DAVID MÁRQUEZ RAMOS.- Hoy, cuando los niños apenas si pestañean delante del televisor matando marcianitos y otros especímenes más o menos interplanetarios, hoy, en los que se nos invade de deporte y juegos a cada cual más estridente y veloz. Pablito, quiso recordar por un instante como jugaban los chavales en la infancia de su papá, en qué empleaban el tiempo libre que les dejaban sus vacaciones y las tareas escoleras de aquellos tiempos.
“-¿Papa, a que jugaban los niños de mí edad cuando tu eras pequeño?, le pregunto Pablito a su padre.
– ¡ Al toro, hijo, jugabamos al toro!-, le respondio su padre.
Al pedirle más detalles de aquellos años de niñez, los ojos de su papa se llenaron de una nostalgia rayana en la felicidad pasada. Hablanban por sí sólos.
Mira hijo, decía…..
Cuando no teníamo colegio, las mañanas se repartian de forma que una parte la dedicabamos a jugar a “piola”, otro tanto al “trompo” o las “bolas” y desde mediodía hasta la tarde “al toro”.
Jugar al toro era algo así como la confirmación plena de tu poderío, la confirmación de ser y sentirte torero y la suerte, quizás por unos instantes, de tener la gloria en tus manos.
Sólo nos hacía falta un palo, del cual colgábamos un trapo más o menos grande, un pedazo de caña simulando el estoque y un puñado de fantasía torera para dibujar, con una gracia y un arte verdaderamente geniales, los más soberbios derechazos, naturales, trincherazos y cualquier otro pase que engrandeciera nuestra más que humilde corrida de toros.
Había en Triana, aunque por todas partes se repetía la escena, determinados sitios en los que jugar al toro era, además de un juego, algo así como un rito….El Corral Montaño, en la calle Pagés del Corro; el noventa de la calle Castilla, la Plazoleta de Santana o la mismísima calle Pureza, eran los sitios por donde se solían ver a chavales que dibujan en el aire, soñando con tardes de gloria, faenas arrancadas a un burel imaginario, personificado en el compañero de partida.
Jugar al toro no era un juego más. Era una filosofía de cómo entender la vida, una filosofía de cómo alcanzar el bienestar económico y social por una vía en la que desgraciadamente muchos trenes, repletos de ilusiones, descarrilan.
Jugando aprendíamos la técnica, el temple, el andar, -sí, hijo el andar-, porque para ser torero no bastas con quererlo, sino también parecerlo, y había que aprender a andar como anda una figura del toro. Pero sobre todo aprendíamos una cosa de la que tan falto estáis los chavales de hoy en día, aprendíamos a soñar.
En cada pase o en cada desplante que arrancábamos a nuestra imaginación, se nos iba a un mismo tiempo, la locura del “toro”, porque esto del “toro” hijo mío, a fin de cuentas es una locura, pero ¡qué bendita locura!……”
En ese momento había más personas y distracciones en la sala donde charlaban padre e hijo, pero al terminar sus palabras su mirada se perdio lentamente en el recuerdo y con sólo mirarlo, Pablito se dio cuenta que su padre, no estaba entre ellos… andaba por la calles de sus recuedos, “Jugando al Toro”.