La presencia de SM Juan Carlos I de España realzó la corrida de bicentenario de la Pepa, la Constitución de Cádiz de 1812, en la plaza real de El Puerto. El festejo no fue bueno por la mansedumbre de los toros de Santiago Domecq. Hermoso brilló en sus dos reses y se alzó como triunfador.
Bohórquez y Domecq / Hermoso de Mendoza, Castella y Perera
Plaza de toros de El Puerto. Corrida Goyesca conmemorativa del bicentenario de la Constitución de Cádiz de 1812. Presidió el festejo Su Majestad el Rey Juan Carlos I desde el Palco Real. Algo más de media plaza. Dos toros para rejones de Fermín Bohórquez, de buen juego; en lidia ordinaria, cuatro de Santiago Domecq, bien presentados, mansos y de escaso juego. Saludaron en banderillas José Chacón y Javier Ambel. Hermoso y Perera salieron a hombros.
Hermoso de Mendoza, nazareno y bordados en oro, una oreja y dos orejas.
Sebastián Castella, azul y bordados en negro, estocada trasera y cuatro descabellos (palmas tras aviso). En el quinto, pinchazo y estocada corta (palmas).
Miguel Ángel Perera, grana y bordados en negro, tres pinchazos y estocada (palmas tras aviso). En el sexto, estocada caída (dos orejas).
Carlos Crivell.- El Puerto
La presencia del rey Juan Carlos en la plaza de El Puerto fue un auténtico acontecimiento por su valor testimonial. Los aficionados a los toros sabemos que el hijo de doña María de las Mercedes alienta nuestra más genuina fiesta. Su llegada al Palco Real fue recibida con una ovación atronadora. Estaba acompañado por el alcalde, Enrique Moresco; el presidente de la Diputación de Cádiz, José Loaiza, y el ministro de Agricultura y Pesca, Arias Cañete.
Corrida de gala en el ambiente que no registró la entrada que se podía esperar. Los toreros iban de azabache, no de goyescos, y algún banderillero ni se sabe de dónde habría sacado el terno. La corrida se frustró con el ganado de Santiago Domecq. Los de rejones, buenos, sobre todo el primero.
Hermoso de Mendoza dominó la corrida con una tarde completa. El toro de Bohórquez que abrió el espectáculo fue un prodigio de temple. Para Hermoso fue una delicia torear a caballo con Chenel e Ícaro, bien a dos pistas, bien en quiebros. Una labor completa que remató a la primera y que sólo fue premiada con una oreja.
En cambio, con el cuarto, mansito pero noble, su labor fue la de un caballero lidiador que exhibió a caballos menos conocidos, como Manolete o Viriato, pero que fueron capaces de fijar al toro murubeño. Esta vez mató de un rejón en dos actos, es decir que pinchó e insistió hasta meter el acero. Las dos orejas pudieron compensar el solitario trofeo del primero.
Los dos primeros toros de la lidia a pie fueron muy mansos. No unos mansos cualesquiera, fueron dos astados que al segundo muletazo de dominio de sus espadas se fueron a las tablas. A Castella le aguantó el suyo un comienzo soberano por bajo muy ligado. Se fue al centro y el toro se fue al abrigo del madero. Nada que hacer.
El de Perera, lidiado como tercero, fue más rápido en su declaración de mansedumbre. Tanto éste como su hermano anterior habían apretado a los banderilleros hasta las tablas. Se vivieron momentos de peligro y muy buenos banderilleros, como José Chacón y Joselito Gutiérrez. La disposición de Perera quedó de manifiesto en un quite por tafalleras y gaoneras muy bien rematado con uan ceñida revolera. Al segundo pase del extremeño se fue raudo a las tablas. Allí se aculó sin ninguna posibilidad.
La actuación de Hermoso de Mendoza en el cuarto fue como un sorbete en un banquete. Se penaba en el tendido que los dos de Domecq que aún quedaban en chiqueros podían enmendar la tarde y salvar el honor del ganadero.
No lo hizo el quinto, que le permitió un saludo capotero airoso. Se lo llevó al de Domecq al centro pero más de lo mismo. Pensaría Su Majestad a esas alturas que el toreo, y las ganaderías en especial, andan en mal momento. Es verdad, Majestad, pero conviene que sepa que los toros de Santiago Domecq, tan rematadamente mansos, no representan el tipo de toro medio que se lidia ahora en nuestra plazas. Si al menos hubieran desarrollado casta, pero no la hubo tampoco. Castella, torero francés en esta corrida tan especial, no tuvo más opciones que matarlo al hilo de las tablas, como murieron todos los de lidia ordinaria.
El cartucho final del sexto permitió ver de nuevo a Miguel Ángel Perera dispuesto al triunfo. Comenzó firme por alto y siguió con muletazos aguantando algún parón y los cabezazos del astado. Tres mansos y uno violento. A Perera le sobró firmeza para imponerse en una faena que en los naturales fue emocionante. Junto al temple, el valor del torero acabó con los ímpetus del animal. Paró a la música y la plaza se volcó con el torero que acabó entre los pitones en un alarde de valor sin cuentos. Aún así, las dos orejas fueron un exceso tras una estocada caída.
Foto: abcdesevilla.es