Carlos Crivell.- Una corrida floja, con cara pero sin carnes de Zalduendo, y una terna de lujo en Córdoba. Poco balance. Oreja para un Enrique Ponce que parece que busca contratos. Otra para un dispuesto y pinturero Morante, mientras Talavante se quedó sin premio en el sexto al fallar con la espada.
Plaza de toros de Córdoba. 31 de mayo de 2014. 3ª de Feria. Dos tercios de plaza. Seis toros de Zalduendo, terciados, flojos y justos de raza, nobles en general. Buenos, por nobles y más raza, segundo y sexto; complicado, el cuarto. El resto, noble y justos de todo.
Enrique Ponce, de purísima y oro, estocada corta tendida y dos descabellos (saludos). En el cuarto, estocada (una oreja).
Morante de la Puebla, de azul marino y oro, media estocada (una oreja). En el quinto, dos pinchazos y estocada (saludos).
Alejandro Talavante, de turquesa y oro, media que asoma y estocada caída (silencio). En el sexto, tres pinchazos y estocada (saludos tras aviso).
Las figuras lograron caldear en ambiente en Los Califas. Era el cartel estrella y la plaza mostró la imagen que gusta a todos. La corrida de Zalduendo fue de mínimos. Con nulas fuerzas, la casta olvidada, la nobleza final fue la que puede defender a este encierro, que pasó el filtro veterinario por sus encornaduras, por cierto muy débiles. El primero se partió el pitón por la cepa en un volantín; el segundo dejó medio pitón en un derrote a las tablas. Debe ser cosa de las fundas. Pero debe quedar constancia de que la presentación para una plaza de primera fue muy pobre.
Es decir, fue una corrida de tipo medio, ni buena ni mala, sino más bien un lote de toros modernos. Ello nos permitió ver a Ponce con una entrega casi desconocida, sobre todo en el cuarto. Parecía un chaval que está dando los primeros capotazos. Y también fue propicia para que Morante se explayara con muletazos propios de su estilo que fueron recibidos en Los Califas como si el de La Puebla hubiera nacido en Santa Marina. Y Talavante, perdido en el tercero, tropezó con uno bueno en sexto lugar para rematar bien el festejo.
Ponce llegó a Córdoba con ganas de triunfo. No se lo permitió el sobrero jugado en primer lugar, toro flojo como todos, al que era casi imposible ligarle dos muletazos seguidos. Para mayor desgracia, el viento sopló con intensidad y a la labor de Ponce le sobró voluntad y le faltó continuidad.
El cuarto fue manso en el caballo. Se dolió en banderillas, recortó los viajes y echó la cara arriba al final de los muletazos. Un toro de poco lucimiento con el que Ponce estuvo hecho un jabato. Contra los defectos enumerados, el diestro templó y tapó al animal para que no tuviera más visión que la franela. El toro no valía un céntimo; como dicen algunos, se inventó al toro. Cuando ya lo tenía en el cesto dibujó tandas de derechazos largos y mandones. Un inoportuno desarme y la imposibilidad de acabar con las poncinas limitaron la obra. La gente quería dos orejas. Estaba bien con una. Por encima de otros argumentos, un torero con veinticinco años de alternativa como si anduviera buscando contratos.
Morante fue recibido con cariño en Los Califas. En esta plaza cuajó su mejor tarde del pasado año. y Morante respondió a ese cariño con voluntad y algunas exquisiteces de las que atesora en su estilo torero. No fue su tarde con el capote. La realidad es que nadie toreó bien de capa. Tampoco hubo ni un solo quite.
El primero de su lote fue noble y flojo. Lo entendió a la perfección al cambiarle los terrenos. El animal comenzó a repetir y Morante se explayó con la derecha en una faena tesonera y de trazos brillantes e intermitentes. La plaza estaba a su lado, de forma que tras media estocada paseó una oreja.
El quinto fue otro medio toro, de viaje corto, sin maldad, de los que deja estar sin apurar al espada. El de La Puebla volvió a estar voluntarioso, lo que quiere decir que hubo muchas ganas, una labor de larga duración y trallazos preciosos entremezclados. Para el recuerdo, algún derechazo, un trincherazo de cartel y el de la firma para abrochar la tanda. Si no falla con la espada abre la Puerta de Los Califas, así era la predisposición popular hacia el diestro cigarrero.
Alejandro Talavante le tomó asco al tercero. Se derrumbó en el primer muletazo de la faena y algo debió verle que no le gustó. Era tan flojo como sus hermanos. No humilló, pero el problema del extremeño es que no le enseñó los defectos al público y se fue por la espada. Hizo guardia en un espadazo infame como signo de que no estaba muy contento en la cara del semejante animal.
Con una oreja cortada por sus compañeros, Talavante estaba obligado a dar el do de pecho en el sexto. Fue el Zalduendo de más clase, sobre todo por el dado derecho. Anunció sus propósitos en los estatuarios del saludo. Se estiró en dos tandas con la derecha muy reunidas, siguió con una sin limpieza con la izquierda, para volver al pitón bueno con el toro ya con el freno echado. Se vino arriba Alejandro y la faena tomó vuelos en el centro con más toreo de derechas. Todo lo perdió con la espada.