Para los aficionados taurinos que aún resisten en las plazas de toros, la situación actual de la fiesta ha sufrido un cambio notable, sobre todo por la llegada de un público entusiasta, pero de conocimientos muy limitados, que con sus escasas exigencias han modificado el desarrollo y los resultados del festejo. Hay un público nuevo que acude con la ilusión de divertirse, lo que conlleva una menor rigurosidad a la hora de valorar lo que ocurre en la plaza. La buena noticia de la llegada de un público nuevo tiene como contrapartida la pérdida de la calidad del espectáculo.

Es algo más que evidente. Salvo en Madrid – algo que, aunque nos cueste decirlo es la realidad – en ninguna plaza se protesta por una presentación inadecuada de un toro según la categoría del coso. En muchas ocasiones, los lidiadores no les hacen quites artísticos a sus toros, aunque sí se lo hacen al del compañero. En estas situaciones, el público asiste sin mostrar su desacuerdo.

El asunto de la suerte de varas ya no tiene arreglo. En las plazas en las que es obligatorio que el toro acuda dos veces al caballo, los picadores se las apañan para no picar, bien levantando el palo, o bien, lo que es mucho más grosero, marrando de forma descarada. No se pone casi nunca al toro en suerte, se le procura castigar en una solitaria vara si el toro ha mostrado debilidad, mientras se le masacra cuando lo que ha desarrollado es alguna agresividad. El tercio de varas, que es muy bello cuando se realiza con torería, se ha convertido en un trámite de difícil digestión. Estos tercios de varas que ahora predominan no tienen ninguna respuesta por parte de este público de aluvión moderno y transitorio.

No merece la pena entrar en cómo ahora se valora más la cantidad y el amontonamiento que la calidad, distancia y sitio ante el toro en la faena de muleta. Los toreros, conscientes de ello, han convertido la mayoría de las faenas en unos discursos llenos de momentos llamativos y espectaculares – tales como espaldinas, rodillazos, dosantinas y arrucinas, manoletinas y bernadinas -, mientras que el toreo fundamental brilla muchas veces por su ausencia.

Como consecuencia de ello, las orejas de estos tiempos modernos tienen muy poco valor en la mayoría de las ocasiones. Esta profusión de trofeos es una plaga que ya alcanza incluso a la plaza madrileña. La oreja es la conclusión feliz del público jaranero que así justifica su asistencia a la plaza.

Contra estas situaciones que han cambiado el desarrollo de la corrida, debería contraponerse la conducta del palco presidencial, que con sus procedimientos debe marcar con claridad las exigencias de cada plaza. Pero eso no ocurre, porque los presidentes se han contagiado de la alegría popular y no quieren que nadie les proteste, por lo que actúan de manera fácil y sacan sus pañuelos sin ninguna contención.

Me quiero centrar en la plaza de Sevilla. El nivel de la plaza ha experimentado un bajón considerable en los últimos años. Todo lo referido antes, en la plaza de Sevilla también ocurre. El palco podría ser un elemento corrector de estas situaciones y, poco a poco, lograr que la masa se cerciore de qué tipo de plaza es la de Sevilla. Las orejas suelen tener muy poca repercusión. Algunos toreros las cortan y no les sirve absolutamente para nada, algo que en otros tiempos no sucedía.

La reglamentación vigente exige que para conceder la primera oreja haya petición mayoritaria. Habría que saber qué es petición mayoritaria. Pero para la segunda oreja se necesita una lidia completa, que incluye una labor excelente desde la salida del toro hasta su muerte. Es decir, que deben torear bien con el capote, hacer el quite de arte, lograr una faena de alta calidad y matar por el hoyo de las agujas a la primera.

En el nuevo Reglamento Taurino de Andalucía, que debe estar en vigor para la Feria de Abril, se incluye una salvedad para la primera oreja, ya que se añade que será por petición mayoritaria, aunque si la espada no está en lo alto se faculta al presidente para no conceder ese primer trofeo. Así las cosas, después de un pinchazo nunca debería concederse una oreja en Sevilla, y mucho menos las dos, como ha ocurrido en alguna ocasión.

Este año subirán al palco presidencial de la Maestranza cuatro presidentes con sus respectivos equipos. Es un completo desbarajuste. Incluso tres equipos ya eran muchos. Con dos presidentes se conseguiría una mayor uniformidad de criterios. Pero son cuatro equipos y ya no hay vuelta atrás. En sus manos está parte del prestigio de la plaza. Ya saben los usías que, si hay petición mayoritaria, pero la espada no está en lo alto, pueden negarse a sacar su pañuelo. Venimos de unas alegrías muy jaleadas por los taurinos, pero que a muchos aficionados les han sacado de quicio. Lo de los cuatro equipos es excesivo e innecesario.