La Junta de Andalucía ha dado luz verde a un nuevo Reglamento Taurino para la comunidad andaluza. Ha sido un esfuerzo, en principio admirable, pero que se ha quedado a medias en sus resultados. El gobierno del Partido Popular ha seguido su política de atención a la fiesta de los toros, lo que le ha granjeado múltiples reconocimientos, y ha considerado oportuno modificar el articulado que rige el desarrollo de los festejos. Lo que de entrada era un propósito digno de atención ha resultado un moderado fiasco, porque, en lugar de profundizar en los muchos problemas de los espectáculos taurinos, se ha quedado en unos leves retoques que no suponen un cambio llamativo. Es un Reglamento que nace, además, con el deseo de que sea aplicado en el resto de comunidades, pero la realidad es que no parece que así vaya a ocurrir, porque ha habido un silencio clamoroso entre ellas e incluso alguna negativa. Seguiremos con el ridículo de un Reglamento para cada comunidad española. 

La oportunidad era ideal para abordar con valentía cuestiones que piden una revisión, pero la realidad es que ha nacido un texto que quiere contentar a todos y deja en el aire algunas cuestiones que pedían el cambio, como la reducción de los componentes de las cuadrillas en algunos espectáculos, la suerte de varas, la vigilancia de la integridad de las reses o el nombramiento de los presidentes.

Es cierto que se aprecia que se ha tratado de simplificar la burocracia en los trámites administrativos previos a la corrida. Tal vez sea su mayor virtud. Se ha ordenado el tipo de espectáculos y se les presta atención a los festejos de toreo cómico y forcados, al tiempo que se regularizan los tentaderos públicos.

Se ha tratado de mejorar la atención a los espectadores al exigir la lidia de dos toros antes de devolver el dinero en caso de suspensión. Sin embargo, no se normaliza que los espectáculos se suspendan a la hora anunciada cuando el clima o el estado del ruedo impidan su celebración. Es necesario evitar los retrasos con el consiguiente sufrimiento para quien espera con paciencia en sus asientos. Una vez comenzado, si hay que suspender parece muy poco dos reses, al menos se deberían haber exigido tres. 

Se ha perdido la oportunidad para entrar de lleno en si la composición actual de las cuadrillas es idónea. En este sentido, qué pintan seis picadores en una novillada en un pueblo. Pero este asunto es tabú y no se puede modificar. Menudos son los sindicatos de los profesionales.  

En cuanto al nombramiento de los presidentes se ha avanzado muy poco. Seguirán subiendo a los palcos los amigos de los alcaldes de las localidades con plazas de tercera categoría, porque se les da un plazo de cinco años para realizar unos cursos. Ha faltado valor para formar y establecer un registro de presidentes acreditados para que asistan a esas plazas. A efectos prácticos, todo seguirá igual.

Pomposamente se dice que los pitones de las reses deben estar íntegros, pero no hay ninguna voluntad concreta de perseguir el fraude. Ni siquiera en los casos en los que, ante la sospecha de manipulación, se lidie bajo la responsabilidad del ganadero, se puede asegurar que se mandarán los pitones a su examen. En los últimos años, en la plaza de Sevilla no se ha analizado ningún pitón, aunque la sospecha en algunos toros era evidente. Y en el caso de lidia bajo la responsabilidad del ganadero, el público debe estar avisado con la correspondiente notificación pública.

Con relación a la suerte de varas no hay nada nuevo. Cuando se ha demostrado que el peso del caballo y el peto, junto a las puyas muy dañinas, son muy lesivas para el toro, todo permanece igual. Se abre la posibilidad de hacer probaturas en corridas especiales, pero no se ha dado un paso definitivo para mejorar la actualmente alicaída suerte de varas.

Se introduce la posibilidad de lidiar un sobrero, que es algo que solo puede producir situaciones conflictivas, además de alargar un espectáculo ya de por sí excesivamente extenso. A este respecto, este Reglamento no ayuda a dinamizar el desarrollo del festejo.

Se especifica que el sorteo se podrá eliminar en algunos espectáculos: un solo torero, desafío o concursos ganaderos, pero se incluyen los mano a mano, algo innecesario.

No ha habido valor suficiente para modificar lo que concierne a la concesión de orejas. Parecía que se permitiría que los presidentes tuvieran la última palabra en la primera oreja, ante peticiones desaforadas tras espadazos defectuosos, pero todo queda igual. Es cierto que se matiza que para la segunda se pide buena ejecución y colocación de la espada, pero se ha perdido una gran oportunidad para frenar el triunfalismo desmesurado que ahora se ha enseñoreado de las plazas de toros.

De alguna forma se penaliza el indulto al impedir la concesión del rabo en las plazas de primera. Con relación al perdón de la vida del toro no hay cambios. Este asunto tiene mal arreglo, porque se especifica que no se podrán indultar reses en plazas portátiles, festivales o clases prácticas, pero así estamos ahora y eso sigue ocurriendo con la pasividad de la autoridad. Muchos de los problemas que tienen los reglamentos es que no se cumplen. Así pues, si con este nuevo va a ocurrir lo mismo no hacía falta ningún cambio.

Por no hablar de las sanciones y su comunicación a los aficionados. Todo sigue igual. Se especifica que habrá sanciones, pero no hay forma de conocer si determinados comportamientos o actitudes son motivo de castigo. Por ejemplo, ¿se sancionará a quienes retrasen los arrastres de los toros?

Hay un detalle curioso como la posible salida a hombros del ganadero en caso de indulto, dos toros de vuelta al ruedo o cuando los espadas corten cinco orejas. Se puede producir el bochorno de un ganadero a hombros y los matadores a pie a final de la corrida. El público soberano sabe cuando un ganadero o su mayoral deben ser izados a hombros sin necesidad de ninguna regulación. 

Este Reglamento supone un lavado de cara del anterior sin que se haya modificado nada que mejore el desarrollo de las corridas de toros. Se puede discutir si es preciso intervenir para mejorar la cara de los festejos. Si se podía mejorar el discurrir de los festejos, con este Reglamento no se ha conseguido. De hecho, el espectador no advertirá ningún cambio con este nuevo articulado.

Ha sido un texto que ha contentado a todas las partes y que se ha quedado corto en algunos de los problemas que tiene la Fiesta. Ha faltado valor para imponer unos criterios que ofrezcan dinamismo y mejor economía a la tauromaquia. Ha sido un esfuerzo que se ha quedado a medias.