Álvaro Pastor Torres.- Si «los místicos» de Antonio Núñez de Herrera estaban a las tantas de la noche en la taberna de la esquina dale que te pego a los cañeros de manzanilla recordando cómo era la Semana Santa que se estaba celebrando en la calle en ese mismo momento y a escasos metros de ellos, los aficionados que llenaban completamente el aforo permitido en la cómoda y funcional plaza de toros de Morón -entre ellos numerosos y reconocidos capillitas hispalenses que habían optado por el exilio taurino antes que por la cruda nostalgia semanasantera-, no paraban también de mirar el reloj. Las seis menos diez: ya debería ir un año normal el palio de la Hiniesta por la Correduría al son de marchas macarenas mientras en la ciudad de la cal y el gallo desplumado a esa misma hora la banda se arrancó con «Coronación de la Macarena» del maestro Braña. Vivir para ver. Las seis en punto: hace poco habría salido el palio de Gracia y Esperanza a la plaza de Carmen Benítez con la marcha real, la misma que sonó antes de empezar el paseíllo. Las seis y veinte: el Cristo de la Buena Muerte de San Julián llegando a La Campana y Daniel Luque que da buena muerte con certero volapié al primero de la tarde, un inválido de Osborne.
La Semana Santa estuvo presente en toda la corrida, para eso era domingo de Ramos. No en vano la salida de los cornúpetas se anunció, no a toque de timbales y clarines, sino con unas notas que dado mi mal oído musical no logré saber si proceden de «Saeta Cordobesa» del maestro Gámez Laserna, marcha muy de la banda de Tejera tras el palio del Subterráneo; de «Lloran los clarines» de Abel Moreno, que se la suelen tocar a la Virgen de la Paz en la plaza de España o de «A ti Manuel» de Juan José Puntas que ha dejado de escucharse últimamente tras un fulgurante inicio. También los cambios de tercio se ordenaban con los primeros compases de «Coronación de la Macarena», todo un detalle.
El traje de Luque recordaba el rojo de los antifaces de las túnicas antiguas de la Cena, esas que se ven en las añejas fotos coloreadas, y la perfecta organización del espectáculo en cuanto a distancias, medidas de seguridad, profilaxis sanitaria y demás males de estos tiempos estaba a años luz de la caótica carrera oficial que muchos sufren en Campana y Sierpes. También la oreja de Ginés Marín al tercero hay que apuntarla por igual en el haber del matador y en la paciente espera de los mulilleros para hacer su trabajo, algo solo comparable a esas interminables vueltas -aunque ahora les llamen revirás- de algunos pasos con encadenamiento olímpico de marchas incluido.
A las ocho y veinte, cuando habitualmente la Amargura sale de San Juan de la Palma mecida por marcha, en Morón, arrastrado ya el último toro, la banda cerró su brillante actuación con «Macarena» de Abel Moreno. Y es que como sentenció en un par de versos rotundos el poeta Rafael Montesinos a cuenta de sus madrugadas de exilio madrileño junto al parque del Retiro: «hoy la memoria escoge/ el camino más corto para herirme».