Escribano_palosquiebroÁlvaro Pastor Torres.- Pronunciabas Jandilla y sonaba a Jerez de la Frontera, a vino amontillado, a azulejo publicitario hecho en cuerda seca, a la laguna de la Janda –esa versión gaditana de la marisma del viejo Reino de Sevilla donde Gerión criaba sus míticos toros retintos- y hasta a las casas encaladas de la calle Porvera, donde estaban las taquillas de la plaza de toros de Jerez. En cambio dices Vegahermosa y lo mismo puede ser una tienda de ropa pija en la calle principal de una agrociudad andaluza que una marca de lácteos, aguados y a punto de caducar, como la casta de las reses marcadas con ese pial. Aunque en el caso de estos toros sea lo mismo una que otra denominación, fruto de una época ganadera de bonanza ladrillera, digo económica, que multiplicó con avaricia los hierros de reses supuestamente bravas. Pero la rima en consonante de ambas divisas está algo más complicada para los muchos poetas anónimos que se sientan en esta grada que cuando se trata de los toros de su sobrino, que se resumen en un pareado cargado de mala leche: “Juan Pedro y Parladé, la misma m… es”.

Raúl del Pozo firmaba en la contraportada de ayer uno de sus magistrales textos donde hablaba de Arias Cañete -tan de Jerez, tan de Domecq- y su fotografía con una vaca de leche, que si no estuviera fehacientemente documentada en Torrelavega (Cantabria) podríamos suponer que es la madre de algunos de los bureles que ayer sufrimos en la plaza de los toros.

Manolo Escribano, siempre decisión y voluntad, siempre recibiendo a terciogayola –un poquito más y se va a la boca de riego-, no cortó la oreja a su primero, tras una faena con más tiempo que tempo y algunos naturales a cámara lenta, por tres cosas. A saber: porque el respetable no la pidió mayoritariamente; por un infame bajonazo de rápidos efectos… y por brindarle el toro al presidente del Sevilla F.C., lo que seguramente le dio una plaza para la final de Turín pero le restó numerosos pañuelos béticos en esta ciudad tan cainita. Antes Iván Fandiño (Iván Jiménez según el programa de mano) le había hecho al toro un quite reglamentario pero muy porculero a base de mucho recorte y toque de costados, jugada que repitió con igual “suerte” y distintos lances en el quinto. Ah, Escribano debe pensarse eso de banderillear todos los toros, en su segundo la banda al son de Suspiros de España estuvo muy, muy por encima de sus mediocres pares.

Lo de Castella y su capote-carpa del circo Price (los engaños de Fandiño tampoco son chicos precisamente) es un, nunca mejor dicho, déjà vu de estoicismo mezclado con vulgaridad y aliñado con un querer y no poder, como sucedió en el primero, un toro que tenía mucho que torear y que se arrastró entre una sonora ovación. Fandiño, oscurito y espeso, como el traje que llevaba.

Mientras tanto mi vecino de localidad se pasó casi toda la tarde, prismáticos en ristre, contando los aviones que pasaban a lo lejos, en línea con la calle Adriano, casi todos de low cost, como la corrida de ayer, esa de las “figuras del mañana” para los sufridores de hoy.