Ureña_Madrid22Antonio Lorca.- A Paco Ureña solo le falta que se le abra la puerta grande de Madrid para que quede firmado notarialmente que es un torerazo; ayer lo demostró de principio a fin con una actuación heroica y torerísima, ejemplo de entrega, pundonor y un concepto clásico del toreo. Y la plaza se lo reconoció como merecía. Sufrió dos feas volteretas, y visitó dos veces la enfermería, donde le apreciaron un puntazo corrido en el muslo izquierdo y en el escroto, pero tuvo tiempo de firmar pasajes de toreo auténtico con ambas manos, porque se coloca en el sitio donde los toros embisten y también hieren.

El mérito de Ureña comenzó en el paseíllo, pues lo hizo con la herida abierta que un victorino le produjo hace unos días en Francia y de la que todavía no ha sido operado para poder cumplir con este compromiso en Las Ventas. Pero su evidente merma de facultades no fue motivo para tirar cuatro líneas y salir del paso; antes bien, se plantó en la arena en cuanto salió su primero y trazó un manojo de buenas verónicas que cerró con dos medias belmontinas que supieron a gloria.

Muleta en mano, y ante un animal noble y de embestida sosa, comenzó con naturales templados, suaves y ceñidos, que continuó después con redondos de categoría, aunque la faena no alcanzó el punto de emoción necesario por la escasa acometividad del animal. Sufrió una voltereta al entrar a matar y se salvó milagrosamente de la cornada, pero no de una brutal paliza de la que salió renqueante y con la mirada perdida.

Se encerró con los médicos, y abandonó la consulta para matar al quinto de la tarde. La plaza lo ovacionó con fuerza cuando lo vio aparecer en el ruedo, palmas que arreciaron cuando se comprobó que el torero tomaba el diámetro del ruedo para colocarse de rodillas en los medios y esperar de tal modo a su segundo toro. El animal se le paró cuando estaba a medio metro del torero, y si Ureña no opta por tomar las de Villadiego, cualquiera sabe lo que hubiera ocurrido. Otro toro soso fue este, de recorrido corto, pero Ureña consiguió dibujar tres naturales enormes, hermosos y hondos, con la muleta arrastrada por la arena y el toro embebido en el engaño. Lo intentó por el lado derecho y llegó otra voltereta impresionante aliviada por otro milagro. Renqueante y sin fuerzas, tuvo tiempo que dar varios redondos a pies juntos, al tiempo que la plaza rugía de emoción. La faena no fue de oreja, pero la vergüenza, el valor, la decisión, y la actitud de Paco Ureña la merecían. Dio la vuelta al ruedo sin fuerzas, con esa cara triste que tiene, avejentada por el dolor, pero con la satisfacción de haber demostrado que su cuerpo y su alma encierran a un torerazo.

Madrid está con Paco Ureña, que se ha ganado el respeto y la admiración a base de heroicidad y buen toreo. Y un torero así merece la puerta grande.

Su compañero El Cid, otrora hijo predilecto de esta afición, no sale del profundo bache en el que está sumido. El Cid Campeador del toreo al natural pasó a mejor vida, y en esa otra no gana batallas. Lo intentó, pero no pudo. Quien tuvo, retiene con la cabeza, pero le falla el corazón.

Y Fortes escuchó el dramático silencio de la plaza. Demostró valor y ganas, pero le faltó garra ante su noblote primero, y se justificó ante el deslucido sexto. Un muy corto balance.

Cinco toros de Las Ramblas, -el tercero, devuelto-, y uno, el quinto de Buenavista; sobrero de Julio de la Puerta, todos correctamente presentados, con desigual juego en los caballos, nobles y sosones.

El Cid: bajonazo (silencio); estocada baja _aviso_ (silencio.

Paco Ureña: estocada, un descabello _aviso_ y dos descabellos (gran ovación); pinchazo y estocada (oreja).

Jiménez Fortes: estocada baja (silencio); media y un descabello (silencio).

Plaza de Las Ventas. 22 de mayo. Decimoséptima corrida de feria. Casi lleno.