Tarde de intensas emociones en Huelva con dos toreros en competencia, en un duelo que ganó José Tomás, aunque el toreo con el capote de Morante fue primoroso.
Plaza de toros de Huelva. 2ª de Colombinas. No hay billetes. Por orden de salida, toros de Victoriano del Río, bueno; Núñez del Cuvillo, áspero; Jandilla, muy bueno; Juan Pedro Domecq, noble sin fuerzas; El Pilar, difícil, y Zalduendo, mirón y de viaje corto. En general, bien presentados, salvo el terciado de Juan Pedro. Saludaron en banderillas Rafael Cuesta, Lili y Alejandro Sobrino, que hizo un gran quite de peligro. José Tomás salió a hombros.
José Tomás, rioja y oro, pinchazo y estocada trasera (una oreja). En el tercero, bajonazo con derrame (dos orejas). En el quinto, estocada desprendida (saludos).
Morante de la Puebla, canela y oro, pinchazo, estocada y dos descabellos (silencio). En el cuarto, estocada baja (una oreja). En el sexto, dos pinchazos y media estocada (palmas al despedirse).
Carlos Crivell.- Huelva
La expectación del encuentro entre Tomás y Morante superó todo lo que se esperaba. Huelva vivió una corrida que esta vez sí se puede considerar histórica, a diferencia de aquél otro mano a mano de El Puerto que fue tan decepcionante. Sobre el ruedo de La Merced se encontraron dos toreros únicos y diferentes, José Tomás y Morante, dos emociones diferentes dentro del toreo eterno.
Para el encuentro, en contra de algunas previsiones a la contra, se escogieron toros adecuados por su trapío. Es cierto que alguno, como el de Juan Pedro, bajó en presencia. El lote de José Tomás fue impecable de presentación.
La tarde fue una sucesión de emociones muy intensas. El toreo de capa brilló por todo lo alto, aunque no se pudo contemplar a ambos matadores rivalizando en quites. Son dos conceptos distintos. Tomás nos regaló algunas verónicas sueltas, lances rodilla en tierra, chicuelinas mayestáticas, alguna tafallera, lance vulgar y sin sentido, y delantales preciosistas. Las chicuelinas del quinto, con la suerte cargada, llegaron después de un concierto maravilloso de Morante en el toro anterior. La comparación perjudicó al de Galapagar.
Tomás cumplió con el capote; Morante lo bordó. No pudo ser con el de Cuvillo, el primero de su lote, pero se explayó con el de Juan Pedro con verónicas cargando la suerte y las mentadas chicuelinas. Morante ha elevado este lance a un grado de perfección insólito. Por ello, cuando Tomás las instrumentó en el quinto ya no tuvieron el mismo eco. Aún en el sexto, Morante dibujó unos bellos delantales. No hubo turno para el sobresaliente Fernández Pineda.
José Tomás fue más afortunado con los toros. El de Victoriano del Río fue bueno a secas; el de Jandilla, excelente; el de El Pilar, algo desordenado y al final complicado. Morante se llevó uno malo de Cuvillo; el noble y justito de todo de Juan Pedro; y finalmente uno de Zalduendo de viaje corto.
Con este material ambos regalaron a la afición congregada una buena tarde de toros. Que José Tomás sólo toree tres tardes en una temporada es algo que la afición debe demandarle. Es una pena que un torero tan personal, tan valiente y tan solemne mantenga a la Fiesta en ayunas de su tauromaquia tanto tiempo. Le cortó una oreja al de Victoriano del Río en una faena medida, templada y con inteligencia para no atacar mucho a un animal flojito.
La faena grande se la hizo al de Jandilla, un buen toro que acabó rajado, pero al que toreó de forma excepcional en tandas por ambos pitones en una loseta. Bajó la mano para atemperar las agallas del animal, giró la muñeca para envolverlo, la dejó colocada para ligar y las tandas florecieron perfectas, ligadísimas, emocionantes. Todo fue prodigioso, incluso las manoletinas del cierre. No importó el bajonazo en una tarde de malas espadas para pasear dos orejas.
El de El Pilar le puso las cosas difíciles. El toro se orientó pronto con genio y amenazó la integridad del torero. Firme y sobrado le pudo, aunque ahora no hubo brillantez.
Mientras, Morante se había tenido que enfrentar al de Cuvillo, manso y con genio. A Álvaro Núñez le hubiera encantado presentar en este medio concurso de ganaderías a un buen toro. Fue de los malos. José Tomás no pudo ver que lo de Cuvillo puede seguir siendo apto para su toreo. Morante no se dio mucha coba y lo macheteó tras unos apuntes.
Había el de La Puebla revolucionado la plaza con el toreo de capa al de Juan Pedro, cuando se masticaba la grandeza de una faena propia de este torero. Fue un toro muy dulce, por tanto ideal para la ocasión, pero tenía demasiada azúcar. Morante toreó a cámara lenta con la derecha y con la izquierda, no cabe más regusto, pero el toro era muy poca cosa y fue perdiendo vitalidad. Los adornos fueron joyas inolvidables. Faltó más toro para redondear.
La bala del sexto, toro de Zalduendo que recortó mucho los viajes, no fue idónea para rematar la corrida. Mirón y algo rebrincado, para Morante volvía su cruda realidad de una suerte esquiva en los sorteos. Se afanó en tandas con la derecha, llenas de pundonor para irse en volandas con Tomás. Fue un esfuerzo poco habitual en toreros de su corte. Mitad por genio, con su fondo de casta, el de Fernando Domecq arrolló más que embistió. Fue una pena. Tomás se fue a hombros y Morante, andando. Sobre la plaza, para el recuerdo, quedaron grabadas dos tauromaquias distintas, ambas muy emocionantes.