Siete orejas para El Juli y Talavante en Huelva en una corrida variada y entretenida frente a un lote de Cuvillo muy desigual en todo. Hubo tensión en algunos momentos y el susto para el sobresaliente Fernández Pineda, cogido de forma aparatosa sin consecuencias en el sexto.

Plaza de toros de Huelva, 3ª de Colombinas. Casi lleno. Seis toros de Núñez del Cuvillo, aceptables de presencia, buenos tercero y cuarto; peligroso, el primero. Todos bajos de raza. Al tercero se le dio una vuelta al ruedo sin justificación. Buenos pares de Santi Acevedo. Fernández Pineda, sobresaliente, fue cogido en el sexto y sólo presentó una contusión en la rodilla. El Juli y Talavante salieron a hombros.

El Juli, lirio y azabache, estocada trasera (una oreja); en el tercero, estocada trasera (dos orejas); en el quinto, estocada atravesada (una oreja).

Alejandro Talavante, grana y oro, media estocada (una oreja), en el cuarto, estocada caída (dos orejas); en el sexto, estocada atravesada (saludos).

Carlos Crivell.- Huelva

Fue una buena tarde de toros de dos diestros en un momento pleno. Ambos salieron con la idea muy clara de ofrecer lo mejor de su tauromaquia para que el público gozara en La Merced. Como instrumento, una manejable corrida de Cuvillo con un garbanzo negro, el que se lidió en primer lugar, toro muy violento. El balance del festejo es expresivo, pero la dosis de triunfalismo fue excesiva. Y tampoco hacía mucha falta el exceso en una corrida de toros que tuvo en los dos espadas argumentos para la alegría del público en general, así como la satisfacción del aficionado. Sólo la cogida de Fernández Pineda, sobresaliente del festejo le puso una nota dramática a la tarde.

Fueron muchos detalles que por sí mismo justificaron el mano a mano. El Juli invitó a Talavante a realizar quites, a lo que el extremeño le correspondió. Fue en el tercero, segundo de El Juli, en el que además le invitó a poner banderillas. Se sucedieron momentos mágicos que todos agradecimos en tiempos de rutina y monotonía. Mejor El Juli; más desordenado Talavante; ambos, con ganas de fiesta. Sólo faltó que se hubieran acordado de Fernández Pineda, testigo inmóvil de los sucesos.

Además de esos momentos de plenitud, la corrida comenzó con una exhibición de poder de El Juli ante un toro de enfermería. Violento y con mal estilo, no se llevó al torero por delante porque el oficio y la garra de este espada roza lo insólito. Fue una pelea titánica que ganó el torero. Fue la faena de mayor intensidad de la tarde.
Luego la corrida derivó por otros derroteros. El Juli fue muy generoso al invitar en quites y banderillas a Talavante, pero ello fue la causa de que se quedara sin toro en tres tandas, buenas, con el toro embistiendo con codicia. El animal acabó rajado en las tablas y allí lo mató Julián. La espada quedó trasera y el toro murió con casta, pero no con bravura. Una parte de la plaza pidió la vuelta y el palco, ayuno de conocimientos, sacó el pañuelo azul. Fue otro exceso.

Para El Juli la tarde acabó con otro toro nada fácil, reservón y mermado de fuerzas en una voltereta, lo que obligó al diestro a ponerse muy cerca de los pitones en un alarde de dominio y valor. El Juli estuvo solvente y capaz. También muy enrabietado. Hizo de todo en su tarde onubense y casi todo lo hizo bien. Con la espada, como siempre, saltito y trasero, pero efectivo. Cortó cuatro orejas, pero ello forma parte del triunfalismo desorbitado de una plaza dispuesta a la diversión sin entrar en detalles.
Talavante utilizó sus armas para responderle a su amigo. Deben ser amigos, porque la complicidad entre ambos se hizo presente en todo momento, como en los brindis que ambos se hicieron en amor y compaña. El segundo, primero de Talavante, encontró delante a un torero inteligente. Le dio siempre la distancia justa para llevarlo templado y toreado. Cuando el animal recortó su viaje, el aguante fue fundamental.

En el cuarto, tras una nueva competencia en quites, ahora brillante en los delantales del pacense y en las chicuelinas de El Juli, Talavante realizó una gran faena con esos detalles que son propios de su estilo. Siempre con templanza, colocado en el sitio justo y con esa improvisación llena de fantasía para rematar las tandas, bien con las trincherillas, las dosantinas o los de pecho. Fue el Talavante de este nuevo tiempo en su versión más rematada. También se rajó el toro y lo deslució todo. El triunfalismo le premió con las dos orejas.

El drama sobrevoló La Merced en el sexto, que se vino de largo a Fernández Pineda y lo cogió de forma impresionante. Tres derrotes le tiró en unos instantes pavorosos. Estaba distraído en el tercio y de nuevo se puso de manifiesto que cuando hay un toro en la plaza hay que estar con cinco ojos. El de Cuvillo fue bueno, pero es que en estos momentos Talavante es un torero clarividente. Con la distancia adecuada por bandera, el valor para aguantar alguna mirada, fue construyendo una faena que no fue a más porque el animal acabó parado. Las bernardinas le pusieron el colofón a un festejo de una intensidad inusual.