Gastón Ramírez Cuevas.- El aburrimiento es el peor enemigo de la Fiesta y la empresa y gran número de ganaderos parecen estar llevando a cabo una cruzada en pro del tedio. De nada sirvió el valor demostrado por los tres espadas, ante esos animales indignos nada había que hacer. No salió por toriles un toro relativamente potable. Bueno, sí, el primero de la tarde, que traía dentro unas diez embestidas decentes por el pitón izquierdo, y ahí pare usted de contar. Toda la ilusión de Esaú Fernández quedó en una labor voluntariosa, destacando cuatro buenos muletazos con la zurda a su primero y un pertinente manejo de los aceros, cosa que el público premió con el aplauso.
Saúl Jiménez Fortes, estuvo estoico, temerario y elegante, especialmente en su segundo (un toro malaje) exponiendo la vida con el desparpajo que le caracteriza. Ahí quedó el arrimón como prueba del hambre del torero malagueño.
No tuvo mejor suerte Borja Jiménez, el carismático torero de Espartinas. Su lote fue igual de infumable o más que el de sus compañeros. Borja tampoco anda escaso de redaños ni de entusiasmo, pero pese a la firmeza de sus trasteos, los remedos de toro bravo que le correspondieron no tenían por dónde les pillara el diablo.
No pecaré de injusto con los señores ganaderos y tengo que terminar mi texto asentando lo siguiente: el encierro tuvo una virtud, al acabar la corrida todos los pupilos de los señores Tornay estaban por fin bien muertos.