Padilla_Madrid15Antonio Lorca.- Ante la reiteración del desastre ganadero y torerista, la noticia estuvo en que el Rey don Juan Carlos asistió por tercer día consecutivo a Las Ventas para sentarse tan ricamente encima de la puerta de toriles, junto a su hija Elena. Y conviene que se sepa porque es, quizá, la única autoridad del estado que asiste a una plaza un día que no se celebra un mitin, sino una manifestación cultural que, es verdad que anda un poco alicaída, pero, a veces, puede derivar en un espectáculo extraordinariamente apasionante.

¡Que venga el Rey y su padre, como en este caso! Pero, cuidado, que tampoco venga con tanta frecuencia. En primer lugar, porque por estos tendidos circula una leyenda urbana que mantiene que la presencia de don Juan Carlos no es, precisamente, garantía de triunfo. (La gente, que es muy mala…) Segundo, que corremos todos el serio peligro de que pierda la afición y no vuelva más. Y tercero, si se queda en su casa una temporadita nos ahorramos el ridículo protocolo al que se ven obligados cada tarde los toreros de brindarles uno de sus toros, tenga o no posibilidad de éxito. Bueno, lo cierto es que también el asunto tiene su gracia; ayer, por ejemplo, a falta de otro tema de diversión, el público estuvo muy pendiente de si don Juan Carlos tenía habilidad suficiente para coger la montera que el diestro de turno le lanzaba desde la barrera. Y hasta ahora va ganando por goleada.

Hasta aquí, la parte divertida del festejo de ayer. Quien tenga la amabilidad de seguir leyendo que se ponga al lado pañuelos de papel porque la cosa va de llorera.

Otro petardo, otra falta de respeto, otra burda manipulación… Llegan las figuras y todo se viene abajo. Otra corrida de toros inválida, mansa, descastada, moribunda, lisiada… Y tres toreros ventajistas, acomodaticios, insufribles,…

Otra tarde más no hubo tercio de varas. Ningún toro fue picado según las mínimas normas de la decencia y el respeto al público.

No hubo ni un quite. Es verdad que hacía viento, menos que otras tardes, pero lo hacía, pero los toreros no mostraron, siquiera, intención de probar con el capote.

Abundaron, eso sí, los capotazos con la malsana intención de que los toros no se cayeran, jugarreta que utilizan los toreros para no quedar mal con la empresa, que les puede pasar factura en el futuro porque, ya se sabe, una devolución es un gasto económico extra para el empresario. Si perjudica al espectador, porque se le hurta una parte del espectáculo, es algo que parece no interesar a los protagonistas de esta fiesta.

Hubo toreros ausentes, como fue el caso de Padilla; empeñados en dar pases a un animal mortecino, como Perera, y hasta Manzanares cortó una oreja, el trofeo más barato que se ha concedido en esta plaza en mucho tiempo. Pero el público manda y la pidió con fuerza, aunque no había causa alguna para ello.

Manzanares es un torero que suele caer bien, maneja los engaños con gusto, le acompaña una elegante figura y casi todo lo que ejecuta va envuelto en una cierta armonía. Pero él se aprovecha de tal circunstancia para cuidarse el cuerpo. Cita siempre al hilo del pitón, despegadísimo, traza el muletazo en línea recta y dirige la embestida hacia fuera; es decir, exactamente al revés del toreo auténtico. Dicho de otro modo, su esbelta figura y su innato empaque esconden su concepción superficial del arte de torear.

El problema es que esas formas gustan al espectador moderno que creerá, se supone, que está viendo el clasicismo revivido. Pues, no. Manzanares no hizo ayer mérito alguno para cortar una oreja que nadie le tendrá en cuenta. Algunos espectadores protestaron la concesión, pero dada se quedó, con su vuelta al ruedo incluida, como debe ser.

Se podría decir que Perera se empeñó en justificar su tarde, pero debiera estar prohibido dar pases anodinos a un muerto porque se trata de una tomadura de pelo. Lo que tiene que hacer Perera es anunciarse con toros de verdad y no con proyectos de cadáver. Mal ante su primero, imposible, y afanoso, aseado y ventajista con el soso sexto.

Cerraba el cartel Juan José Padilla, que estaba desconocido. Algún problema tendría el hombre porque se mostró ausente, incoloro, inodoro e insípido. Mal colocado siempre ante su primero, al que banderilleó a toro pasado, y descorazonado ante el cuarto, al que no banderilleó y llegó a caerse hasta en seis ocasiones.

Total, que esto tiene mal arreglo; vamos, que no lo arregla ni el padre del Rey, por muy buen aficionado que sea.

Toros de El Pilar, -el segundo, devuelto- correctos de de presentación, inválidos, descastados y mansos. Sobrero, de Charro de Llen, manso y descastado. Juan José Padilla: pinchazo, media, bajonazo y tres descabellos —aviso— y el toro se echa (pitos); estocada (silencio).

José María Manzanares: pinchazo, bajonazo —aviso— (silencio); estocada —aviso— (oreja con protestas). Miguel Ángel Perera: estocada caída (silencio); estocada casi entera, dos descabellos —aviso— y dos descabellos (silencio)
Plaza de Las Ventas. 22 de mayo. Decimoquinta corrida de la feria de San Isidro. Lleno de ‘no hay billetes’.