El domingo me dispuse a presenciar por Canal Sur la corrida anunciada en Guillena, que tenía el atractivo de comprobar el momento de tres toreros dignos de atención y que no están el primer circuito de las ferias. Y la tarde se llenó de sorpresas, la mayoría desagradables. Hubo alguna buena noticia, como la incursión de Manuel Jesús El Cid como comentarista, lo que le augura un futuro prometedor en esa tarea. Al maestro Ruiz Miguel le vino de perlas el contrapunto de las opiniones del torero de Salteras, que en cuestiones técnicas es un gran hallazgo.
Pero a la seis y media, hora sahariana del comienzo, algo fallaba porque el paseíllo comenzó a demorarse. Los comentaristas nos contaban que había deficiencias en los servicios médicos necesarios para la celebración del festejo, hasta el punto de que había que esperar la llegada a Guillena de otra UVI móvil bien equipada. Así se fue dilatando la espera con las cuadrillas liadas con el capote a más de 40 grados a la sombra. El santo público ni protestó. Se anunció que habría que esperar 15 minutos que luego fueron casi 45 para que el presidente ordenara el comienzo del festejo. Fue una concesión del usía, porque si a los 30 minutos no hay servicios médicos reglamentarios se debe suspender el espectáculo. Nadie habló de la única culpable de esta esperpéntica situación: la empresa, que según los carteles era Veragüa Eventos. La empresa es la que tiene que tener preparados los servicios médicos y la que había contratado parece que no daba la talla. Al final lo barato es caro. Insisto en el detalle: nadie se refirió a quienes eran los responsables de una situación absurda.
Comenzó a la siete y media, hora más adecuada con lo que estaba cayendo, pero aún había otra sorpresa en la corrida. Los toros de Manuel Blázquez estaban burdamente manipulados en sus defensas, aspecto que también fue pasado por alto en los comentarios. La imagen de algunos toros, por ejemplo, el cuarto, era verdaderamente lastimosa. Se volvía a poner de manifiesto que se ha perdido la profesionalidad en todos los aspectos de la tauromaquia. Ya no quedan ni barberos meticulosos. Se puede entender que en Guillena, y con esos servicios médicos, se arreglen los toros, algo que se admite desde el dolor de las batallas perdidas, pero lo que no se puede entender es la penosa manipulación de unos pitones que eran más astigordos que algunos de rejones. Una cosa es arreglar los pitones y otra machacarlos sin pudor para ofrecer una imagen lamentable.
De nuevo se plantea si un festejo que se ofrece por televisión se puede dejar en manos de quienes son poco profesionales. Otra vez se pone sobre el tapete si una televisión pública puede enseñar esos pitones atrozmente destrozados, cuando siempre se ha dicho que un festejo televisado debe cuidarse como si fuera el mejor del mundo. Y de nuevo hay que lamentar los silencios ante tantas irregularidades que en nada favorecen a la fiesta.
Todo ello ensombrece algo lo que pasó sobre el ruedo, donde Oliva Soto estuvo realmente bien en sus dos toros, ofreciendo una imagen solvente y torera, sobre todo ante el cuarto de la tarde. También fue buena la imagen de sus compañeros. Rafael Serna, en su primer paseíllo del año, mostró sitio y torería. Ruiz Muñoz, cadencia, temple y buen gusto. El premio gordo fue para Oliva Soto que cortó tres orejas, pero sus compañeros ofrecieron una buena imagen, todo lo contrario que la propia corrida con esa demora y esos pitones. Nadie que viera la corrida en enteró de que la culpa era de la empresa. Nadie dijo nada de la imagen de los pitones. Comprendo a los comentaristas. No es fácil criticar lo que tu propia empresa de televisión está emitiendo. Pero hay un concepto llamado dignidad que se ha perdido y no debería ser así.