Carlos Crivell.- A los Reyes del Toreo les pido una fiesta más auténtica, algo que implica a muchos sectores.
A los ganaderos les ruego que seleccionen la casta del toro y que no prosigan en su búsqueda de un toro simplemente noble sin emoción.
A los toreros, sobre todo a las figuras, les solicitaría que se abran a torear todo tipo de encastes, de manera que muchas ganaderías en trance de desaparecer puedan respirar de nuevo.
A las empresas les pediría justicia en la elección del ganado y los componentes del cartel. Una de las características de la Fiesta es que el que el cartel está confeccionado por una empresa que elige según sus propias conveniencias. Aunque el público es libre de acudir, esta situación en plazas de primera con ferias de mayor calado, puede conllevar a posiciones de autoritarismo al imponer toros y toreros. Las ganaderías que destaquen en el ruedo y los toreros que hagan el esfuerzo y triunfen deben tener su premio en los grandes acontecimientos.
A los apoderados de los toreros les pediría profesionalidad y que su ejercicio no sea el de un simple comisionista. Y abogaría porque desaparezca la figura del apoderado y empresario – a veces incluso ganadero – al mismo tiempo.
A los banderilleros les querría recordar su naturaleza de toreros, que se sientan siempre como lo que son, que sean buenos profesionales, para que se olviden de subterfugios como alentar a los tendidos para que se pidan orejas o retrasar los arrastres de los toros. Hay muchos banderilleros de calidad y es lo que debe brillar siempre.
A los picadores les pediría que hagan bien la suerte de varas. Que exijan que les pongan el toro en el sitio adecuado, que sean capaces de castigar a cada toro según su poder, que sepan montar a caballo, citar con torería y clavar en el sitio justo para no menoscabar las condiciones de las reses. La suerte de varas es crucial, es bellísima, y en algunos casos queda muy desnaturalizada por la mala praxis de algunos varilargueros. En este caso, es verdad que lo hacen siguiendo órdenes, por lo que aquí también habría que implicar a los toreros.
A los presidentes le exigiría que defendieran siempre los intereses de los aficionados. Eso se traduce en aplicar el reglamento, aprobar el toro que corresponde a cada plaza y conceder los trofeos con justicia.
A los aficionados les pediría que acudan a las plazas con el conocimiento adecuado de lo que sucede en el ruedo, que juzguen con ecuanimidad el curso de la lidia, que no olviden que un hombre se juega la vida y que vivan la corrida como lo que significa: un encuentro emocionante entre el hombre y el toro.
A todos les deseo unos buenos Reyes. Y cuando digo a todos, lo hago sin ninguna excepción, tanto a los amigos como a quienes no lo son.