mago en una Cabalgata. Comprendo a Manuel Contreras cuando afirma que esto de las cabalgatas se está convirtiendo en una carnavalada, en lugar de ser un día dedicado a los más pequeños. Lo entiendo y lo comparto en parte. No me parece mal que José Luis del Serranito se haya vestido de torero, como se podría haber vestido de lo que le hubiera dado la gana, porque el toque de atención ha sido evidente y ha recordado que en Sevilla el mundo de los toros está vigente cada día en la vida de la ciudad. No creo que su vestimenta de verde y oro le haya perjudicado a la Fiesta, más bien al contrario. Pero cuando he leído el texto de Ignacio Camacho en ABC ya me he convencido del todo de la idoneidad de su gesto. Ha escrito con maestría lo siguiente: “Día grande ayer para los linchadores tuiteros, agitadores de polémicas artificiales, rasgavestiduras de profesión y demás vigilantes del criterio políticamente correcto: el Rey Baltasar de Sevilla no sólo era, como siempre, un señor con la cara embetunada, sino que en homenaje a su antiguo oficio salió –¡¡doble herejía!!– ataviado con un diseño inspirado en los trajes de torero”.
Si el terno del Baltasar sevillano ha servido de nuevo para poner de manifiesto la doble moral de unos cuantos, la bajeza intelectual de otros, la permanente agitación contra todo lo que lleva el sello de España, no me queda otra que decir públicamente que muy bien por El Serranito, que con su gesto nos ha recordado que el toreo está en la vida de los españoles de bien y ha logrado cabrear a los que tratan de señalar lo que hay que hacer y lo que no. Basta ya de imposiciones.