Carlos Crivell.– Triunfo de Ginés Marín y Lagartijo en la 1ª de Córdoba. El de Jerez con la impronta extremeña apunta a torero importante en el futuro. Lo demostró en ambos novillos. Lagartijo es una promesa interesante que se encontró con dos orejas por aquello del paisanaje. Varea dejó una pobre impresión.
Plaza de toros de Córdoba, 28 de mayo de 2015. 1ª de Feria. Un tercio de plaza. Seis novillos de Luis Algarra, desiguales de presentación, flojos, descastados y nobles en conjunto. Cuarto y quinto, mejor presentados. El de mejor juego, el sexto.
Ginés Marín, de rosa palo y oro, estocada (una oreja). En el cuarto, estocada tendida (vuelta al ruedo).
Varea, de verde botella y oro, dos pinchazos, estocada baja y dos descabellos (silencio). En el quinto, estocada (silencio).
Javier Moreno ‘Lagartijo’, de agua mar y plata, dos pinchazos y se echa el novillo (silencio). En el sexto, estocada trasera y caída (dos orejas). Salió a hombros por la Puerta de Los Califas.
Se anunciaron novillos de Talavante y se lidiaron de Algarra. Fue una novilla cómoda para unos chavales que caminan por el escalafón inferior con los cuidados precisos para que puedan expresar sus virtudes toreras. La cuestión es que salen unos novillos que están en el límite de todo: pocas fuerzas, escasa casta y mínima movilidad. En definitiva, novillos nobles sin casta. Reses para andar a gorrazos. Con ellos, los chavales de la terna mostraron sus posibilidades.
Dice un maestro de los años setenta y ochenta, ahora en funciones de apoderado, que estos toreros nuevos imitan a los que tienen por espejo. Traducido al lenguaje normal, los novilleros hacen lo que ven a las figuras. Así se ha poblado la tauromaquia actual de tafalleras, espaldinas, circulares, arrimones, bernadinas y manoletinas. Es el signo de los tiempos. Casi ninguno torea a la verónica con pureza. Tampoco el toreo de muleta tiene tintes de verdad.
De la terna cordobesa el que destacó fue Ginés Marín, que a sus pocos años ya tiene el oficio casi aprendido. A ello le suma fases de toreo de muy buen corte. Y como guinda definitiva, tiene casta. Es decir, Ginés Marín tiene los mimbres para ser torero. Es cierto que está impregnado de los tics del toreo moderno, pero es algo que el tiempo pulirá. Al terciado novillo primero le hizo una faena suave y templada. El animal no tenía vitalidad, pero el jerezano criado en Badajoz supo llevarlo con mimo por ambos pitones con algunas tandas al natural de buen gusto.
El cuarto, de mayor presencia, tenía pocas fuerzas. Marín se plantó delante y porfió como un novillero de siempre. Los muletazos eran variados, unos buenos y otros más esforzados. Si no fue posible el lucimiento, Marín dejó claro que no quería irse sin dejar las pruebas de sus ganas toreras. El público se lo agradeció y le pidió la oreja después de la estocada, pero el palco se guardó el pañuelo. Con los novilleros es fácil ser exigente. A los paisanos se las dio a pares.
Varea pasó por Córdoba sin pena ni gloria. Mató primero uno noble y soso, pero con posibilidades. Salvo algunos lances a la verónica de buen corte, poco más se puede anotar en su labor. Algún natural suelto dentro de muchos pases sin ligazón. El quinto se defendió mucho en la muleta. No era un buen novillo. Era el momento para dejar claro que no solo está preparado para dar pases. No acertó en la lidia, lo desbordó el animal y su imagen no fue muy afortunada.
El cordobés Javier Moreno ‘Lagartijo’, con antecedentes toreros ilustres en la ciudad de Los Califas, tropezó de entrada con uno que se le murió en la muleta. Se echó tres veces en una demostración lamentable de falta de casta. O quizás estaba enfermo. Algunos derechazos con mucha enjundia dejaron entrever un chaval con una personalidad acusada, pero con semejante enemigo fue imposible. Tampoco demostró que es un as con la espada.
Su cita fue en el sexto, mejor novillo, que le permitió mostrar un toreo con la mano baja y mucha expresión, casi siempre sobre la mano derecha. Con la izquierda bajó el novillo y la faena. No descendió la firmeza de planta del cordobés, que se empeñó en torear muy encerrado en tablas a un novillo que pedía el centro. Los alardes de valor con circulares y demás adornos del toreo moderno fueron la guinda cuando apenas tenía fuelle el de Algarra, que fue el de mejor juego del encierro. Los paisanos arroparon con fervor a este Lagartijo moderno que lo mató pronto y el paisanaje le premió con dos orejas, la segunda sin sentido. Flaco favor le harán si le regalan las orejas.