Carlos Crivell.– El Arenal de Sevilla es un desierto en un Domingo de Resurrección insólito. El paseo de Colón luce su esplendor bañado por la luz del sol, que sobre la fachada de la Real Maestranza blanquea la cal y matiza el ocre. La taquilla de la plaza está cerrada. Nadie ha salido a colocar el cartel de ‘no hay billetes’, el mismo que en otras circunstancias se colgaría en esta fecha. En la puerta de entrada de las cuadrillas, al final de la leve cuesta de la calle Iris, no hay movimiento de toreros que acudan al sorteo de la corrida. Los bares cercanos al coso tienen las persianas echadas. Se echan de menos las tertulias en el Taquilla y el Ventura, los corrillos en el Antonio Romero y en la esquina de Los Ángeles. En la Puerta del Arenal sigue colgado el cartel de la temporada 2020. El 12 de abril, fecha de apertura, se anuncian toros de Garcigrande con Morante, Talavante y Roca Rey. Por delante, una Feria atractiva que será simplemente un sueño.
Casi sin darme cuenta del confinamiento, me he puesto el traje azul oscuro de las mejores solemnidades con la intención de acudir al Lope de Vega al pregón taurino, fiel a la cita y con la tranquilidad de que José Luis López me habrá guardado un sitio en primera fila, junto a Andrés Amorós, pegado a la Banda Municipal. Pero caigo en la cuenta de que Félix de Azúa no podrá pronunciar lo que seguramente ya tenía enjaretado para la mañana del domingo de Pascua.
Resurrección es para los taurinos de Sevilla como otro Domingo de Ramos. Miro a la calle desde la terraza y la memoria me lleva por momentos ya vividos tantos años. Es el día de la culminación de la tregua; es la fecha de la esperanza en el gozo del mejor toreo; el de la sorpresa de cada año ante la belleza inmensa de la Maestranza; el de los reencuentros con la felicidad de poder decir aquello de ¿cómo estás?, ¿qué tal has pasado el invierno? Todo ello con un sentimiento íntimo de alivio y tristeza, porque también se echa en falta a otros que no ha acudido a la cita. La corrida de Resurrección es la fecha para volver a evocar a Curro, el que le dio el sello a la fecha; es el día de la renovación de nuestra afición, y es la fecha en la que los sevillanos taurinos celebramos la vuelta a la vida.
Por mucho que la frialdad de los datos se empeñe en recordarnos que es una fecha no muy prolija en triunfos, más bien es de grandes decepciones, miro el cartel anunciado y se dispara la imaginación. Mira que si en la finca se ha quedado un Orgullito de Garcigrande; y si era el día en el que Morante tenía que abrir por segunda vez la Puerta del Príncipe; se frustra la vuelta a las plazas españolas del anhelado Talavante, y nos quedamos sin el torrente de Roca Rey después del año interrupto de 2019. Nada será posible. Me he sentado a escribir y trato de buscar en una libreta no estrenada los datos de un festejo que no se ha celebrado. Con un gesto de impotencia y resignación, solo me queda seguir soñando en este día de Resurrección en el que la plaza lució tan bella como siempre, pero lo hizo en silencio acompañada por la soledad.