Carlos Crivell.- La historia del toreo en el siglo XX está marcada por faenas históricas, de tal forma que han quedado unidos de forma permanente el nombre del torero, el toro y la plaza de la gran obra. Se me ocurre recordar la faena de Juan Belmonte al toro Barbero, de Concha y Sierra, en Madrid; la de Chicuelo al toro Corchaíto, de Graciliano, en Madrid; la de Manolete al toro Ratón, de Pinto Barreiros en Madrid; la de Pepe Luis Vázquez a los toros Medianoche, de Villagodio, en Valladolid, y la del toto Misionero, de Castillo de Higares, en Madrid; de Antoñete al toro Atrevido, de Osborne, en Madrid; la de Espartaco a Facultades, de Manolo González, en Sevilla, la de Paco Ojeda a Dédalo, de Juan Pedro, en Sevilla… Muchas más faenas podrían incluirse en la lista, como algunas de Manzanares padre, El Viri, José Tomás, Enrique Ponce, El Juli o César Rincón. La realidad es que hay muchas faenas que han quedado inmortalizadas en la memoria del aficionado y basta decir el nombre del torero, del toro y la plaza para que todos sepamos de lo que estamos hablando. Pasa también con algunos fracasos, como es el caso de Cagancho en Almagro.
La desigual, y algo extraña, temporada de 2023 nos ha dejado una faena más para la historia, la de Juan Ortega en Valladolid. No la hemos visto completa, al menos cuando escribo estas líneas, pero es como si lo hubiera hecho, porque nos la han contado cien veces, hasta el punto de que conozco ya a muchos que dicen que estaban ese día 9 de septiembre en la plaza pucelana. Es algo habitual que sucede con los acontecimientos históricos, que todo el mundo lo presenció en directo. Y lo cuentan, vaya cómo lo cuentan.
De lo que hemos podido ver quienes ese día no estábamos en Valladolid, destaca un comienzo de faena sencillamente prodigioso por la cadencia, la elegancia, la lentitud, la armonía, el buen gusto y la profundidad de unos muletazos para ponerles un marco. Luego, cuentan, que hubo toreo fundamental con el sello inconfundible del mejor Ortega, sobre todo en las tandas sobre la derecha. Ha habido calificativos de todo tipo, siendo el de histórico y prodigioso los más utilizados.
A Juan Ortega le ha bastado una faena de muleta para ocupar uno de los grandes titulares de la temporada en curso. A otros, el hecho de torear muchas corridas y cortar un montón de orejas no les sirve para dejar una huella imborrable, algo que un torero como Ortega ha conseguido. Valladolid sigue siendo un talismán para los toreros sevillanos. En 1951, fue Pepe Luis quien se entretuvo en hacer allí la mejor faena de su vida, dicho por el propio torero.
Lo mejor que le puede ocurrir a la faena de Juan Ortega es que no la veamos. Que con esos apuntes conocidos nos conformemos, que pase al libro de la historia como la faena de Ortega en Valladolid y que no haya más imágenes, porque así la faena ganará grandeza con el paso el tiempo.
Ese hálito que tienen algunos toreros les diferencia de todos los demás. Algunos pueden torear decenas de corridas y cortar orejas para llenar un esportón, pero eso no les sirve para pasar la frontera de lo sublime. Juan Ortega está bañado por la grandeza de un toreo alejado de lo terrenal para alcanzar la cima de lo sobrenatural. Su gracia infinita, esa elegancia del trazo, la majestad de su figura, la profundidad de los lances y muletazos, el donaire de su cuna sevillana, impregna su toreo hasta las cotas de lo irreal.
No quiero ver la faena de Ortega en Valladolid. Prefiero soñar con lo que debió ocurrir sobre el ruedo y no toparme con una realidad que pueda desencantarme. A Ortega le ha bastado una faena para entrar en la historia. La de Belicoso, de Núñez del Cuvillo, en Valladolid