Ángel Luis Lorenzo.- Quisiera que en todos los tendidos se lea ese respeto y seriedad al mundo del toro; porque aquí se muere de verdad (en medio de una sociedad que peca de superficialidad). Para los aficionados a Emilio se revive aún en la memoria, momentos de ese domingo de Ramos, dónde ahora como antes, la tristeza se posó en nuestros corazones. A mi cabeza vino la última frase que quedó escrita Fandiño, en sus redes sociales antes de morir: “Nadie encuentra su camino sin haberse perdido varias veces”. En medio de ese camino, “resiliencia”, es el hilo que teje el traje de luces del Torrejoncillano; siendo conscientes, que los percances en la vida siempre pasan por algo y nos consolidan con más fuerza.
Emilio estaba alejado de ese 2021 prometedor que ya no iba a ser. Encerrado en el patio de cuadrillas de su familia y amigos, en esos meses de silencio y recuperación de “héroe ausente” (Antonio Lorca dixit) que aprendía de nuevo a caminar. Las manos reposaban un futuro inmediato monacal y sacrificado. Azotado por ese “invierno” del percance cervical en Madrid, volvía a pisar el lugar conocido de la resiliencia.
Sencillo, honesto, soportando el peso de la responsabilidad, con la gallardía de jugarse la vida (en una sociedad que soterra la muerte) y la perseverancia de los valores del toreo en su vida, resurgía de nuevo con éxito en Almería. Conjuga en su persona una tauromaquia que engloba valores y sentimientos rotundos que la sociedad necesita. Ser torero es una actitud, un proyecto de vida, asumir éxitos y percances que se revisten de corsés ortopédicos.
Frente a lo convencional prima la personalidad de hombres como Emilio alejado de todo esteriotipo. Formas de interpretar clásica pero distinta (donde la tradición es la originalidad más absoluta). Raza, arrojo y técnica son garantes de su carisma lleno de pureza y verdad “contra toda lucha de elementos” (como diría su amigo Emi). Sabe lo que quiere y a dónde quieren llegar. Humildad, ilimitado esfuerzo y grandeza en torno a su generosidad en todo lo que hace. Las cosas no llegan de repente, a veces como diría el maestro Paco Camino “conviene derrapar para saber dónde está el sitio”. Brava lección para la sociedad de lo inmediato, de los 14 caracteres de un teclado; que le cuesta acomodarse o recuperarse de los efectos adversos.
La vida pasa muy deprisa (como pasa esta pandemia) estando en un constante paseíllos de sentimientos, en una misma tarde de triunfo y fracaso. Emilio al día de hoy tiene el reconocimiento unánime de toda la prensa especializada y aficionados, siendo icono de los que se encaminan a la gloria taurina.
Es noche de Encamisá, suena Camarón y la última bulería dedicada al diestro. Metido como siempre ya en faena desde bien temprano, asoma en los carteles de Madrid 2023. Una frase bajo su montera: “creer en ti mismo, cuando nadie ya cree”. Sin culpabilizar, siendo diferente hasta en los claroscuros, capaz de cambiar la situación y revestirla para bien. Larga cambiada de brío, con valentía desbordante.
La urgencia se hace contemporaneidad en todos sus aficionados que anhelamos verlo. Mientras, él vive y respira toreando. Ese arte creador de belleza, que no puede estar proscrito. Se abre un nuevo año alejado de metáforas pasadas para un hombre, Emilio de Justo, que desde hace tiempo tiene puesto su pie en el suelo de las grandes figuras del toreo, donde la resiliencia es su raíz legítima.