Carlos Crivell.- Fracaso de la ganadería de Juan Pedro en Córdoba. De Madrid llegaban noticias de una buena corrida, pero la de ciudad califal fue espantosa por falta de casta y fuerzas con toros en el límite mínimo de la presentación. De los toreros no hay nada que destacar. Y poco más de media plaza.
Coso de los Califas, 29 de mayo de 2015. 2ª de Feria. Más de media plaza. Seis toros de Juan Pedro Domecq, justos de presencia, descastados y sin fuerzas. El tercero se echó en mitad de la faena. Fue noble el 1º. Saludaron en banderillas Rafael Rosa, Curro Javier y Luis Blázquez.
Rivera Ordóñez, de azul pavo y oro. Estocada trasera y descabello (saludos). En el cuarto, pinchazo y estocada trasera (silencio).
Morante de la Puebla, de azul pavo y oro. Pinchazo y estocada (silencio). En el quinto, media estocada (palmas).
José María Manzanares, de negro y azabache. Pinchazo hondo y estocada (silencio). En el sexto, metisaca, pinchazo y estocada (saludos).
La primera parte de la corrida fue un alegato que lo hubiera firmado un antitaurino. La tarde cordobesa se presentó con un vendaval de los que movían las telas como banderas en Tarifa. Los espadas se vieron obligados a lidiar cerca de las tablas. Cuando atravesaron la segunda raya se quedaron al descubierto. En los terrenos de adentro se puede torear bien, pero para ello debe haber toros en el ruedo.
No hubo toros. La de Juan Pedro fue una birria de tomo y lomo. Es lo que quieren las figuras, un toro noble, flojo y parado. En el pecado llevan la penitencia. Ya se podía presumir algo así cuando la plaza apenas registró algo más de media entrada con semejante cartel. La de Juan Pedro fue una corrida sin ningún atisbo de casta. Un lamento imposible que privó a los que fueron a la plaza de poder presenciar algunos lances lucidos.
Rivera Ordóñez mató en primer lugar un toro simplemente noble. No podía con su esqueleto, embestía aburrido, pero lo hacía. Rivera, cumplidor con el capote, anduvo fácil en tandas con la diestra que no lograron mucho clamor en el tendido. El cuarto fue otra especie sospechosa en su capa de color melocotón y cornamenta abrochada. Se quedó corto y embistió con desgana. Ahora Francisco no se entretuvo mucho y lo mató.
Morante es el soporte de la Feria. Toreó la de ayer y vuelve hoy a Los Califas. Se supone que manda en el cartel. Por la mañana inspeccionó el ruedo para corregir la posible pendiente. Sin embargo, no se preocupó de escoger otra corrida para esta ocasión. El primero de su lote fue flojo. Se murió en la lidia. Morante, inédito con el capote, lo sacó al centro aunque sabía que allí no podía torearlo, pero se le perdona porque suponía una proclamación de buenas intenciones. El animal se echó sobre el albero al tercer muletazo del torero de La Puebla. Fue un espectáculo denigrante sólo superado por lo que le pasó al tercero. Naturalmente, Morante lo pasaportó.
Recibió al quinto con una larga afarolada de pie junto a las tablas. Se encorajinó y dibujó un ramillete de verónicas de más garra que estética. Había cierta ilusión en los presentes y en el torero. No se entendieron. El toro, víctima de su falta de fuerzas y nula casta, reponía mucho y molestó al diestro. Al final, nada. El que quiera más que vaya mañana a los toros, si es que hoy se lidian toros dignos de tal nombre.
Lo del tercero fue un espanto. El animal se echó a las primeras de cambio. No quería levantarse y cuando lo hizo se amarró al piso para no moverse nunca más. Antes del cataclismo, Manzanares había podido dejar dos tandas de buen gusto. El de Juan Pedro se murió después.
El sexto, otro toro de estampa pobre, se movió rebrincado. José María lo sacó al centro aunque el viento seguía azotando a sus anchas. Allí pudo completar algunas tandas con la derecha de buen corte. Era difícil componer la figura con la muleta ondeando, pero el de Alicante se justificó en una labor que, a la vista de lo sucedido en la tarde, se valoró como el no va más de la tauromaquia. Al menos, puso empeño, toreó en terrenos inciertos y algunos derechazos fueron dignos de su reconocida estética. La gente se alivió con este final de más voluntad que brillantez. Pero como la corrida estaba gafada, un matador tan seguro lo mató muy mal. No se recuerda en Córdoba una corrida tan mala.