Luis Carlos Peris.- Vivimos un año muy singular en ese idilio que vivieron Sevilla y Curro Romero. Estamos en 1960 y Diodoro Canorea programa su segunda temporada en la Maestranza. El inolvidable yerno de don Eduardo Pagés tuvo la desafortunada idea de no ponerse de acuerdo con el triunfador de la Feria anterior y Sevilla estalló. Al ver la afición que Curro no estaba en los carteles formó un lío de órdago, incluso con recogida de firmas y manifestaciones ante las oficinas de calle Zaragoza que hizo reconsiderar las cosas al empresario.La solución fue incluir una corrida más y darle dos a Curro, además de una extraordinaria auspiciada por el gobernador civil, Hermenegildo Altozano Moraleda, en beneficio de la construcción de refugios en los suburbios. O sea que de nada, Curro pasó a matar las corridas de Carlos Núñez, Duque de Pinohermoso y Peralta. Pero el duende se quedó en casa y de la expectación se pasó a la frustración que supuso la triple actuación de Curro. No obstante, un quite en el último toro de la última tarde dejaba un resquicio a la esperanza.
El 25 de mayo se producía una noticia negra en el toreo y fue que fallecía en su casa de calle O’Donnell uno de los mayores genios que tuvo la Fiesta, Rafael Gómez Ortega El Gallo. Amortajado con la túnica de su gran devoción, el Señor de Sevilla, el entierro del Divino Calvo fue uno de esos entierros que engrandecen la figura del finado. Podría decirse que, con Cagancho y Curro, Rafael fue el mejor intérprete de una irregularidad tan sublime que pasar de la bronca al clamor era cosa de un instante.Y la esperanza llegó mes y medio más tarde, el día del Corpus, una fecha grande dentro de la temporada sevillana y nacional. Esa temporada de 1960 había vuelto a vestirse de luces Manolo González, uno de los más genuinos representantes del toreo según Sevilla. Parecía ser el heredero directo de Pepe Luis y de Pepín, pero arregló su vida muy pronto y se fue de los toros anticipadamente. Y es que tomó la alternativa en Sevilla en 1948 de manos de Pepe Luis y se retiró en 1953, pero en 1960 aceptó una suculenta exclusiva para su reaparición. No había entrado en la Feria y fue contratado para la corrida del Corpus.
Era 16 de junio y en el cartel se anunciaban toros de Clemente Tassara para Manolo González, Jaime Ostos y Curro Romero. Ni Manolo ni Jaime habían toreado en la Feria y Curro estuvo como estuvo, pero aquel quite o el recuerdo de la Feria del año anterior hicieron que la plaza se llenase. Eran otros tiempos, la poco numerosa opción lúdica hacía que la corrida tuviese más poder de convocatoria, pero hoy duele ver cómo un día tan señalado en Sevilla como el del Corpus no tiene la importancia que entonces tenía en la temporada.Plaza llena a reventar al conjuro de dos reapariciones y de la presencia de un ídolo indudable aunque viviera horas bajas. Y las cosas fueron saliendo con Manolo triunfando en el cuarto con corte de oreja, sin suerte Jaime en el lote dio la vuelta al ruedo en el quinto, un toreo espléndidamente banderilleado por la pareja de la época y de muchas épocas, Julio Pérez Vito y Luis González. Por su parte, Curro había malogrado con el estoque un faenón al tercero de la tarde, no le sirvió el sexto y pasó lo inesperado.
Estaba inmerso en un trasteo imposible al sexto y los cabildeos en el callejón se sucedían. Al doblar el sexto, mucho público abandonó la plaza sin saber lo que se cocía, que Curro había pedido que saliese el sobrero. Igualmente de Tassara y con 500 kilos de peso, el problema es que también los picadores habían abandonado la plaza y hubo que rescatar por vía de urgencia a uno que iba camino de Los Gabrieles, la fonda de Plaza de Armas en que se vestían las cuadrillas.
Pero aquello necesitaba su tiempo y Curro tuvo la genial idea de matar ese tiempo a base de lances a Tomatero, que iba y venía sin parar a las telas del Faraón. La plaza era un clamor y Muñoz Cortina, su primer biógrafo, escribió que fueron dieciocho las verónicas que dio Curro mientras se esperaba al picador. Ya había brindado el tercer toro, pero también hizo esto con Tomatero para que la plaza de toros de la Real Maestranza de Caballería de Sevilla se convirtiera en un manicomio desenfrenado. Ayudados por alto indescriptibles, redondos inenarrables, naturales llenos de naturalidad y empaque inigualables y de remate un desplante de rodillas a dos dedos de los pitones del toro.
Una estocada hasta la gamuza, las dos orejas para el artífice de aquella grandiosidad y la gente enardecida se echó al ruedo para sacarlo en hombros por la Puerta del Príncipe. Era la primera Puerta del Príncipe de las cinco que abrió Curro Romero en su carrera de oro y brillantes. Era 16 de junio de 1960, una fecha que está en letras de oro grabada en lo mejor de la historia de la plaza de toros de Sevilla. Primera puerta de las cinco que registra su carrera.