Por José Luis Garrido Bustamante
Temiendo que me dijeran eso tan antiguo de “no nos des consejos, que sabemos equivocarnos solos”, me dejé en el tintero una especie de carta que proyectaba dirigir a Eduardo y Ramón, Canorea y Valencia, of course, con prudentes sugerencias para la conformación de los carteles del abono de la inminente temporada de toros en Sevilla.
Hubiera sido un sucedáneo de comunicados non natos en el seno de la oficialidad amotinada que tal vez calmase la apetencia de ellos ya que, de los cinco revoltosos, se manifestaron por escrito tres y dos quedaron in albis, sin contar con el impensable de los maestrantes cuya lejana posibilidad solo pudo haber anidado en el desconocimiento de las circunstancias históricas y sentimentales del motivador del plante.
Los empresarios, sin embargo, parecen haber leído mis pensamientos y en las noticias que vienen filtrándose gota a gota de la conformación de las combinaciones de toros y toreros, están calcadas mis inéditas propuestas, lo cual, como puede suponerse, celebro y no poco.
Ante la ausencia de apego a la realidad que en el mundo del arte y más en el del maravilloso del arte taurino, con su dosis de riesgo y desafío, puedan demostrar los que se creen instalados en el Parnaso, no cabe otra postura que cerrar el capítulo y volver a los orígenes.
Y los orígenes residen en el toro y en la verdad del toreo. Al toro no se le puede sacar de tipo ni especular con la alquimia de los cruces y los manejos para acomodar su bravura. No se debe confundir el peligro con los kilos, aunque lo hiciera el pobre de Hemingway que nunca llegó a entender lo que era una corrida. Y el toreo es algo muy distinto al espectáculo inocuo perfilado en oficinas de marketing o publics relations.
Se ha publicado que la empresa Pagés ha cerrado ya el cartel del Domingo de Resurrección. Una novedad: los Miuras. Otra, mano a mano de dos espadas Manuel Escribano y Daniel Luque. Los dos del mismo pueblo, Gerena y el primero triunfador el año pasado con los toracos de Zahariche. Bien empezamos. Por ahí hay que ir.
En el aire, nombres y posibilidades. Cuando de la chimenea del Paseo de Colón salga la fumata blanca, se comprobará el nivel de los aciertos. Y ya veremos si luego el dictamen implacable de la taquilla derriba sin pudor torres que se creyeron inexpugnables.