José Luis Garrido Bustamante.- El Cid es amigo mío. Y de mi familia. Aunque los años y algunos achaques me hayan impedido estar en las Ventas para acompañarle en la gesta de enfrentarse a seis Victorinos, mi hijo Angel si ha estado. Y yo creo cumplir con mi deber moral de salir en su defensa con estas líneas con las que no voy a echarme nada en el bolsillo y, si generan distanciamientos o divergencias, lo lamentaría mucho, pero no me lo van a impedir.
Manuel Jesús y sus cuadrillas abandonaron la plaza al final de la corrida según algunos narradores críticos que no se han ahorrado censuras y han callado aciertos, avergonzados, derrotados y hundidos.
Pues, a mi modo de ver, lo hicieron con la mirada abierta y franca y el semblante serio pero gallardo de los toreros valientes que han puesto fin a una corrida en la que animales que no se podían torear han impedido sus propósitos de ofrecer al público una buena tarde de toros.
Es más: El Cid, desde el segundo en adelante, no debió hacer otra cosa al llegar el último tercio que plegar la muleta y entrar a matar. No hubiera sido el único torero de la historia que, en circunstancias parecidas, hubiera tomado tan drástica decisión.
Vayamos a las hemerotecas y encontraremos precedentes.
El primer desacierto de este cartel fue su convocatoria. Los apoderados deben ser quienes mejor conozcan a sus toreros. El Cid de hoy no es el de Bilbao. Transcurre el tiempo y la juventud, como dijera alguien, es una enfermedad que se pasa pronto.
Pero el que tiene el duro es el que lo puede sacar de su bolsillo y a aquel torero de la poderosa mano izquierda le adornan hoy los conocimientos y la experiencia adquiridos en el curso de su larga trayectoria.
Ayer en las Ventas no se reservó nada y desde primera hora se le vio sereno, confiado, entregado y firme. El metisaca que propinó a su primer enemigo, que, como dijo Rafaelillo, le puede suceder a cualquiera, le empezó a quebrar la tarde y, en la bronca final, injusta a mi parecer, pero disculpable, debió haberle acompañado Victorino, hijo, responsable directo del infumable encierro.
Una tarde para olvidar, dijo el ganadero. Opino lo contrario. Una tarde plena de errores que no debe olvidarse nunca para corregirlos de inmediato. Y menos mal que uno solo de sus protagonistas, el eficaz Pirri, tercero de la cuadrilla titular, pasó a la enfermería. Deseo y confío que se reponga sin tardanza.